viernes, 8 de mayo de 2015

Los apegos y la mística

En la humildad es donde se halla la libertad más grande. Mientras uno tenga que defender el yo imaginario que considera importante, pierde un pedazo de corazón. Tan pronto como compara esa sombra con las sombras de otras personas, pierde toda la alegría, porque ha empezado a comerciar con cosas irreales y no hay Alegría en las cosas que no existen.
THOMAS MERTON


   
Está bastante claro que el verdadero/a místico/a no tiene apegos, ni a lugares, ni a cosas, ni a vivencias, ni a personas. Un místico/a no se preocupa por la pensión que pueda quedarle en la jubilación, ni siquiera se preocupa de la misma, ni de lo que ocurre ahí fuera con la crisis, ni de la avaricia ni la incompetencia de los políticos. Sin embargo los místico/as, son los que cambian el mundo. No es mío, lo acabo de leer en el libro de Carolina Myss, del que os hablé el otro día, “Las moradas” de nuestra Santa Teresa en versión psico-mística americana (esto me lo acabo de inventar). Leo en la página 128: “Mas bien, su objetivo (se refiere a la oración) es trascender la influencia controladora que ejercen sobre usted y sobre su relación con Dios los falsos dioses del mundo exterior, como el estrés, el dinero y la presión de la sociedad. Los místicos como Santa Teresa, san Francisco y san Juan de la cruz vivían en una especie de beatitud carente de miedos; funcionaban plenamente en el mundo físico, pero su cuerpo era siervo de su alma. Con el tiempo, su mundo también se hizo siervo de su alma a medida que sus enseñanzas iban atrayendo seguidores y a medida que iban poniendo en práctica las instrucciones que habían recibido de Dios”. Luego si se ocupaban de lo que ocurría fuera, de su pensión de jubilación (si la hubieran tenido) y de la crisis (que padecieron sin duda); pero no se preocupaban. Es decir no tenían los apegos que tenemos, el común de los mortales, los mediocres, los tibios, a los que el “Alfa y la omega, el que es, el que era y el que está a punto de llegar, el todopoderoso” Ap 1, 8 “…voy a vomitarte de mi boca” Ap 3, 16
No hace falta por tanto irse a un monasterio, para ejercer de místico/a. Tal vez el monasterio, sea el apego. Hay que estar en el mundo, sin apegos, sin alforjas y sin sandalias, como dice el evangelio; pero eso es muy difícil.
Acabo de ver en la televisión la película “Amadeus”. No la había visto y me ha impresionado. En una escena impresionante, Salieri, corroído por la envidia que generaba su mediocridad afirma más o menos: “Es Dios mismo el que le dicta las notas. No le falta ni le sobra una, no tiene que corregir”. Mozart era un místico, en el amplio sentido de la palabra, pues obedecía a Dios con su música como, Beethoven y otros músicos de esa talla. Salieri no, era un mediocre mortal, como la mayoría de nosotros. Es impresionante el final de la película, cuando Mozart enterrado en una fosa común, salta a la gloria de su música y Salieri con su mediocridad, queda encerrado en sus apegos hasta el triste final en un asilo.
Pero no hace falta ser un músico de esa talla para ser místico/a. Recuerdo, por ejemplo que mi padre era un místico, pues le tocaron tiempos difíciles y supo salir adelante, en el difícil mundo de los negocios, con la máxima evangélica que nos confesó en alguna ocasión con esta frase “no os preocupéis en demasía de lo que vayáis a comer mañana” sus apegos eran salir adelante con el negocio y la familia. “Proteged  siempre al débil”, me dijo en una ocasión. Y como él muchas personas, anónimas, que van por la vida sin hacer ruido, aparentemente mediocres, pero que sus apegos son seguir los dictados de su conciencia, que en definitiva es la voz de Dios
Hoy no lo veo yo así. No nos damos cuenta de nuestra tibieza, de nuestra mediocridad, estamos demasiado apegados, a las marcas, a las consolas, ordenadores, al prestigio, a la vanagloria, a estar bien sicológicamente, a estar bien de salud, con esto no quiero decir que no nos cuidemos, lo contrario sería peor. Es difícil no ya sólo entrar en la primera morada, sino estar en el borde del puente levadizo para entrar en el castillo interior.  Y lo que es peor, no se hace oración apenas. Y la oración es a los apegos como la sal a la nieve.

Pero no me hagáis caso, yo soy algo pesimista y el hecho de reconocer que hay solución ya es comenzar a resolver un problema y estoy seguro que mucha gente, tal vez más de lo que nos imaginamos, está por la labor de “desapegarse”. Lo que pasa es que no se nota demasiado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario