El
guerrero necesita vencer al dragón
Si el
guerrero no está en forma, es vencido por cualquier “dragoncito”
Acaba
de ocurrírseme
Hace unos
días, vi la magnífica película “El camino del guerrero”, cuyo título en España
es “El guerrero pacífico”, de 2006. “El camino del guerrero”, es el título en Argentina, que es la versión que he
visto yo. Hay otras con ese título; pero
yo me refiero a la dirigida por Victor Salva y protagonizada por Scott
Machlowich, en el papel de Dan, el protagonista, que va superando las distintas
fase Hs para llegar a “la medalla de oro”, en gimnasia, y por Nick Nolte, en el papel de
Sócrates, su “maestro espiritual”. La frase que da título a esta entrada la
saqué de una frase que oí en la película.
Ayer
celebramos la fiesta de San Miguel, que vence al “Maligno”, al igual que San Jorge
vence al dragón y esa es nuestra
historia. Todos somos Jorge y el dragón acecha; por ello necesitamos estar en
forma, pues el dragón es muy sutil, lo mismo engatusa, que coarta, frena,
acelera, enfría, calienta, hipoteca, chantajea, sermonea, subyuga, ilusiona, nos induce a la vanagloria, a buscar atajos,
produce confusión, desánimo, remordimientos… una lista interminable de acciones
y sentimientos, que en definitiva nos apartan de nuestro verdadero objetivo: “Buscar
el Reino”, en lo que traigamos entre manos. Lo que estemos haciendo, hagámoslo
con amor, poniendo en ello nuestra atención, discerniendo cuales son las
motivaciones de nuestras empresas; pues a veces acciones muy buenas, pierden su
esencia, porque, por poner un ejemplo, no están motivadas más que por
vanagloria. Recordaremos sin duda, la tentación que le hizo el diablo a Cristo en el
pináculo del templo: “Si eres hijo de Dios arrójate al vació, vendrán los
ángeles y….” ¡menudo espectáculo!, allí estaría Tele 5 para grabarlo y ponerlo
en exclusiva mundial. Esta es una tentación muy sutil, como escribía antes. Yo
mismo al escribir esto, me estoy preguntando si no me estaré dejando vencer por
esta tentación.
Es necesario estar en forma, para vencer al
dragón y para ello es necesario; pero no suficiente, velar las armas, para
armarse caballero, como D. Quijote, pasar la noche en vela, en oración y
discernimiento para estudiar el mapa, localizar la posición del dragón,
visualizarlo, distinguirlo de los falsos reflejos, conocer sus intenciones, y no emprender la batalla, hasta que no se
estemos preparados, lo que implica también estar preparados para las posibles
derrotas parciales, que aparecerán, analizando los fallos que nos hayan llevado
a ello e intentar por todos los medios no volverlos a cometer. Es decir, no hay
que dejar de perseverar.
Velar las armas, también implica, hacer
profunda y sincera oración, mostrándonos ante Dios, humildemente impotentes. ¡Señor
yo no soy nada ante ti! Y como dice el salmista (Salmo 102):
Escucha Señor mi
oración,
llegue mi grito
hasta ti;
no ocultes de mí tu
rostro
el día de la
angustia;
tiende hacia mí tu oído,
¡Responde presto el
día en que te invoco!
Pues mis días se
disipan como el humo,
mis huesos
calientan como brasas;
mi corazón se seca
como heno segado,
y hasta me olvido
de comer mi pan;
agotado de tanto
sollozar,
de continuo me
desvelo y gimo,
cual solitario pájaro
en tejado.
Pero tú Señor
reinas por siempre,
tu memoria alcanza
de edad en edad.
Temerán las
naciones el nombre del Señor,
todos los reyes de
la tierra tu gloria.
El Señor se ha
inclinado desde su altura,
desde el cielo se
ha fijado en la tierra,
para escuchar el
suspiro del cautivo,
para librar a los
que aguardan la muerte.
Con esta confianza, llegaremos a vencer al dragón, que
está dentro de nosotros y poco importa que obtengamos la medalla, ni siquiera
la de bronce, nuestro premio será el camino bien recorrido.