jueves, 27 de septiembre de 2018


No podemos caminar, por el desierto bajo el sol (1)

Preguntad a las naciones: ¿Quién oyó cosa igual? Algo horrible ha cometido la doncella de Israel. Mi pueblo se ha olvidado de mí,  para ofrecer incienso a dioses vacíos que les hacen desviarse de las sendas antiguas, y tomar veredas y caminos no trazados; dejarán su tierra desierta, y  será objeto de burla perpetua; todo el que pase por ella quedará estupefacto y meneará la cabeza.
Jeremías 18, 13; 15-16


No es fácil resumir en pocas líneas la actualidad de este pasaje bíblico, escrito hace más de 2500 años. No voy a fijarme en la sociedad de hoy, ni en la de ayer. No soy quien para juzgar, pues como me comentaba una buena persona “bastante tengo con lo mío, para fijarme en lo que hacen los demás”. Me fijaré en la frase: “Mi pueblo se ha olvidado de mí” ¿Y cómo lo interpreto? Fijándome en quien nos hemos olvidado, de Jesús de Nazaret, en su mensaje, en su evangelio, que nos invita a entrar en “el Reino”, aquí y ahora, en la tierra. Sigue leyendo, amigo lector, que no voy a soltar un sermón, ni un tratado teológico. Sólo voy a comentar unas cuantas ideas, que he sacado del libro, que ya he citado en anteriores entradas, de este mismo blog: “Jesús y el alma de los evangelios” de Thomas Moore de ediciones Urano.
Cuando escribo esto, puedo resumir lo que he leído, hasta el capítulo 5 incluido, así: Hay cuatro conceptos claves y puedo resumir en cuatro puntos, siendo el primero la “metanoia”, que procede de dos importantes vocablos griegos: “meta” y “noia”. Meta significa después, en ocasiones “más allá” y noia se refiere al orden del universo. Podríamos identificar el término, para lo que queremos expresar, como cambio de manera de pensar, en definitiva conversión. Copio literalmente de la página 57: “La metanoia es uno de los cuatro términos griegos que resumen la filosofía de Jesús. Los otros son basilea, agape y therapeia: el reino, la regla del amor y la labor de sanar. Los cuatro términos están relacionados entre sí; los cuatro interactúan, definiéndose unos a otros.
La visión de Jesús es sutil y trasparente y posee un mayor fundamento y certeza que cuando nos gritan a la cara. También Jesús habla claro muchas veces, como cuando delante de la mujer adúltera, afirma “quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Pero el concepto de “metanoia” lo expresa en algunos pasajes, como  el de Nicodemo, Juan 3,15. “A menos que alguien nazca del agua y del espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”. En este pasaje, se nos invita a “nacer de nuevo”, es decir a entrar en el reino.
Volviendo al libro, el capítulo 2, titulado “Un cambio radical de visión”, está todo dedicado a la metanoia, a nuestro cambio de actitud y de manera de pensar, que complementa con el siguiente capítulo, dedicado íntegramente a las “bodas de Caná”, en que Jesús realiza su primer “milagro”, como sabemos, convirtiendo el agua en vino, y que “estruja” más el concepto de metanoia; pero antes, vamos a detenernos en la página 59, dentro del apartado “La alquimia del bautismo”: A partir de Mateo 3,11: cuando pone en boca del Bautista, “Yo os bautizo con agua… Pero el que viene d detrás de mí… os bautizará con Espíritu Eanto y fuego”, leemos literalmente: “El bautismo es la expresión simbólica y ritual de la metanoia, y ese pasaje revela que el bautismo presenta dos aspectos, simbolizados por el agua y el fuego. El agua disuelve el viejo mundo… y el fuego… quema nuestra vieja vida y nos incita a vivir una nueva”. Podría extenderme mucho más; pero no quiero cansar al lector y paso a comentar algo del siguiente capítulo, dedicado como dije antes a la conversión del agua en vino en las bodas de Caná. Antes quiero advertir, que este libro, no sigue al pie de la letra las enseñanzas tradicionales y ortodoxas sobre los evangelios, de hecho el substituto de este capítulo es “Jesús el epicúreo”, aunque también es verdad, que no se sale de ellas. Dicho esto, nos vamos a Caná de Galilea y leemos en la página 67: “La humanidad que emana de esta historia forma parte de su mensaje: Jesús reacciona ante la preocupación de su madre y ofrece una muestra de su doctrina durante una fiesta, a propósito de algo tan corriente como el hecho de que el vino se agote. Al mismo tiempo,  el banquete de boda representa la condición humana presente: nuestro vino, nuestra vitalidad, complejidad y espíritu, se agota. La transformación del agua en vino significa un cambio más profundo en el espíritu humano; es el paso de la simple inconsciencia a una visión embriagadora. Constituye el tema central de los evangelios: experimentar un cambio de visión y descubrir la vida en toda su abundancia e intensidad”. No quería entretenerme mucho, en este capítulo, que dará para mucho más, solamente diré que cita, entre otros, a Thomas Merton, que según el autor, poseía el espíritu de Caná: “era al mismo tiempo ascético y epicúreo, al igual que Jesús “ y a Santo Tomás de Aquino, que “se refirió también al estado de embriaguez en un sentido teológico: “el vino, observó en su comentario sobre “De Trinitate de Boecio”, con frecuencia significa la sabiduría dina, mientras que el agua significa la sabiduría secular
Pues bien una vez que hemos experimentado la  metanoia” entramos en “basilea”, el reino y una vez allí actuar con “agape”, la regla del amor, practicando la “therapeia”, la sanación como hizo Jesús.
 En próximas entradas intentaré desmenuzar esto un poco más.

viernes, 14 de septiembre de 2018


El Reino de los cielos
(en la tierra)

Este libro… Revela a un Jesús cuyas enseñanzas van dirigidas a todo aquel que va en busca de un sentido, no sólo a los cristianos. Muestra un mensaje evangélico que no pertenece a ninguna iglesia, comunidad o tradición. Sugiere que el propósito de Jesús no era formar una religión sino transformar el mundo; no explotar esta vida a cambio de una recompensa celestial sino establecer un paraíso en la Tierra.
Thomas Moore en “Jesús y el alma de los Evangelios”,
 final del prólogo.



Muy poco he leído de este libro, cuya aparición, para mí ha sido una sincronicidad, de las que se han dado en llamar “diosidencia”, para indicar que es algo más que una simple coincidencia. Ha sido Dios, quien me ha llevado a donde estaba este libro, en una biblioteca pública.
Esta tarde he leído el prólogo y poco más; pero me ha hecho reflexionar, que efectivamente el reino está dentro de nosotros. Lc, 20-21, si sabemos dar con él y si lo encontramos, debemos compartirlo, no guardarlo.
Hay un cuento sufí, que nos produce risa, cuando lo oímos por primera vez. Es Nasrudín, que ha perdido la llave y alguien le pregunta ¿Dónde las has perdido? Y contesta allí en lo oscuro. Y la pregunta inquisitorial ¿Por qué la buscas aquí? La repuesta de Nasrudín: ¡Por qué aquí hay una farola!  Da risa verdad; pero profundizando un poco, tal vez no, ya que si es la llave de nuestra vida, nuestro centro, nuestro “Reino”, lo hemos perdido en un sitio, donde hay oscuridad y a veces mucha. Es necesario buscar en la luz y eso es lo que dice el cuento.
Hay situaciones, vivencias, estados existenciales, modos de vida, hábitos, proyectos vitales, que no pueden definirse en pocas palabras. Es necesario recurrir a descripciones, más complejas, como parábolas e incluso a mitos. Por eso Jesús en los evangelios muchas veces se expresa en parábolas. En la página 29 del libro citado al principio, dice “Una parábola bíblica es una parábola geométrica: uno se adentra en un historia da un giro de 180º y regresa al punto de partida habiendo realizado un vuelco sorpendente”. Otra vez, como Nasrudín, salimos de la oscuridad a la luz, regresando otra vez a la oscuridad; pero ya iluminados.
Esta iluminación la hace Jesús con su mensaje, no pocas veces utilizando parábolas. Ahora me viene a la mente, la parábola del hijo pródigo Lc 15, 11-32. Acabo de leer el magnífico libro de Henri J. Nouwen “El regreso del hijo pródigo” y ¡Que lección me ha dado su lectura! Y que mal nos han explicado esta parábola. Cuando nos percatamos, realmente de su significado profundo, nos damos cuenta que, es la forma de encontrar el reino. En efecto, en algún momento de nuestra vida, hemos querido “salir de casa”, pensando que lo de fuera es maravilloso y no hemos encontrado más que miseria, nos hemos descentrado, hemos perdido la llave de nuestra existencia, llegando a la conclusión ¡Qué bien se estaba en casa!, es decir hemos sido el hijo menor. También hemos sido el hijo mayor, ya que hemos sido cumplidores, intachables; pero llenos de resentimiento, porque esperamos que se reconozca nuestra valía… Todo lo mío es tuyo le dice el padre al hijo mayor ¿Qué más queremos? El objetivo vital, es convertirnos en padre/madre, siendo misericordiosos, sin esperar nada a cambio, como nuestro Padre celestial, lo es. Si llegamos a esto, hemos conquistado el reino. Nouwen lo explica muy bien a lo largo de casi 160 páginas.
Y en esto estamos, buscando el reino y ya sabéis, cuando lo encontramos, todo lo demás lo tenemos. Nada nos turba, como decía nuestra Santa, porque tenemos a Dios y por tanto nada nos falta.

martes, 4 de septiembre de 2018


¿Por qué no confiamos?

  «Toma la vara y reúne a la asamblea. En presencia de ésta, tú y tu hermano le ordenarán a la roca que dé agua. Así harán que de ella brote agua, y darán de beber a la asamblea y a su ganado.»
Tal como el Señor se lo había ordenado, Moisés tomó la vara que estaba ante el Señor. Luego Moisés y Aarón reunieron a la asamblea frente a la roca, y Moisés dijo: « ¡Escuchen, rebeldes! ¿Acaso tenemos que sacarles agua de esta roca?» Dicho esto, levantó la mano y dos veces golpeó la roca con la vara, ¡y brotó agua en abundancia, de la cual bebieron la asamblea y su ganado!
El Señor les dijo a Moisés y a Aarón: «Por no haber confiado en mí, ni haber reconocido mi santidad en presencia de los israelitas, no serán ustedes los que lleven a esta comunidad a la tierra que les he dado.» 


Este pasaje, a mí siempre me ha dado que pensar y lo veo de manera simple, sin meterme en laberintos teológicos, simplemente lo veo, como que queremos ser nosotros los que hacemos las cosas, sin pensar que las causas primeras, como enseñaba Santo Tomás, están por encima de los sucesos y nosotros, poco podemos hacer. Somos meros agentes y nada más.
Esta reflexión tan simple, nos lleva mucho más lejos, hasta nuestro comportamiento en la vida y nuestra forma de actuar, incluso en nuestras carreras profesionales, tanto si nos movemos con arrogancia y prepotencia, como si actuamos con falsa humildad. Nos olvidamos de la “causa primera”, que no es sólo causa, sino que es Amor incondicional, que no pretende contabilizar nuestros logros, ni nuestros fallos. Que somos trabajadores de la viña, independientemente de la hora que hayamos ido a trabajar y no nos vamos a quedar sin salario. El Padre/Madre es generoso/a y no solamente nos espera, sino que nos busca; pero nosotros más veces de la cuenta, no nos dejamos encontrar, pues estamos ocupados “en golpear la roca dos veces” y esperar que brote el agua, sin darnos cuenta que el agua no brota, porque nosotros hayamos golpeado la roca, sino porque “la causa primera” la ha llevado hasta allí.
Una frase, que se atribuye a Cicerón es “causa causarum miserere mei” (Causa de las causas, ten piedad de mi)  dicen que en el lecho de muerte. No lo sé cuándo lo dijo; pero lo cierto es que “la causa de las causas”, es decir la cusa primera, está teniendo piedad, de mí en todos los momentos de mi vida, es el Padre amoroso, que me abraza; pero yo ando perdido, lejos de casa, como el hijo menor de la parábola de Lucas, o en la casa, pensando que sin mí no sale a flote la hacienda, como el hijo mayor, sin darnos cuenta que es el padre, quien cohesiona todo y que nos está esperando. Por eso no confiamos.
Todo esto se me ha ocurrido, al estar leyendo ahora, el magnífico libre de Henri J. Nouwen “El regreso del hijo pródigo” Ed. PPC. Es un diamante de mil caras ese libro, que no puede resumirse en una entradilla de un blog, como este. Sin embargo pinceladas como esta si es posible meditar.
Entre las páginas 116 y 117,  del citado libro, está este magnífico apartado, que añado al final de la reflexión:


Un amor primero y para siempre
“Durante mucho tiempo consideré la baja autoestima una virtud. Me habían prevenido tanto contra el orgullo y la presunción que llegué a considerar que despreciarme era algo bueno. Pero ahora me he dado cuenta de que el verdadero pecado es negar el amor de Dios hacia mí, ignorar mi valía personal. Porque sin reclamar este primer amor y esta valía, pierdo el contacto con mi verdadero yo y comienzo a buscar en lugares equivocados lo que sólo puede encontrarse en la casa del Padre.
No creo que esté sólo en esta lucha por reclamar el amor primero de Dios hacia mí y mi propia valía. Detrás de mucha de la competitividad y rivalidad humana; detrás de tanta confianza en uno mismo y de tanta arrogancia, a menudo se esconde un corazón inseguro, mucho más inseguro de lo que uno se imagina. Siempre me ha impresionado encontrar a hombres y mujeres con un talento indiscutible y con grandes compensaciones por sus logros, que dudan de su propia valía. En vez de considerar sus éxitos signos de su belleza interior, los viven como un encubrimiento de su baja estima personal. No pocos me han confesado: la gente supiera lo que hay en lo más profundo de mí mismo, dejarían de aplaudirme y de alabarme.
Recuerdo muy bien la conversación que mantuve con un joven querido y admirado por todos. Me contó cómo un pequeño comentario hecho por uno de sus amigos le hizo caer en el abismo de la depresión. Según me dijo, lloraba constantemente y su cuerpo se retorcía de angustia. Sentía que su amigo había roto sus muros defensivos y que le había visto tal y como era: un hipócrita, un hombre despreciable tras su brillante armadura. Al oír su historia me di cuenta de lo infeliz que había sido a pesar de la envidia que despertaba en los demás por sus dones. Durante años se había hecho estas preguntas: Y cada vez que subía un peldaño más en la escalera del éxito pensaba:
Éste es un ejemplo de cómo vive mucha gente; nunca están completamente seguros de que se les quiere tal y como son. Muchos tienen historias terribles que explican el bajo concepto que tienen de sí mismos: historias sobre padres que no les dieron lo que necesitaban, sobre profesores que les maltrataron, sobre amigos que les traicionaron, sobre una Iglesia que les dejó en un momento crítico de sus vidas.
La parábola del hijo pródigo es la historia que habla del amor que ya existía antes de que cualquier rechazo y que estará presente después de que se hayan producido todos los rechazos. Es el amor primero y duradero de un Dios que es Padre y Madre. Es la fuente del amor humano, incluso del más limitado. Toda la vida y predicación de Jesús estuvo dirigida a un único fin: revelar el inagotable e ilimitado amor materno y paterno de su Dios y mostrar el camino para dejar que ese amor dirija nuestra vida diaria. En este cuadro, Rembrandt refleja este amor de forma muy clara. Es el amor que siempre da la bienvenida a casa y que siempre quiere celebrarlo.”