Emaús y el Monte Tabor
El
reto del Evangelio de Jesús no consiste
en creer o acatar unas reglas o estar en
posesión de la verdad.
El
verdadero reto consiste en metamorfearse,
en que un ser humano normal y corriente
manifieste
la naturaleza de Jesús.
Thomas Moore en “Jesús y el alma de los
evangelios”, Pág., 151
La cita inicial, está en
el capítulo 7 del citado libro de Thomas Moore. El título del capítulo es “Transfiguración y metamorfosis”, que
comienza con la cita evangélica Juan 6,30-35. Dicha cita termina con
la ya conocida frase de Jesús: “Yo soy el pan de vida; el que viene a mi
jamás tendrá hambre; y el que cree en mí, no tendrá sed jamás”. He de
decir otra vez, que este libro no es
ortodoxo; pero también es verdad, que no es enteramente heterodoxo. A mi modo
de ver, las once primeras páginas del capítulo que dedica a la Eucaristía, es
de lo mejor que he leído de este tema. El título que he dado a esta entrada ha
sido precisamente Emaús, donde
quiero de alguna manera reflejar el contenido de esas once primeras páginas del
capítulo y Monte Tabor a la segunda parte del capítulo, es
decir a la “metamorfosis”.
En la página 143, en un
apartado del capítulo, titulado “Una
sagrada camaradería” se trata la
historia de los discípulos de Emaús, comenzando por la cita evangélica Lucas
24, 13-19, 27-32, de la que sólo pondré el final, aunque es de todos
conocido: “¿No ardía dentro de nosotros nuestro corazón cuando nos venía hablando
por el camino de las Escrituras?”. Efectivamente, el encuentro con
Jesús con el resucitado, nos debe llevar a eso, a una transformación, a una
“metanoia”, a una metamorfosis, que nos haga resplandecientes, cual encuentro
en el monte Tabor, en presencia de los profetas y de “las escrituras”; pero esa
transformación, desaparece “por fuera” y bajar del monte de la transfiguración
o descansar en el camino de Emaus, siendo los mismos; pero distintos “por
dentro”. Eso es la Eucaristía, es entrar en el reino y participar de él, no uno
sólo, sino en comunidad. El curso pasado, en la Escuela de Teología a la que
asisto, alguien formuló la pregunta ¿Por qué cuando el sacerdote, guarda el
copón en el sagrario, algunas personas se arrodillan? Y el fraile dominico, que
nos impartía la clase, a eso no le daba importancia, sin embargo nos dijo: fijaros,
cuando el sacerdote pasa por delante de vosotros, en el altar, después,
normalmente hace una inclinación de la cabeza: porque Cristo está en la asamblea.
Volviendo al capítulo del
libro y esto posiblemente no sea ortodoxo, la trasformación del pan en el
cuerpo de Cristo, es una transformación alquímica y para decir esto me baso en
el siguiente párrafo de la página 136: “Cuando Jesús dice: “este [el pan] es mi
cuerpo”, está claro que se refiere a su presencia como persona… Se
refiere a que el pan es, misteriosamente, Él. Hay algo en su naturaleza
semejante al pan.
“La lengua griega tiene varias palabras que significan el cuerpo. Por
ejemplo sarx significa carne, y
soma, la palabra empleada en este pasaje, [citado al principo, del evangelio de
Juan] por lo general significa un cuepo vivo o un grupo de personas, o el
aspecto físico en contraposición al espiritual”. El autor del libro,
educado en un ambiente católico, confiesa que él creía que el pan de la
Eucaristía era sarx y que la comunión
representaba comer la carne, cosa que nosotros hemos pensado o seguimos
pensando; pero “esto es totalmente distinto de incorporar de una forma física, a través
del pan, la sustancia de la persona que era Jesús”. Y por no caer en un
círculo vicioso, paso otra vez a Emaús: y cito de las páginas 145 y 146 “Nada representa el reino más plenamente que
un grupo de personas reunidas, gozando de su mutua compañía, compartiendo el
pan y hablando de temas de gran importancia. En Emaús Jesús parte el pan y
hablando de temas de gran importancia. En Emaús, Jesús parte el pan y en esa
fracción de segundo sus acompañantes le reconocen. Luego desaparece de su vista
y los otros se quedan con el pan que ha repartido… Compartir el pan,
especialmente con aquellos que tienen menos probabilidades de formar parte de
su comunidad, no representa sólo un símbolo sino la profunda realidad del reino”.
Y más adelante, este párrafo controvertido; pero a mi modo de ver sin
desperdicio, con el que terminan las
once páginas:
“La historia de Emaús es más importante para el futuro de sus seguidores
que la historia de la fundación de la ecclesia…
Por más que Pedro fuese la piedra fundamental, el pan es el corazón y el alma
de la comunidad, que es más importante que el liderato y la camaradería es más
esencial que las reglas y doctrinas. Si uno se preocupa por sus creencias y le
obsesiona cumplir con todos los ritos de la institución, es muy probable
que el alma de su religión desaparezca…
Las historias referentes a Jesús, que
hallamos en los Evangelios presentan a un hombre infinitamente espiritual que
se afana por mostrar que el legalismo y el moralismo son peligrosos para la
vida espiritual”
Termina el capítulo con
cinco páginas más dedicadas a la transfiguración, iniciadas con la cita de Mateo
17, 1-9, de la que tomo sólo el final: “y cuando alzaron los ojos, vieron que allí sólo estaba Jesús.
Y
mientras bajaban de monte, Jesús les mandó: No reveléis a nadie esta visión,
hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos”
Y termino: “Por
sus frutos los conoceréis”, dice Jesús en otra parte, y esto no es del
capítulo que estoy glosando aquí. Cuando sintamos la metanoia o la
metamorfosis o la conversión, que nos ha producido el camino de Emaús o el
monte Tabor, que es la Eucaristía, no pretendamos mostrar la luz que llevamos
dentro, sería darle importancia a nuestro ego. “que nuestra mano izquierda no se
entere de lo que hace la derecha”. Es lo que nos mandó Jesús al bajar
del monte de la transfiguración, teniendo además en cuenta que Jesús “somos
nosotros”, pues en Emaus desapareció de nuestra vista, dejándonos , eso si, el
pan fragmentado, que es Él, fragmentado para repartirlo y no para nosotros
solos.