¿Por qué la luz no dobla las esquinas?
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Si me
preguntasen por qué he preferido la Orden de Predicadores, responderé que es
más conforme a mi naturaleza, por su gobierno, a mi inteligencia, por sus
doctrinas y a mi fin, por sus medios de
acción, principalmente la predicación y la ciencia sagrada.
P. LACORDAIRE
Tumba de Santo Tomás en Toulouse |
Comentamos aquí, el tercer
capítulo de la tercera parte: “Un poco
de luz… y basta”, del libro de J. A. Solórzano que comienza con la cita
del principio, de la que sólo hemos puesto una parte de misma. Es un capítulo
amplio, en el que las cinco primeras páginas, hace una visión general de la “poca
luz necesaria”, preguntándose ¿Cuánta levadura necesita la masa? Hay un matiz,
que no debemos pasar por alto, cuando afirma: “sólo se equivocan los que hablan
y sólo se manchan los que se ponen en camino” (Pág. 88) y más adelante “La vida
se compone de una mayoría silenciosa, trabajadora y detrás de cada uno se
encuentra la labor de otros muchos, invisible, que han hecho posible, que han
hecho posibles logros humanos o espirituales, cuya labor callada hay que
agradecer”, matizando más adelante: “al hombre de cada siglo le salva un grupo
de hombres, que se oponen a sus gustos” y en la siguiente página” Es necesario
tomar posturas críticas, de forma acrítica… Ojala formulásemos de vez en cuando
alguna que otra “herejía catalizadora”, que sirviese para remover
nuestras conciencias y posturas adormecidas, y así acelerar procesos que, por la dinámica de la vida y la
historia, se van a producir inevitablemente…”
A continuación, este largo capítulo se divide en cinco apartados:
1.- La lucidez de la oración
Comienza así este apartado, con esta cita, bastante más larga:
“En
el dominico que reza hay “una presencia densa”: este hombre nunca es más hombre
que cuando está ahí postrado e inmóvil”
A. De Saint-Exupéry
En el dominico la oración
es el centro y corazón de su vida, sin embargo a veces la organización de los
tiempos claves de oración, ha creado problemas en algunas comunidades, debido a
la disparidad de apostolado. Divide este apartado en dos:
Ø Eucaristía
y contemplación: Para Domingo, el centro de las actitudes de alabanza es la
Eucaristía, en ella está el perdón, la Palabra y alabanza. Es el centro, es
Cristo mismo. En cuanto a la contemplación, no tiene el sentido de las grandes
órdenes contemplativas. Para el dominico, contemplar es dejar abierta la vía
del intercambio; es llevar a su oración los afanes de los hombres y devolver
con un efecto de bendición y divinización las repuestas, las oscuridades o los
interrogantes, iluminados por la luz y el calor de Dios.
Ø Tras
lo armónico de María: Tradicionalmente se ha considerado a los dominicos como
“los religiosos de María” por la
difusión del Santo Rosario, atribuida a Santo Domingo, que sin embargo se debe
a Santiago Sprenguer (1436-1496), también dominico. El pueblo cristiano se
siente identificado por esta práctica, que hace una sencilla evocación de la
figura de Cristo, sin acudir a elevadas teologías; pero la presencia de María va
mucho más allá de esta sencilla devoción. Es una presencia cálida y
reconfortante de maternidad y filiación; pero en la espiritualidad dominicana,
no es una devoción exagerada, sensiblera, dulzona o acaramelada. Como
dominicos, debemos fijarnos, además de la actitud silenciosa, reverente y
agradecida, cada día más en la Virgen de la Anunciación, tan bien captada por
Fray Angélico. Para finalizar, sería bueno decir cada noche: “Reina de los
predicadores”, ruega por nosotros.
2.- La lucidez de la vida espiritual
Comienza
este apartado con dos citas, una de Ernest Junger y otra de F. Scott
Fitzgerald. De esta última extraemos este párrafo:
“La
prueba de una inteligencia superior es la capacidad de retener dos ideas
opuestas a la vez, sin perder la capacidad de funcionar…”
La
historia de los dominicos, suele asignarse en Occidente a la vida intelectual y
por desgracia a la Inquisición. En cuanto la primera visión, sin duda es
exagerada, pues “ni todos los frailes son “intelectuales” en el sentido
académico del término, ni el trabajo de los dominicos ha sido exclusivamente
intelectual”, (pág. 98). Aunque la idea fundamental de Domingo, fue predicar el
Reino de Dios, a todo tipo de gentes, la tradición intelectual la comenzó Domingo al enviar a
los primeros frailes a la Universidad de Paris y Bolonia. Desde el ámbito del
estudio distinguimos cuatro fases:
Ø Primer
periodo: comprende, desde la fundación hasta finales del S. XV. Es la época de
la “escolástica”. Destacando, Alberto, Magno, Tomás de Aquino, San Raimundo de
Peñafort… que intentaron contribuir a iluminar la visión oscurantista, de la Edad Media.
Trabajaron con ardor por las reformas en el interior de la Iglesia: Santa
Catalina de Siena, S. Vicente Ferrer, Savoranola,… Época también de los grandes
místicos: Eckar, Taulero, Susón…
Ø Segundo
periodo: Situado en torno al Descubrimiento de América, reforma protestante,
concilio de Trento (S. XVI). Época brillante de teólogos, juristas, escritores…
Melchor Cano, Diego de Deza, Fco. Vitoria, Bartolomé Carranza, Luis de Granada,
Antón de Montesinos, Pedro de Córdoba, Santa Rosa de Lima… Además de su
presencia en América, hay que añadir el impulso misionero, que llevaron a cabo
en Oriente, China y Filipinas. Esta época es difícil entender en la actualidad,
pues se dio en ella la “zona oscura” de la Inquisición, en la que no sólo hay
que señalar a inquisidores dominicos, sino que también muchos dominicos fueron
víctimas de ella por ser defensores de la justicia.
Ø Tercer
periodo, menos brillante en figuras descollantes. Es el comprendido entre
finales del S. XVII y el S. XX. La orden se centró en la defensa expositiva,
desde un monolito "tomista", como panacea a todas las soluciones por comentaristas más tomistas que el mismo Santo Tomás. Surgen sin embargo grandes
figuras, como Tomás de Campanella, en el S. XVII y en el S. XX H. Lacordaire.
Ø Cuarto
periodo: centrado en nuestro siglo (hay que tener en cuenta que este libro, se
escribió a principio de los 90, por lo que evidentemente se refiere al siglo
XX). Antes del concilio Vaticano II,
hay que distinguir al P. José María Lagrange, fundador de la Escuela Bíblica de
Jerusalén y en España, como continuadores de la Dominicana de San Esteban de
Salamanca , los PP. Gafo, Arintero, Ramírez, Beltrán de Heredia. Dicha escuela
sigue dando frutos, a la par del instituto de Filosofía de S. Gregorio de
Valladolid a y los dominicos de los distintos lugares de España: Madrid,
Valencia, Sevilla, que mantienen centros de Teología, Filosofía, Sociología,
Misionología. los datos son tan abrumadores, que rebasan con mucho este
sencillo resumen. Cito textualmente,
de la pág. 102: “En ámbitos europeos, la
teología renovada por los dominicos franceses: Congar, P.D. Chenu o Ch. Duquoc:
los estudios sociológicos del Centro “Economía y Humanismo” del P. Leret; el
compromiso con los refugiados del que fue premio Nobel de la paz, el belga, P.
Pire; las controvertidas visiones teológicas del holandés E. Schillebeeck y
otros muchos… que fueron preparando y siguiendo el Concilio Vaticano II…” El
pensamiento intelectual de la Orden se ha ido ramificando en distintos campos
de las ciencias, según las necesidades de cada país. Es un gran error tildar a
los dominicos de “tomistas”. Bien es verdad que Sto. Tomás ha sido y es una
figura de suma importancia en la orden, en la iglesia de Occidente; pero no el
único. La verdad del Evangelio no se agota ni se canaliza a través de un único
pensamiento. “…los dominicos hemos sido y
somos permeables – es algo propio de nuestra esencia: aceptar la verdad, venga de donde
viniere – a todos los campos del saber, movidos por el deseo de ser cada día
mejores servidores de la Verdad” (Pág. 105).
1. La lucidez de los consejos evangélicos
Comienza este apartado con una larga
cita de J.M. Moliner, de la que sólo transcribo eta párrafo: “El amor es un sentimiento dinámico”.
Comenta las vivencias y motivaciones que hacen tomar la decisión de entrar en
una orden religiosa y las transformaciones que se producen, antes, durante y después
de haber tomado la decisión y comenta en la página 107 que “los dominicos, al igual que las demás
órdenes, tenemos tres votos esenciales a cualquier congregación. Será la
perspectiva y el enfoque de la vida l que quizá marque las diferencias y
matices sustanciosos”, y más adelante en la 108: “Las páginas siguiente son
elementalísimas, poco claras, demasiado personales… si quieres sáltatelas…”
y yo personalmente, prefiero saltarlas en este comentario, ya que no soy más
que un admirador de los dominicos. Lo que haré, será poner la cita inicial de
cada apartado:
Ø La obediencia: “La verdadera libertad no consiste en hacer
lo que nos da la gana, sino hacer lo que debemos hacer porque nos da la gana”
(San Agustín)
Ø La castidad: “Quien no ama, no comprende toda la inmensa
dicha de estar solo” (Amado Nervo)
Ø La pobreza: “Jesús proclamó, en última instancia, la
cercanía absoluta, gratuita y efectiva de Dios que crea y trae la salvación
Nosotros los cristianos
aprendemos a balbucear el contenido de lo que Dios es y de lo que la humanidad
puede llegar a ser a partir de la forma de vida de Jesús.
Pero existe una diferencia
evidente de acercamiento entre los cristianos burgueses de clase media – que es
lo que todos somos en occidente – y los cristianos del tercer mundo. Aquí en occidente
los cristianos, los teólogos, buscamos dirigirnos a hombres y mujeres
secularizados y modernos para hacer aceptable la fe en Jesucristo; los
cristianos y teólogos del tercer mundo, por el contrario, se enfrentan a gente
deshumanizada, no personas, que preguntan más bien como poder creer en un Dios
bueno y liberador dentro de un mundo de sufrimiento y opresión.
Yo creo que este enfoque
se halla más cerca de la pretensión de Jesús que el primero. Pienso que nuestra
teología occidental habrá de combinar ambas formas si no queremos desembocar en
definitiva en una teología emancipada que bordea la fe cristiana y la cristología”
(E. Schillebeeckx)
4. La lucidez de las observancias comunes
Comienza este apartado con dos citas,
una de Julián Marías, de la que
extraigo este párrafo: “La seguridad
priva al hombre de lo más propio de él: la iniciativa, la exploración, el
ensayo, el riesgo, la creación…” y otra de Salvador de Madariaga.
En las cinco largas páginas que
componen este apartado, hace mención a la vida comunitaria en los diversas comunidades
dominicas, cuya vida transcurre, más o menos según dice en este párrafo de la
pág. 128: “Nuestros conventos, en general,
se parecen más a un monasterio que a una simple residencia sacerdotal, aunque
en alguna circunstancia se dé el peligro de que una comunidad o su actividad
laboral y apostólica pueden hacer que se asemejen más a un lugar donde residen
sacerdotes con una independencia rayana en el individualismo. El número de
frailes, por tanto es una de los condicionantes, pues no es lo mismo una
comunidad de tres o cuatro frailes, o de diez o más, de ahí que mantener un
estilo de vida común que sea intermedio entre los “monjes” y los “religiosos”
es mucho más complicado…”
Continúa a lo largo de esta páginas
analizando la vida en las comunidades, con los diversos matices de cada una
teniendo en cuenta que (pág.131) “Hemos
de trabajar y predicar en medio de una sociedad que te invita continuamente al
individualismo y a la defensa a ultranza de lo personal; por tanto, nuestra
postura salvadora y testimonial como contrapunto nos ha de llevar a tener un
cable tendido hacia el lugar de origen… como asidero, con la comunidad para no
caer en la más crasa de las rupturas con la vida dominicana…”
No es posible poner en estas breves
líneas, toda la densidad que tienen estas cinco páginas; pero merece la pena
leerlas detenidamente.
5. La lucidez de la vida en común
Este apartado va de la
página 133 a la 139, comenzando por una cita de A. de Saint-Exupéry, de la que
extraigo este párrafo: “Puesto que soy
uno de ellos, jamás renegaré de los míos, hagan lo que hagan…”Al igual que en apartado
anterior, no es fácil hacer un extracto de este, por ello tomaremos algún
párrafo, que sea “representativo” en la medida de lo posible. Así por ejemplo
en la página 134 leemos: “…sabemos que lo más conflictivo es vivir juntos, y
más que vivir juntos con sentido gregario, se trata de vivir unidos, concordes
lo más posible. Muchas veces la vida en común se ha convertido en algo “tan
común” que ha terminado por ser vulgar. Todas las ciencias humanas en la
actualidad insisten en la creación de un clima propicio para el desarrollo
comunitario…” y más adelante en la página 135: “En este mundo nuestro, llamado la “gran aldea electrónica”… donde no
parece haber secretos, comprobamos que las gentes están más solas… y no digamos
los jóvenes… que vine más a lo suyo… han apagado la luz de la palabra comunicadora…
y han encendido el televisor, el ruido [el WhatsApp, ahora, cuando se
escribió el libro no había móviles] el
aislamiento y sus consecuencias lógicas no se hacen esperar…” y más
adelante “En la vida de los dominicos, la
vida comunitaria ha sido desde siempre… lo que ha sostenido su predicación, su
consagración, su estudio, su trabajo diferenciado…”, para matizar en la
página siguiente “En estos últimos años
hemos de reconocer que mientras los demás recuperaban el valor de la vida en
común, nosotros hemos caído con frecuencia en el extremo contrario: un estilo
de vida con un acentuado liberalismo…”Termina el apartado y el
capítulo con estas hermosas frases: “Quien
esté dispuesto a venir con nosotros que no piense en encontrar la
comunidad-nido cálido. Que venga a perfeccionar lo que existe, a poner lo mejor
de sí mismo al servicio de los demás… que esté dispuesto a asimilar una
experiencia de vida acumulada a través de los siglos… Quien decida correr el
riesgo de vida compartida dentro de la luz dominicana ha de contar con muchas
esquinas con las que chocará y se enfrentará; sólo su capacidad de superación y
de confianza en sí mismo le ayudará a vivir por encima de los mil obstáculos
que surgirán en el comunitario vivir… Nunca se insistirá lo suficiente en el
cuidado del afecto y la amistad en nuestras vidas comunitarias. Quien esté
interesado en traspasar el umbral de nuestra vida ha de fundamentar la suya en
una fe profunda en Dios, en una esperanza firme en la causa del evangelio, en
un amor servicial y desinteresado por los demás. Jesús les repetía a sus amigos:
“No temáis… hombres de poca fe. Yo estaré con vosotros todos los días de vuestra
vida”. Pero tampoco les ocultaba las asperezas -¿Estáis dispuestos a beber el cáliz
que yo he de beber…? – que la adhesión a Él y su mensaje requería”.