Lecturas
de verano
Agosto
2016
El
fantasma de la libertad
En 2004, el periódico de Múnich Süddeutsche
Zeittung invitó al foro “Medioambiente-Ciencia, a un neurocientífico, a un
penalista, a un historiador y a un filósofo. En esta discusión, el neurocientífico;
Gerhard Roth, mantuvo que “dos fundamentos esenciales del concepto de libertad
ya habían sido rebatidos: el primero es la creencia del que “yo soy el que actúa”;
el segundo la sensación subjetiva de la posibilidad de elección: “Yo podría
haber actuado de otra manera si hubiese querido”. El yo no se encontró en
ningún lugar en el cerebro, pero sí los mecanismos inconscientes que determinan
los supuestos actos de voluntad libre”
El párrafo anterior está sacado de la página 148, prácticamente
al final del libro “El fantasma de la
libertad”, de Francisco J. Rubia, Ed. Crítica, libro, que como decía en la
entrada del 21 de julio, ha llegado a mí, por la bibliografía del libro “Otro modo
de ver, otro modo de vivir”, de Enrique Martínez Lozano.
“El fantasma de la libertad”, quizá no sea un libro
para leer en el verano, y menos, en los días en que la máxima ha superado los
35º C; pero leído, aunque “no estudiado”, ni posiblemente “asimilado”, ha sido.
Dejémoslo en que ha sido una primera lectura, pendientes de otras sucesivas,
que es como creer en los reyes magos. Sea como sea, voy a dar unas pinceladas
del mismo: está dividido en ocho capítulos, además de una introducción y un
anexo al final.
En el primer capítulo hace una recopilación de las
distintas posturas filosóficas a través de la historia, sobre el libre albedrío
y el determinismo, En el segundo, se trata el libre albedrío en la actualidad,
que comienza por distinguir entre los libertarios, los compatibilistas y los
deterministas Y en el resumen, que pone el autor de este capítulo leemos: “En
la discusión sobre la existencia o no del libre albedrío, llama la atención que
si adoptamos una postura dualista y aceptamos la existencia del alma o una
entidad inmaterial que gobierne o controle al cerebro, desaparece como por
ensalmo toda esta problemática… Pero si no aceptamos esa postura dualista,
debemos preguntarnos cómo es posible que el cerebro sea una excepción a las
leyes de la naturaleza. El cerebro materia como el resto del universo, tendrá
que estar asimismo determinado, de manera que no pueda existir voluntad libre…”
En el tercer capítulo, titulado “Lo que han dicho los
científicos”, parte de los experimentos de los científicos Kornhuber y Deecke
en 1965, cuyos resultados movieron en 1983 a Benjamín Libet y colaboradores de la Universidad de California, a
realizar nuevos experimentos, llegando a la conclusión de que la impresión
subjetiva, de una acción tal como mover un dedo, había sido anterior en el cerebro.
Por tanto, la actividad cerebral no era la consecuencia de la sensación
subjetiva de voluntad de acción, sino que precedía a esa voluntad. Dedica
varias páginas a estos experimentos. Más adelante en este mismo capítulo,
dedica un apartado a “Argumentos de la neurociencia a favor del determinismo” y
termina con el apartado “la voluntad libre y la ciencia”, en el que cita las
opiniones de diversos científicos sobre este tema. A mi particularmente me ha
llamado la atención la opinión del neurofisiólogo John Eccles (1903-1997), que
sostiene la existencia de un ente material que interacciona con el cerebro. Se
acogió a la física Cuántica, para defender la voluntad libre, que actuaría,
controlando en el cerebro, a través de los llamados campos de probabilidad, la
liberación de neurotransmisores en las sinapsis de la corteza cerebral. También
el matemático Roger Penrose, hace uso de la física Cuántica para explicar el
funcionamiento del cerebro.
En el capítulo cuarto, trata de “Los argumentos de
Daniel Wegner”, profesor de psicología de la Universidad de Harvard, que en
2002 escribió el libro The illusion of
Conscius Will (La ilusión de la voluntad libre) donde argumentaba a favor
del determinismo de nuestros actos mentales. Comienza diciendo que parece que
queremos conscientemente nuestros actos voluntarios, pero que eso es una
ilusión. Argumenta que la voluntad es una ilusión y cita al filósofo David
Hume, que afirmaba que la voluntad “No es otra cosa que la impresión interna
que sentimos y de la que somos conscientes cuando sabiéndolo ocasionamos un
movimiento de nuestro cuerpo, o una nueva percepción de nuestra mente”.
Refiriéndose a los experimentos de Libet, Wegner constata que parece ser que la
iniciación de un movimiento voluntario se produce de una manera inconsciente en
el cerebro y antes de que surja la sensación subjetiva de voluntad. Lo muestra
en el “Síndrome de la mano extraña o mano ajena”. Otros ejemplos en “El curioso
fenómeno de la hipnosis”, “El síndrome de Capgras”, “El síndrome de Gilles de
la Tourette”, “La corea (danza) de Huntington” (o baile de San Vito), “La
enfermedad de Parkinson”, dedicando un apartado a cada uno de estos casos en
este capítulo y terminando con un breve resumen, en el que leemos: “ La
sensación subjetiva de voluntad puede acompañar o no la realización de
movimientos, lo que parece apuntar a que esa sensación no es la causa de los
movimientos como solemos creer”
En el capítulo
quinto, titulado “El resurgimiento del inconsciente”, hace un recorrido
sobre este concepto, de filósofos y médicos, desde la antigüedad, como Platón, Claudio
Galeno, Alemeón de Crotona (S. VI a.C.) y posteriores como Agustín de Tagaste y
Tomás de Aquino (el autor los denomina así, en lugar de San Agustín y Santo
Tomás) y de épocas más recientes, como Paracelso, Baruch Spinoza, Leibniz,
David Hume, Inmanuel Kant, etc. hasta llegar a Sigmund Freud y Carl Gustav
Jung, que además del inconsciente personal postula la existencia del
“inconsciente colectivo”. Escritores como Dante, Cervantes, Shakespeare,
Friedrich von Schiller, Goethe y otros muchos. Curiosamente cita a Jean-Paul
Sartre, que rechaza la noción de inconsciente en su obra “el ser y la nada”.
También cuenta que la famosa idea del inconsciente como la parte hundida del
“iceberg” de la mente, que no es como suele suponerse de S. Freud, sino del músico
y matemático alemán Gustav Theodor Fechner (1801-1887). Cita muchos más nombres
de médicos, filósofos y escritores; pero no es el caso ponerlos todos en este
breve resumen. En la página 104, en este mismo capítulo está el apartado “La
debilidad de la conciencia”, en el que comienza citando a Paul McLean
(1913-2007), que crea el término “cerebro trino”, hipótesis que contempla “tres
cerebros”, el reptiliano, responsable de automatismos, rituales y conductas
inconscientes, envuelto por el límbico o emocional, que sirve de filtro
emocional de la información, que rodea al anterior y es la sede de las
funciones mentales. El filósofo alemán
Hegel, utiliza la palabra Aufheben,
para describir “terminar, conservar y elevar a un nivel superior”, que es lo
que ocurre con las funciones que se añaden a la evolución del cerebro. En su
libro Jano, Arthur Koestler, acuña el
término holón, para un subtotal de un total mayor. Gustave Le Bon, en “Psicología
de las masas”, plantea la importancia del comportamiento de las muchedumbres,
en las que se pierde la personalidad individual consciente que es suplantada
por una “mente colectiva”. En la página 107, cita los experimentos de Wilder
Penfield, en la mitad del siglo pasado. Todo lleva a concluir que la mayoría de
las funciones cerebrales son inconscientes y que la mayoría de los procesos
inconscientes son decisivos en la toma de decisiones.
El capítulo sexto, “Funciones inconscientes”, trata de
las funciones que el cerebro realiza de forma inconsciente. Los sentidos reciben
más de once millones de bits por segundo y sólo una pequeña parte de esta
información llega a la consciencia. De toda la actividad del cerebro sólo el
0,1 por ciento se hace consciente. Algunas funciones discurren sin consciencia
alguna, como los que expresa en distintos apartados de este capítulo: la visión
ciega, los síndromes de negligencia y extinción, la memoria en la amnesia, el
mido inconsciente, el reconocimiento de caras (la prosopagnosia es una enfermedad, debida a una lesión entre el
lóbulo y el lóbulo occipital, que impide al paciente reconocer las caras), la
atención, el condicionamiento clásico, el aprendizaje inconsciente, el
lenguaje, la anasognosia (pacientes con falta total de autoconsciencia de los
déficit lingüísticos)y el instinto moral
inconsciente. Concluyendo que los resultados de los ejemplos anteriores, que la
mayoría de los procesos cognoscitivos son inconscientes.
El capítulo séptimo “Sobre constructivismo”, hace un
repaso sobre la cuestión de la percepción según diversos autores. Algunos autores
como Gerhard Roth, han afirmado que no
vemos con los ojos, sino, con las áreas visuales del cerebro, así que el
proceso de percepción es una atribución de significado a procesos neuronales
que no lo tienen. Una buena parte de
este capítulo, está dedicada a Humberto Maturana y Francisco Valera, que en su
libro “El árbol del conocimiento” explican que nuestra experiencia está unida
de manera indisoluble a nuestra estructura. No vemos el espacio, ni los
colores, sino que vivimos nuestro campo visual y nuestro espacio cromático.
El capítulo octavo y último “El origen inconsciente de
la creatividad”, según el autor, la ciencia ha sustituido a los dioses de la
antigüedad por la actividad inconsciente de nuestra mente, actividad que
ilumina nuestra conducta y descubriéndose asociaciones que la consciencia no
conoce y que de pronto se hacen conscientes. Cita ejemplos clásicos, como el
del químico alemán August Kekulé, que en sueños vió el uroboro, (arquetipo de C.G Jung, serpiente que se muerde la cola) y
así descubrió la estructura del benceno.
Termina el libro con un anexo: “El manifiesto”,
publicado en Alemania en 2004, del que haremos una breve reseña en próxima
entrada y haremos una reflexión personal sobre este libro y este apasionante
tema