viernes, 17 de junio de 2022

 

Aproximación apofática a la Eucaristía

  • Título extraño; pero pensándolo bien no lo es. Me explico: La vía apofática (etimológicamente, lejos del lenguaje) es la que, según los místicos, nos aproxima a Dios, con la idea de su inmensidad, en la cual la mente humana no es capaz de penetrar con palabras. Sobran por tanto todas las teologías, o mejor: no dicen nada.
  • Según se cuenta, Al final de su vida, Santo Tomás de Aquino, mandó quemar todas sus obras. No le hicieron caso y gracias a ello disfrutamos de la “Summa Theológica”, con lo que quiero puntualizar, que la “vía apofática” no excluye otras vías, pues en general no todos/as, somos místicos y necesitamos analogías.

Esta idea, me ha venido del libro Un Dios que siempre es más. Iniciación de la espiritualidad apofática cristiana, (Ed. Sígueme) cuya autora es Janet P. Willams, del que he sacado el tema de este “articulillo”. Sin nombrar en el libro a la Eucaristía explícitamente, hay multitud de pasajes que la señala, como en la primera parte dedicada a las Raíces bíblicas, compuesta de cuatro capítulos:

·       Moisés, el fuego y la nube

·       El cantar de los cantares

·       Juan Bautista, profeta apofático

·       Jesús palabra y silencio.

El libro consta de cinco partes, la segunda titulada “La vía negativa” y las tres restantes: Pioneros de la fe apofática, Compañeros de camino y prácticas apofáticas, respectivamente; pero yo sólo me fijaré en la primera parte, para relacionarla con la fuente de toda gracia, que es la Eucaristía.

Al leer el primer capítulo de esta parte del libro Moisés, el fuego y la nube, me ha venido a la cabeza, sin ánimo de criticar a nadie, incluyéndome a mí mismo, la “frivolidad”, con la que nos acercamos a recibir la comunión, pues ¿qué es la Eucaristía, sino una “zarza ardiente”?, pues allí está Dios. Y ahora, mientras esto escribo me ha venido a la cabeza, un testimonio que he visto en YouTube de una chica que habiendo crecido en un ambiente agnóstico, se convirtió en su primera juventud.  Estando en un funeral, vio como la gente se acercaba a comulgar y le preguntó a una tía, ¿Puedo ir yo y también? La tía le dijo sí, vete si quieres; pero una voz interior le dijo: "No vayas, no debes ir”. Cierro paréntesis.

Y volvemos al libro, al mismo capítulo: los nombres son construcciones humanas; pero Dios no tiene márgenes o características contingentes. Por ello no podemos nombrarlo, aunque si dirigirnos a Él; pero no esperemos encontrarlo, a no ser que Él se nos manifieste, como le ocurrió a Moisés, al ver la zarza ardiente. “Lo primero que capta la atención de Moisés es el fuego: una zarza, dice el relato, que arde pero no se consume; calor luz… y peligro. La presencia de Dios es luminosa, cálida y literalmente atractiva: nos arrastra hacia ella. Pero también amenazante. Esta no es una espiritualidad agradable… Sin embargo, su fuego no consume nada de lo que toca. El Dios que encontramos es creador y transformador, no destructor” Pág. 23

En el relato de la zarza ardiente, hay una orden imperativa por parte de Dios: “No te acerques: quítate las sandalias, porque el lugar que pisas es santo” (Ex 3,5) y volvemos al texto, ahora a la página 24 “Probablemente los zapatos de Moisés eran de cuero,… de la piel de otro animal… Dios insta a Moisés que se los quite, para que entre en el terreno sagrado sobre su propia piel” y cabe preguntarnos ¿Voy “descalzo”, despojado de otras cosas a recibir al Señor en la Eucaristía? ¿Soy consciente a donde voy y a quien voy a recibir?

El encuentro de Moisés con el fuego es el principio de su camino espiritual. Tiene que encontrarse bastante después en la nube, una “densa nube” (Ex 19, 9) en una “densa oscuridad”, que paradójicamente puede ser producida por una luz cegadora, como le ocurrió a Pablo, camino de Damasco y volvemos al texto, pág. 25: “De esta nube llega la revelación, una revelación no acerca de Dios, sino acerca de nosotros mismos, acerca de cómo debemos vivir”.

En cuanto al segundo capítulo de esta parte del libro, dedicado al Cantar de los cantares, a mi particularmente, me evoca el gozo contenido en la Eucaristía, por vivencias que he tenido desde la niñez, nunca se me olvidará  la estrofa de la canción “Altísimo Señor”, oyéndosela cantar a mi abuela paterna, Teresa “Sois todo piedra imán, que arrastra el corazón de quien os rinde adoración” aunque también, me producía un poso de inquietud el final de  la siguiente estrofa, que empezaba muy bien: “Cordero celestial, Pan nacido en Belén. Si no te como bien me sucederá mal”. Evoca también alegría el magnífico himno “Cantemos al Amor de los amores”, y últimamente la canción eucarística, Palpita un corazón, queriendo ser amado Amor de los amores, Cantar de los cantares, Oh Santa Eucaristía, manjar de los manjares Todo ello evoca el goce sensual que describe el Cantar de los cantares, que por desgracia, en otros tiempos se ha considerado poco menos que pecaminoso.

Volviendo al libro que ha inspirado este escrito, leemos en la página 33: “para entender el énfasis del Cantar en la comida [consideramos] que no puede haber nada más íntimo, símbolo de la unión más cercana, que comer. Lo que comemos y bebemos pasa a lo más íntimo de nuestro ser… Hadewijch de Amberes, escritora mística del siglo XIII, dice: “Esta es la más íntima unión de amor: comer saborear, ver interiormente”. El énfasis del Cantar en la sala de banquetes del amor (Cant 2,4) es, sin duda, una de las raíces de la costumbre de Jesús de compartir la mesa y de la Eucaristía cristiana.

Deseo, unión, deleite, conocimiento íntimo: estos son los principales temas apofáticos del Cantar de los cantares”

La enseñanza apofática que nos da San Juan bautista, la podemos resumir en la jaculatoria que rezamos antes de comulgar: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa; pero una palabra tuya bastará para sanarme”. Reconocemos como en Bautista, que yo no soy nada, mientras que Él, Jesús es todo.

En el cuarto evangelio, a la pregunta ¿Quién eres tú?, Juan responde “Yo no soy el Cristo y tampoco soy Elías”; pero señala al ver a Jesús “Ese es” (Jn 1, 29-34) y en la página 40 leemos: “Aquí el autor del evangelio retoma dos temas de su prólogo: la luz y la visión. Juan el Bautista, la primera persona de este relato, que reconoce a Jesús, es el ejemplo para todos nosotros. Se nos muestra que la clave no está en ver o  en conocer, sino en ver, encontrar y reconocer. Y para poder hacerlo, necesitamos dejar de centrarnos en nosotros mismos, en nuestro estatus, en nuestros logros, en nuestra historia pasada y en nuestras esperanzas futuras. Necesitamos sencillamente prestar atención, tener “ojos para ver”…”. Resumiendo: vaciarnos y dejar que Cristo nos llene.

En la página 43, al comienzo del capítulo dedicado al silencio y las palabras de Jesús, leemos: “Al testimonio apofático de Juan, “No, yo no soy”, hemos contrapuesto el “Si”, yo soy” de Jesús. El cuarto evangelio comienza identificando al hombre Jesús de Nazaret como la Palabra que se hizo carne y habitó entre nosotros” “(Jn 1,14), la misma Palabra con que Dios creó los cielos y la tierra y todo lo que hay en ellos. Cristo encarnado en un trabajador galileo, es el mismo Logos de Dios, que significa no solo “palabra hablada”, sino también “plan”, “razón”, “principio”, “orden”, “pensamiento·. Así este evangelio sugiere que Dios, en la persona de Jesús, está realizando algo revolucionario, está iniciando una nueva era”.

Tanto en las palabras, como en el silencio de Jesús, el menaje es apofático. Lo escrito, escrito está, dijo Pilatos cuando le pidieron quitar la inscripción de la cruz “Jesús nazareno, rey de los judíos”, “Quizá todas las palabras que se han escrito y se escriben acerca de Él hagan lo mismo, a menos que se incluya esta claúsula apofática crucial: Hay más verdad que la que jamás podrá contarse” Pág. 44.


El mensaje de Jesús, es claramente apofático, tanto cuando habla, como cuando calla. Juan era un asceta, Cristo, aparentemente no. Le gustaba dialogar con todos, especialmente con gente marginada y excluida de la sociedad, incluso compartía la mesa con ellos; pero en sus enseñanzas había un ascetismo más profundo, consistente en la negación de si y en recorrer el camino de la cruz: “Si alguno quiere seguirme, que renuncie a sí mismo y cargue con su cruz”.  Sus enseñanzas contradicen de manera radical las expectativas, porque “El evangelio de Jesucristo es la proclamación de un cambio de régimen. Anuncia el principio del reino de Dios. El poder de todos los césares y de sus regímenes de marionetas queda derogado: “Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria, por todos los siglos” Pág. 45.

Por otra parte, frente a las más crueles contradicciones del mundo, Jesús saca a escena el poder creativo del silencio apofático, del que surgen las palabras para esquivar la trampa: “En todos los evangelios, el silencio se espesa y endurece en el momento en que Jesús es llevado a Juicio… aquí, como en el encuentro con la mujer adúltera, ninguna de las palabras del mundo es adecuada para la verdad. Jesús guarda silencio ante quienes lo acusan, pero no por terquedad, sino porque ellos son incapaces de escuchar nada de lo que Él les podría decir” Pág. 50

Terminando estas pinceladas, de lo que significa la aproximación apofática a La Eucaristía nos fijamos en uno de los últimos párrafos de esta parte del libro y en una coincidencia: “Los evangelios fueron escritos para comunidades cristianas que celebraban todo lo que Jesús significaba reuniéndose en torno al pan partido y el vino derramado” ¿No es esto la Eucaristía? . “[Estos textos]   nos cuentan lo que no puede ser contado. Presentan una vida que contradecía todo lo que para el mundo era importante. Estos valiosos textos apofáticos demuestran lo que sucede cuando las palabras divinas se amoldan al habla humana.”

Termina resaltando esta coincidencia: El 6 de agosto de 1945 se lanzó la primera bomba atómica sobre Hiroshima, el mismo día que la Iglesia celebra la Transfiguración. ”Es el mismo contraste, visible en toda época y lugar, que el que se observa entre el discurso humano y el divino en los relatos evangélicos del juicio a Jesús”. Pág. 51