Aproximación apofática a la Eucaristía
- Título extraño; pero pensándolo bien no lo es. Me explico: La vía apofática (etimológicamente, lejos del lenguaje) es la que, según los místicos, nos aproxima a Dios, con la idea de su inmensidad, en la cual la mente humana no es capaz de penetrar con palabras. Sobran por tanto todas las teologías, o mejor: no dicen nada.
- Según se cuenta, Al final de su vida, Santo Tomás de Aquino, mandó quemar todas sus obras. No le hicieron caso y gracias a ello disfrutamos de la “Summa Theológica”, con lo que quiero puntualizar, que la “vía apofática” no excluye otras vías, pues en general no todos/as, somos místicos y necesitamos analogías.
Esta idea, me ha venido del libro Un
Dios que siempre es más. Iniciación de la espiritualidad apofática cristiana,
(Ed. Sígueme) cuya autora es Janet P. Willams, del que he sacado el
tema de este “articulillo”. Sin nombrar en el libro a la Eucaristía
explícitamente, hay multitud de pasajes que la señala, como en la primera parte
dedicada a las Raíces bíblicas, compuesta
de cuatro capítulos:
· Moisés, el fuego y la nube
· El cantar de los cantares
· Juan Bautista, profeta apofático
· Jesús palabra y silencio.
El libro consta de cinco partes, la segunda titulada “La vía negativa” y
las tres restantes: Pioneros de la fe apofática, Compañeros de camino y
prácticas apofáticas, respectivamente; pero yo sólo me fijaré en la primera
parte, para relacionarla con la fuente de toda gracia, que es la Eucaristía.
Al leer el primer capítulo de esta parte del libro Moisés, el fuego y la
nube, me ha venido a la cabeza, sin ánimo de criticar a nadie, incluyéndome a
mí mismo, la “frivolidad”, con la que nos acercamos a recibir la comunión, pues
¿qué es la Eucaristía, sino una “zarza ardiente”?, pues allí está Dios. Y
ahora, mientras esto escribo me ha venido a la cabeza, un testimonio que he
visto en YouTube de una chica que habiendo crecido en un ambiente agnóstico, se
convirtió en su primera juventud. Estando en un funeral, vio como la gente se
acercaba a comulgar y le preguntó a una tía, ¿Puedo ir yo y también? La tía le
dijo sí, vete si quieres; pero una voz interior le dijo: "No vayas, no
debes ir”. Cierro paréntesis.
Y volvemos al libro, al mismo capítulo: los nombres son construcciones
humanas; pero Dios no tiene márgenes o características contingentes. Por ello
no podemos nombrarlo, aunque si dirigirnos a Él; pero no esperemos encontrarlo,
a no ser que Él se nos manifieste, como le ocurrió a Moisés, al ver la zarza
ardiente. “Lo primero que capta la
atención de Moisés es el fuego: una zarza, dice el relato, que arde pero no se
consume; calor luz… y peligro. La presencia de Dios es luminosa, cálida y
literalmente atractiva: nos arrastra hacia ella. Pero también amenazante. Esta
no es una espiritualidad agradable… Sin embargo, su fuego no consume nada de lo
que toca. El Dios que encontramos es creador y transformador, no destructor” Pág.
23
En el relato de la zarza ardiente, hay una orden imperativa por parte de
Dios: “No te acerques: quítate las sandalias, porque el lugar que pisas es
santo” (Ex 3,5) y volvemos al texto, ahora a la página 24 “Probablemente los zapatos de Moisés eran de
cuero,… de la piel de otro animal… Dios insta a Moisés que se los quite, para
que entre en el terreno sagrado sobre su propia piel” y cabe preguntarnos
¿Voy “descalzo”, despojado de otras cosas a recibir al Señor en la Eucaristía?
¿Soy consciente a donde voy y a quien voy a recibir?
El encuentro de Moisés con el fuego es el principio de su camino
espiritual. Tiene que encontrarse bastante después en la nube, una “densa nube” (Ex 19, 9) en una “densa oscuridad”, que paradójicamente
puede ser producida por una luz cegadora, como le ocurrió a Pablo, camino de
Damasco y volvemos al texto, pág. 25: “De
esta nube llega la revelación, una revelación no acerca de Dios, sino acerca de
nosotros mismos, acerca de cómo debemos vivir”.
En cuanto al segundo capítulo de esta parte del libro, dedicado al
Cantar de los cantares, a mi particularmente, me evoca el gozo contenido en la
Eucaristía, por vivencias que he tenido desde la niñez, nunca se me olvidará la estrofa de la canción “Altísimo Señor”,
oyéndosela cantar a mi abuela paterna, Teresa “Sois todo piedra imán, que arrastra el corazón de quien os rinde
adoración” aunque también, me producía un poso de inquietud el final
de la siguiente estrofa, que empezaba
muy bien: “Cordero celestial, Pan nacido
en Belén. Si no te como bien me sucederá mal”. Evoca también alegría el
magnífico himno “Cantemos al Amor de los amores”, y últimamente la canción
eucarística, Palpita un corazón, queriendo ser amado “Amor de los amores, Cantar
de los cantares, Oh Santa Eucaristía, manjar de los manjares” Todo ello evoca el goce sensual
que describe el Cantar de los cantares, que por desgracia, en otros tiempos se
ha considerado poco menos que pecaminoso.
Volviendo al libro que ha inspirado este escrito, leemos en la página
33: “para entender el énfasis del Cantar
en la comida [consideramos] que no
puede haber nada más íntimo, símbolo de la unión más cercana, que comer. Lo que
comemos y bebemos pasa a lo más íntimo de nuestro ser… Hadewijch de Amberes,
escritora mística del siglo XIII, dice: “Esta
es la más íntima unión de amor: comer saborear, ver interiormente”. El
énfasis del Cantar en la sala de banquetes del amor (Cant 2,4) es, sin duda,
una de las raíces de la costumbre de Jesús de compartir la mesa y de la
Eucaristía cristiana.
Deseo, unión, deleite, conocimiento íntimo:
estos son los principales temas apofáticos del Cantar de los cantares”
La enseñanza apofática que nos da San Juan bautista, la podemos resumir
en la jaculatoria que rezamos antes de comulgar: “Señor, no soy digno de que
entres en mi casa; pero una palabra tuya bastará para sanarme”. Reconocemos
como en Bautista, que yo no soy nada, mientras que Él, Jesús es todo.
En el cuarto evangelio, a la pregunta ¿Quién eres tú?, Juan responde “Yo
no soy el Cristo y tampoco soy Elías”; pero señala al ver a Jesús “Ese es” (Jn
1, 29-34) y en la página 40 leemos: “Aquí
el autor del evangelio retoma dos temas de su prólogo: la luz y la visión. Juan
el Bautista, la primera persona de este relato, que reconoce a Jesús, es el
ejemplo para todos nosotros. Se nos muestra que la clave no está en ver o en conocer, sino en ver, encontrar y
reconocer. Y para poder hacerlo, necesitamos dejar de centrarnos en nosotros
mismos, en nuestro estatus, en nuestros logros, en nuestra historia pasada y en
nuestras esperanzas futuras. Necesitamos sencillamente prestar atención, tener
“ojos para ver”…”. Resumiendo: vaciarnos y dejar que Cristo nos llene.
En la página 43, al comienzo del capítulo dedicado al silencio y las
palabras de Jesús, leemos: “Al testimonio
apofático de Juan, “No, yo no soy”, hemos contrapuesto el “Si”, yo soy” de
Jesús. El cuarto evangelio comienza identificando al hombre Jesús de Nazaret
como la Palabra que se hizo carne y habitó entre nosotros” “(Jn 1,14), la misma Palabra con que Dios creó los
cielos y la tierra y todo lo que hay en ellos. Cristo encarnado en un
trabajador galileo, es el mismo Logos de Dios, que significa no solo “palabra
hablada”, sino también “plan”, “razón”, “principio”, “orden”, “pensamiento·.
Así este evangelio sugiere que Dios, en la persona de Jesús, está realizando
algo revolucionario, está iniciando una nueva era”.
Tanto en las palabras, como en el silencio de Jesús, el menaje es
apofático. Lo escrito, escrito está, dijo Pilatos cuando le pidieron quitar la
inscripción de la cruz “Jesús nazareno, rey de los judíos”, “Quizá todas las palabras que se han escrito
y se escriben acerca de Él hagan lo mismo, a menos que se incluya esta claúsula
apofática crucial: Hay más verdad que la que jamás podrá contarse” Pág. 44.
El mensaje de Jesús, es claramente apofático, tanto cuando habla, como cuando calla. Juan era un asceta, Cristo, aparentemente no. Le gustaba dialogar con todos, especialmente con gente marginada y excluida de la sociedad, incluso compartía la mesa con ellos; pero en sus enseñanzas había un ascetismo más profundo, consistente en la negación de si y en recorrer el camino de la cruz: “Si alguno quiere seguirme, que renuncie a sí mismo y cargue con su cruz”. Sus enseñanzas contradicen de manera radical las expectativas, porque “El evangelio de Jesucristo es la proclamación de un cambio de régimen. Anuncia el principio del reino de Dios. El poder de todos los césares y de sus regímenes de marionetas queda derogado: “Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria, por todos los siglos” Pág. 45.
Por otra parte, frente a las más crueles
contradicciones del mundo, Jesús saca a escena el poder creativo del silencio
apofático, del que surgen las palabras para esquivar la trampa: “En todos los evangelios, el silencio se
espesa y endurece en el momento en que Jesús es llevado a Juicio… aquí, como en
el encuentro con la mujer adúltera, ninguna de las palabras del mundo es
adecuada para la verdad. Jesús guarda silencio ante quienes lo acusan, pero no
por terquedad, sino porque ellos son incapaces de escuchar nada de lo que Él
les podría decir” Pág. 50
Terminando estas pinceladas, de lo que significa la aproximación
apofática a La Eucaristía nos fijamos en uno de los últimos párrafos de esta
parte del libro y en una coincidencia: “Los
evangelios fueron escritos para comunidades cristianas que celebraban todo lo
que Jesús significaba reuniéndose en torno al pan partido y el vino derramado”
¿No es esto la Eucaristía? . “[Estos textos]
nos
cuentan lo que no puede ser contado. Presentan una vida que contradecía todo lo
que para el mundo era importante. Estos valiosos textos apofáticos demuestran
lo que sucede cuando las palabras divinas se amoldan al habla humana.”
Termina resaltando esta coincidencia: El 6 de agosto de 1945 se lanzó la
primera bomba atómica sobre Hiroshima, el mismo día que la Iglesia celebra la
Transfiguración. ”Es el mismo contraste,
visible en toda época y lugar, que el que se observa entre el discurso humano y
el divino en los relatos evangélicos del juicio a Jesús”. Pág. 51