Los apegos y la mística
En la humildad es donde se halla
la libertad más grande. Mientras uno tenga que defender el yo imaginario que
considera importante, pierde un pedazo de corazón. Tan pronto como compara esa
sombra con las sombras de otras personas, pierde toda la alegría, porque ha
empezado a comerciar con cosas irreales y no hay Alegría en las cosas que no
existen.
THOMAS MERTON
Está bastante
claro que el verdadero/a místico/a no tiene apegos, ni a lugares, ni a cosas,
ni a vivencias, ni a personas. Un místico/a no se preocupa por la pensión que
pueda quedarle en la jubilación, ni siquiera se preocupa de la misma, ni de lo
que ocurre ahí fuera con la crisis, ni de la avaricia ni la incompetencia de
los políticos. Sin embargo los místico/as, son los que cambian el mundo. No es
mío, lo acabo de leer en el libro de Carolina Myss, del que os hablé el otro
día, “Las moradas” de nuestra Santa Teresa en versión psico-mística americana
(esto me lo acabo de inventar). Leo en la página 128: “Mas bien, su objetivo (se refiere a la oración) es trascender la influencia controladora que
ejercen sobre usted y sobre su relación con Dios los falsos dioses del mundo
exterior, como el estrés, el dinero y la presión de la sociedad. Los místicos
como Santa Teresa, san Francisco y san Juan de la cruz vivían en una especie de
beatitud carente de miedos; funcionaban plenamente en el mundo físico, pero su
cuerpo era siervo de su alma. Con el tiempo, su mundo también se hizo siervo de
su alma a medida que sus enseñanzas iban atrayendo seguidores y a medida que
iban poniendo en práctica las instrucciones que habían recibido de Dios”.
Luego si se ocupaban de lo que ocurría fuera, de su pensión de jubilación (si
la hubieran tenido) y de la crisis (que padecieron sin duda); pero no se
preocupaban. Es decir no tenían los apegos que tenemos, el común de los
mortales, los mediocres, los tibios, a los que el “Alfa y la omega, el que es, el que era y el que está a punto de llegar,
el todopoderoso” Ap 1, 8 “…voy a
vomitarte de mi boca” Ap 3, 16
No hace falta
por tanto irse a un monasterio, para ejercer de místico/a. Tal vez el
monasterio, sea el apego. Hay que estar en el mundo, sin apegos, sin alforjas y
sin sandalias, como dice el evangelio; pero eso es muy difícil.
Acabo de ver
en la televisión la película “Amadeus”. No la había visto y me ha impresionado.
En una escena impresionante, Salieri, corroído por la envidia que generaba su
mediocridad afirma más o menos: “Es Dios mismo el que le dicta las notas. No le
falta ni le sobra una, no tiene que corregir”. Mozart era un místico, en el
amplio sentido de la palabra, pues obedecía a Dios con su música como,
Beethoven y otros músicos de esa talla. Salieri no, era un mediocre mortal,
como la mayoría de nosotros. Es impresionante el final de la película, cuando
Mozart enterrado en una fosa común, salta a la gloria de su música y Salieri
con su mediocridad, queda encerrado en sus apegos hasta el triste final en un
asilo.
Pero no hace
falta ser un músico de esa talla para ser místico/a. Recuerdo, por ejemplo que
mi padre era un místico, pues le tocaron tiempos difíciles y supo salir
adelante, en el difícil mundo de los negocios, con la máxima evangélica que nos
confesó en alguna ocasión con esta frase “no os preocupéis en demasía de lo que
vayáis a comer mañana” sus apegos eran salir adelante con el negocio y la
familia. “Proteged siempre al débil”, me
dijo en una ocasión. Y como él muchas personas, anónimas, que van por la vida
sin hacer ruido, aparentemente mediocres, pero que sus apegos son seguir los
dictados de su conciencia, que en definitiva es la voz de Dios
Hoy no lo veo
yo así. No nos damos cuenta de nuestra tibieza, de nuestra mediocridad, estamos
demasiado apegados, a las marcas, a las consolas, ordenadores, al prestigio, a
la vanagloria, a estar bien sicológicamente, a estar bien de salud, con esto no
quiero decir que no nos cuidemos, lo contrario sería peor. Es difícil no ya
sólo entrar en la primera morada, sino estar en el borde del puente levadizo
para entrar en el castillo interior. Y
lo que es peor, no se hace oración apenas. Y la oración es a los apegos como la
sal a la nieve.
Pero no me
hagáis caso, yo soy algo pesimista y el hecho de reconocer que hay solución ya
es comenzar a resolver un problema y estoy seguro que mucha gente, tal vez más
de lo que nos imaginamos, está por la labor de “desapegarse”. Lo que pasa es
que no se nota demasiado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario