Deja todo y sígueme (dice
Jesús) (1)
Padre,
si es posible, pase de mi este cáliz;
pero
no se haga mi voluntad, sino la tuya
Oración de Jesús en el huerto
El hilo conductor de esta
entrada es el capítulo ocho del libro que he venido comentado en entradas anteriores,
“Jesús y el alma de los evangelios”,
de Thomas Moore. El título del
capítulo es “Reinventar el ego. La visión espiritual y las emociones
humanas”. En principio pensé, antes de leerlo, que se refería al ego al que
aludía al final de la entrada del pasado 30 de octubre, titulada Emaús y el
monte Tabor, en el que deberíamos hacer desaparecer nuestro ego, para “que la mano
izquierda no se entere de lo que hace la derecha”; pero al comenzar a leer este
capítulo, veo que es más que eso, como podemos deducir del párrafo que extraigo
de la página 160: “En ocasiones los
psicólogos y los maestros espirituales dan la impresión de que tener un ego es
más un problema que una bendición. Pero un ego no es necesariamente el ego del
egocentrismo o el yo del egoísmo. Tener un ego significa esencialmente tener un
sentido de subjetividad, un yo en el sentido más puro. Significa ser dueños de
nosotros mismos y sentirnos seguros, ser capaces de actuar y lograr lo que nos
proponemos, y también de relacionarnos con los demás” ello implica “salir de la zona de confort”,
frase que ahora está de moda, salir a la intemperie, cumplir con la misión que
se nos tiene encomendada, cumplir la voluntad de Dios, y nada más, sin esperar
que nadie nos aplauda ni reconozca nuestros méritos. De eso va el capítulo.
Cuando el diablo tienta a Jesús, con aparecer en el pináculo, arrojarse y que
lo recogieran los ángeles, para manifestar su poder, lo está tentando a que tal
prodigio maravillara a los espectadores, que lo aplaudirían y dirían que bueno
es Jesús que nos salva; pero la salvación vino de otra manera, por el ego, al que se refiere este capítulo: “… un ego no es sólo un instrumento que nos
ayuda a resolver los problemas de la vida práctica. Es también un músculo de
imaginación atento al mundo interior y al reino espiritual. Se halla en el
centro, como un mediador, entre la vida visible y la invisible. Sirve al alma,
al espíritu y al cuerpo… es capaz de
unir los dos reinos… pero cuando falta ese ego tan eficaz, por lo general la
persona se afana en adquirirlo y lucha por un pseudo ego… el resultado es el
egocentrismo, el egoísmo, el narcisismo, la inseguridad, la dominación y la
sumisión, alternativas nada atrayentes”. Tres páginas antes del párrafo que
acabo de exponer, hay un apartado titulado “El hombre del aceite de oliva”, que evoca, al menos a mí, a
aquellos vendedores, que en mi niñez iban con una carga de aceite en sus
caballerías para venderla por los pueblos. Nada que ver con esto... El aceite
de oliva es el ingrediente indispensable para cocinar y sanar, “eleva tanto los alimentos preparados con él
como a una persona ungida con él a un nivel más alto de potencia y espíritu. “Cristo”, el hombre del aceite de oliva,
el “ungido”, significa “elevado a
nivel del espíritu” o de una nueva visión”. Así como en Caná vimos la “metanoia” que
representa el agua convertida en vino, aquí vemos que el hecho de ungir con
aceite constituye la iniciación a un nuevo nivel de ser.
Esto es lo que da a Jesús
la potencia de su ego, de su fuerte yo, de saber que tiene una misión que
cumplir, que tiene que beber del cáliz, aunque le gustaría que pasara. Este
ego, nada tiene que ver con nuestros mezquinos egos, llenos de vanagloria,
egocentrismos, narcisismos y otros ismos. Y dentro de este apartado leemos: Nosotros también
nos hallamos a medio camino entre nuestros pensamientos más profundos y la
llamada a nuestro destino. Todos podríamos añadir a nuestro nombre el de “Cristo”,
indicando las dos corrientes que fluyen a través de nosotros la mundana y la
espiritual… podríamos referirnos a la naturaleza de Cristo. Si somos consncientes
de nuestro destino y de nuestra relación con la comunidad, incluida la
naturaleza, también estamos ungidos; pero tendríamos que bajar al torrente Cedrón, enfrentarnos a nuestro Getsemaní particular y enfrentarnos a la muerte,
para luego resucitar. O como San Pablo, iniciar el camino de Damasco. “Jesús no es un superhombre extraterrestre ni
un ángel insustancial ajeno a toda pasión humana…”, [como afirma la herejía
llamada “docetismo] al contrario, “penetra
profundamente en el sufrimiento, al tiempo que se eleva hasta lo más alto de su
espiritualidad. La hondura de su emoción ofrece una base humana a su visión
divina. Ambas cosas le convierten en un modelo de compasión y receptividad”
El sentido del yo, al que
antes aludíamos, hace que esté siempre pendiente de las demandas del “padre
celestial”, no el anciano de largas barbas, que estamos acostumbrados a ver en
la iconografía, sino de la “Fuente de Creación eterna” y del sentido de la vida
y así, en la pág. 163 leemos: “Cuando
Jesús honra a su padre celestial, como hace continuamente en los Evangelios,
muestra una cierta sacralidad de su ego, un sentido del yo abierto a los
misterios de la existencia… En Getsemaní, Jesús desea sinceramente evitar el
dolor y el tormento de su inminente condena y ejecución, y al mismo tiempo
experimenta un deseo más intenso de respetar el deseo de su padre celestial…
Getsemaní no representa una lucha de voluntades sino un encuentro de
intenciones. La vida desea algo de nosotros, y esa intención choca con lo que
nosotros deseamos en los estrechos límites del yo disminuido”
Y es aquí, en donde vuelvo
a nuestra vida cotidiana, a “nuestra zona de confort”, a Jonás, que se va a
Tarsis, o la Costa del Sol, si así lo prefieren y se olvida que su misión es ir
a Nínive. Tuvo que caer en las profundidades del mar, pasar por la “puerta de
damasco”, cruzar el torrente Cedrón y estar tres días en las profundidades del
vientre de la ballena, para cumplir su misión. Tuvo suerte. Otros no la tienen
o no la tenemos y llegamos a la meta, con las manos vacías.
Pidamos al “Padre
celestial”, que “Nos muestre el camino y nos instruya en sus sendas”, como reza
el salmo 25, para emular a Jesús, estar ungidos, como él y cumplir nuestra
misión.
Todavía quedan 13 páginas
de este capítulo, así es que volveremos sobre ello.