Polifemo, cuevas, portales y estrellas
… una
partida de reconocimiento encabezada por Ulises, llega a la isla de los
Cíclopes y se aventuran a entrar en una gran cueva. Y empujados por el hambre,
empezaron a darse un banquete con la abundante y rica comida que allí había,
sin saber que era la cueva donde vivía el Cíclope Polifemo, de cuerpo
gigantesco y con un solo ojo…
Fructuoso
Manga Ramos, en 10 comentarios sobre Odiseo
Me hubiera gustado titular esta entradilla,
“Los siete pasos para llegar y partir”, que tan bien nos los explicaba
Fructuosos Mangas, en el sermón de la Epifanía y que no me resisto a
enumerarlos: 1. Ver la estrella, 2.
Seguirla, 3. Informarse, 4. Llegar, 5.Reconocer, 6. Adorar y 7. Volver por otro
camino; pero visto cómo andamos, posiblemente no tendría audiencia, como se
dice ahora ¿O sí? Voy sin embargo en primer lugar a fijarme en la cueva de
Polifemo, que me ha parecido verla en estos días en la ciudad de Salamanca. Me explico:
ya no belén, ni siquiera árbol de navidad, con luces titilantes. Sólo hay un
gigantesco, dos en realidad, paquetes de luces, que supuestamente son de
regalos. La buena gente, le hace fotos y hasta se puede entrar dentro. El otro
día me fijaba en los que entraban y sus caras, no reflejaban alegría. Me acordé
de la cueva de Polifemo, el de un solo ojo y me vino a la cabeza un dibujo, que
vi en la escuela de mi pueblo, en el que se representaba a Ulises, quemándole el único ojo a Polifemo,
con un tizón encendido.
No, no, es esta la cueva de Polifemo, por
supuesto, con esas luces tan bonitas…; pero si, si nos fijamos la cueva de
Polifemo es más amplia, abarca más, está en las calles, en las grandes
superficies, flota en el ambiente. Ahora
Polifemo tiene otro nombre y se llama “Consumo desmedido” y la “cueva”
de la plaza es su “oficina de información” y también tiene un solo ojo, que es
el del beneficio a toda costa. El único tizón que tenemos para neutralizarlo,
es reflexionar los siete pasos que pongo al principio y cuando lleguemos al
séptimo, nos veremos liberados de la cueva. Fructuoso Mangas, nos da unas
pautas, en el siguiente escrito. No es fácil, ya lo sé; pero merece la pena
intentarlo
Y la estrella sigue
Dicen que
a los magos los alertó una estrella especial que apareció en los cielos de
oriente. Pudo ser o pudo no ser, ahora da igual. Lo que no da igual es que hoy,
y desde entonces, sí aparecen estrellas que avisan, hasta en pleno día que es
señal de mayor urgencia. O a ver si el fenómeno – estrellas a mediodía - es por
aquello que dijo aquél: ¿No hace más
frío? ¿No veis oscurecer, cada vez más, cada vez más? ¿No es necesario encender
linternas en pleno mediodía?, cosa que sería aún más grave.
Me refiero
a que hoy estamos llenos de avisos, con estrella o no, sobre lo que sucede y
sobre lo que sobrevendrá si no se evita lo que parece inevitable.
Hay
estrellas que hoy nos avisan, como cualquier imagen de un refugiado con su
maltrecha maleta a cuestas o cualquier subsahariano
que intenta saltar la valla por cuarta vez sin conseguirlo y se le están
acabando las reservas para aguantar en las laderas del Gurugú con Melilla a la
vista. El aviso se repite una y otra vez, desde Tesalónica hasta Calais y desde
Hungría hasta Málaga. Y desde México hasta Sudán o Myanmar.Y por aquí tan
distraídos entre el Niño y las loterías. En este plan los Magos son imposibles
y su viaje hasta Belén también.
Recuerdo
de vez en cuando un artículo de Félix Madero hace unos años, creo que en el
ABC, en el que hablaba del chico de la maleta que huía malamente con ella a
cuestas mientras nosotros lo contemplamos tranquilos y sentados en el banco del
parque. ¡No pasa nada! Y añadía que un día alguien nos pedirá cuentas por esa
indiferente tranquilidad.
Pues eso.
Que hay estrella y avisa con dramática insistencia. Y crece alarmantemente la
intensidad y la frecuencia de sus destellos.
De vez en
cuando cunde la alarma porque nos afecta el fenómeno, como cuando mueren varias
personas en Barcelona – recuerdo y respeto para ellas -, pero apenas si nos
enteramos cuando mueren otras cien en Kabul o donde toque. Y yo soy también
ciudadano de Kabul, por difícil que sea tomar conciencia de semejante certeza.
Y de allí y
de otros lugares parecidos me llegan los destellos de advertencia, con una
severa insistencia que debiera despertarme del sueño tranquilo de un europeo
bien comido y bien asentado. También esto sería una “epifanía”, o sea, una
revelación. Y falta me hace.
Y Feli. Nunca supe si era Felisa o
Feliciana o Felicidad o hasta Felicísima llevando hasta el extremo la ironía de
un nombre así para quien en vida nunca pudo practicarlo. Porque es una mujer
con mucho dolor desde siempre y ahora lo tiene medio recogido en una existencia
oscura y olvidada de una residencia para ancianos de tercera como ella. Ahora
caigo en que se llama Ofelia. Vaya por Dios.
Y desde
esa oscuridad toda ella emite destellos de aviso. Y nos avisa a todos, pero
especialmente a los que metidos en nuestras prioridades tan de nuestra primera
línea olvidamos a los últimos y nunca o
casi nunca nos encontramos con ellos. Nos avisa a nosotros, tan acomodados,
para recordarnos la dureza de la vida que mucha gente, de cerca y lejos, de dentro
y de fuera, sufre callando, sin ternura ni biografía ni casi nombre. Son nadies que andan por ahí y por ahí
acaban aparcados en cualquier portal (¡qué ocurrente lo de portal!). Y su estrella, obra de Dios, no deja de emitir señales.
Dichoso el que la siga.
Y el rayo
que llega de las estrellas de aviso no cesa, como el del poeta, y sigue
avisando. Ahí, a la vuelta, en un cajero que quizás él no sabe que lo van a
cerrar esta semana, duerme Pascual y
ya son las diez de la mañana y ahí sigue, aunque él tampoco sabe que hoy es
fiesta y no lo van a echar porque no hay limpieza. Un turista portugués y
madrugador le saca una foto y los demás pasan sin verlo porque es un bulto más
en el mobiliario urbano.
Y sin
embargo su estrella no deja de guiñar al que pasa advirtiéndole de la soledad de
la persona envuelta en manta y cartón porque desde que salió de Topas con lo
puesto ni sabe adónde ir ni en ningún sitio se le espera. Duerme a pesar de la
rabia y cuando despierte tendrá que huir con su manta recogida y hacerse
invisible, acosado por la misma sociedad que desde hace años le maltrató con
injusticia hasta empujarlo a la deriva donde ahora anda. Él sabe que es
inocente, pero parece que sólo él lo sabe, con lo cual es como si no lo fuera.
Uno así no es ni presunto.
Sin
embargo su estrella sigue encendida vaya por donde vaya. Avisando a quien
quiera o pueda identificar la señal. Es tiempo de Magos.
O la
estrella de Anita, que nunca tuvo
suerte, ni con su marido, que se fue, ni con sus hijos, que se los quitaron, ni
con el trabajo, que siempre se le escapa y no sabe por qué, aunque ahora ha
entrado de barrendera. A ver cuánto le dura, ella sabe que poco. Y ella sabe también
que buena parte de todo esto y de más es por culpa suya, pero no tiene recursos
para cambiar su mala estrella.
Y hablando
de estrella, aunque sea mala, también ésta, la de Anita, avisa, sobre todo a
los que están o pasan más cerca de ella, porque el problema no es sólo suyo ni
la solución tampoco. Su mala estrella nos sigue avisando de que ahí hay una
emergencia a la que habría que acudir. Y Magos somos todos y Magos que acudan con
el oro, el incienso y la mirra tenemos
que serlo todos. Para eso parpadea la estrella y a la vista de lo que hay y de
lo que viene seguirá avisando por los siglos de los siglos.
Y así hay
miles de estrellas en el firmamento humano que nos avisan, unas veces a unos
otras a otros, de que hay alguien que necesita que nos lleguemos hasta Belén y
reconozcamos allí al Salvador del mundo. Nada menos.
Pero
pensándolo bien y fijándome en mi caso, ando entre regalos y comidas, llamadas
y wasaps y no creo que ande haciendo caso de no sé qué destellos de no sé qué
estrella que anda por no sé dónde. La vida sigue su curso, empieza un año nuevo
y el calendario impone sus reglas. Hasta otra.
Fructuoso
Mangas Ramos