Hoy es jueves de Coprpus
Imagen tomada de internet
La entrada de hoy,
corresponde a un sermón del profesor
Luis Cencillo, para la festividad de
Corpus Christi, de un año de los 90, tomado de su libro “Los riesgos de la
palabra”, Ed. Fundación.
Las lecturas de ese
día fueron Dtr 8,2-3. 14-16; 1 Cor 10, 16-17; jn 6,51-58. Correponde al
capítulo 32, titulado:
La unión vital y de
por vida
Hoy es uno de esos días en que es muy claro lo que hay que decir; está muy claro, pero hay que acentuar
algo que la costumbre nos ha llevado a ver, quizá, con
una cierta rutina; parque al fin y al cabo la Eucaristía no es un
sacramento más (sacramentos, por otra parte santísimos, como el bautismo, o el
orden, o la confirmación, o la extremaunción, o el matrimonio) sino que,
además, es la anticipación escatológica de la venida de Cristo; o sea, que es a
la vez señal y realidad, y los demás
sacramentos son en sí un signo, pues es el baño, es la unción, es la
autoacusación, es el consentimiento contractual, es también la unción en el
orden, pero aquí es la realidad por
encima de la Historia, y en dos sentidos: en un sentido hacia el pasado,
porque reactualizamos (como dice san
Pablo: celebraréis la muerte del Señor hasta que vuelva) reactualizaremos la
crucifixión y la resurrección, y en un sentido futuro porque anticipamos la venida,
escatológicamente. Tiene pues una doble dimensión de eficacia temporal: a la
vez nos resitúa en el Calvario y nos trasporta hasta la parusía.
En realidad Jesús siempre está viniendo y estando con nosotros, eso es
lo que quiere decir escatológico. Escatológico no quiere decir que al final del
tiempo se va a producir un acontecimiento más, que en ese sentido sería también
histórico, historiable, porque viene después de la Historia, sino que lo
escatológico está como superpuesto a la Historia.
Es exactamente como una cuestión de física
actual, como el infinito, el espacio infinito o el tiempo infinito superpuesto
al tiempo finito o al tiempo medible, o al espacio medible; es esa inconmensuralidad
de que habla Einstein también según la cual el tiempo real no se conmensura con
el tiempo convencional de la tierra, porque el
tiempo real abarcaría toda la simultaneidad de todas las galaxias, de todo
lo que está pasando, en todas las galaxias; pues esto que es puramente físico y
natural extraña todavía más, yo diría con más “;misterio”; lo mismo que en esa
presencia divina escatológica en la Historia por lo menos desde la encarnación,
y antes también puesto que la encarnación también ha valido para el tiempo
anterior a ella. Eso que a veces dicen: “¿Cómo vino tan tarde Jesucristo?” No
es problema: da igual cuando viniera, o cuando hubiera de venir; desde el
momento en que se encarna el Verbo Divino, toda
la Historia, desde la Prehistoria hasta el final, queda redimida y santificada.
Dicen: No había entonces nadie que
predicase, y ahora, ¿Quién oye a los que predican? No seamos en eso tan
activistas que creamos que la redención solamente surte efecto cuando alguien
la acepta; evidentemente el hombre de CroMgnon no podía “aceptar” la redención
porque no sabía nada de eso y carecía además de capacidad: no podía casi
pensar, pero estaba ya redimido; esa visión antigua, arcaica de que los paganos
están empecatados, infernados hasta que viene Cristo, que entonces trae la luz
al mundo, eso solamente está pensado a nuestra medida, como el tiempo de los
relojes, pero en realidad toda la Humanidad, desde su origen, queda redimida
desde el momento en que Cristo nos redime abarcativamente a todos.
Por eso, no sé si os habrá chocado a
alguno, esa proposición del Credo que suena muy arcaica: “descendió a los
infiernos” (yo antes de caer en la cuenta de esto decía, pero ¿por qué en el
Credo esa preposición?, porque eso suena a una nekya como la de Eneas o la de Ulises
a los infiernos). Pero lo que significa es que la redención de Cristo (fíjense
que lo tenemos en el Credo pero no nos hemos dado cuenta) que la redención de
Cristo surte efecto hacia el pasado
también, y por eso Cristo ha de “ir”, según la mentalidad judía de la
época, ha de “ir a sacar” del inframundo, no digo de los infiernos porque eso
suena muy mal, del inframundo a los
que habían muerto antes de su venida, porque también estaban redimidos; eso es
lo que profesamos como artículo de fe con ese enunciado del Credo, de manera
que fíjense si es verdad esto que voy diciendo.
Y aquí hay una frase, ya sobre la
Eucaristía, importantísima, que es “el que come mi carne y bebe mi sangre tiene
vida eterna”, primera revelación; todo el evangelio de San Juan es casi
eucarístico, desde el signo de Caná, que ya ese vino de Caná anticipa la
Eucaristía, en la intención de sus autores, por la multiplicación de los panes,
hasta la resurrección, pasando por beber el agua de la Vida y por la luz, es
casi todo eucarístico.
Segunda idea: “Y yo le resucitaré en el
último día”. Son dos cosas o si se quieren tres: una es participar en un
sacramento, así que cada vez que participamos en una misa, (la misa se ha
banalizado mucho en el habla: “mandaré decir unas misas”, “que me digan unas
misas…”); oiga Vd., pero si la misa es la reactualización de la pasión de
Cristo y la anticipación de la parusía, imagínese lo que es la misa; teníamos
que temblar ante la misa, porque es como una condensación de todo lo más
profundo, grande y trascendental de nuestra fe y de nuestra praxis cristiana.
Pero
no es solo eso, sino que ya adquirimos por ese sacramento la vida eterna. Uno
puede ordenarse y no adquirir la vida eterna; uno puede casarse y no adquirir
la vida eterna, sobre todo si está en mala situación de conciencia; uno puede
ser confirmado y si no está en las debidas condiciones, no adquiere la vida
eterna, adquiere el Espíritu Santo para que le lleve a la vida eterna; pero uno
comulga y si en el momento de comulgar se arrepiente, no hace falta que esté
purísimo antes; Vds. Pongan un cumplimiento pascual en un cuartel o en una
cárcel como se hacía en tiempos de Franco, y claro, pues esa gente ni ha sabido
confesarse, ni tal vez se ha confesado válidamente…Pero si no van de mala fe y
con enemistad hacia lo divino, quedan justificados, perdonados, purificados,
como haya que decirlo.
Yo me acuerdo, para que vean la preparación
de mucha gente, de un candidato a novicio que tenía sobre la confesión la
peregrina idea, porque se lo había dicho su padre campesino, de que le dijera
al cura lo que se le ocurriese, pero que no le hablase de sus… yo digo de sus
intimidades, ¡y era un candidato a novicio! ¡Qué será un candidato a
paracaidista! O sea que el pueblo, en eso de la confesión está muy mal formado.
Ahora bien; Dios es tan bueno (parece eso
un tópico) Jesucristo es tan grande en su corazón que si en el momento de
comulgar una persona así no quiere estar en enemistad con Él, y de alguna
manera quiere congraciarse con Él, adquiere la vida eterna; esto es de fe, y
todo lo que se diga de otra manera no es de fe; estoy como San Pablo con los
Corintios, ya saben lo que le pasaba a San Pablo, que predicaba la libertad, la
misericordia de Dios, el llamamiento a
todos los hombres, paganos o judíos, a los frutos de la redención, y en cuanto
se iba de Corinto, o de Filipos o de Galacia (Galacia era una provincia, no una
ciudad) venían los judeocristianos detrás a predicar la circuncisión y las
observancias de la Ley, y entonces Pablo se indignaba, y escribía esas cartas
como la de los Gálatas llamándoles insensatos por hacer caso a esos
fundamentalistas judíos. Y daba la casualidad de que ese rigorismo de los
pseudoapóstoles, como él dice: los “superapóstoles”, o los superministros, que
iban de tras de él a desprestigiarle, caía mejor a la gente que su predicación
de la libertad, en Cristo.
¿Por qué? Pues porque todos queremos
seguridades y da mucha más seguridad que te digan: “mira aquí tienes la Torá,
aquí tienes la Ley, si te circuncidas, guardas el sábado, ayunas y celebras la
Pascua comiéndote un corderito, pues te salvas”, que decir: “mira, ahí tienes
tu libertad, ahí tienes a Jesucristo, síguele”; entonces es cuando se nos crea
el problema de cómo le seguimos. Pero ese es el cristianismo, no una serie de
prácticas rituales que no conducen a más que a creernos justos cuando no somos
justos, sino que toda la justicia (y estoy apuntando a toda la teología más
profunda de Pablo) toda la justicia nos viene de Cristo y de su muerte y de su
Eucaristía, que es la aplicación de los efectos de su muerte.
Por
lo tanto: por muy impuros que nos sintamos, por muy mala que sea la situación
en que vivimos o nos parece vivir, los adolescentes sobre todo, si comulgamos
con un deseo de no estar en esa situación, adquirimos la vida eterna, y,
además, la promesa escatológica: “vais a resucitar” por mucho que muramos, por
mucho que se descomponga nuestro cuerpo, por mucho que sea frágil y caduco, ya
está Cristo, hombre como nosotros pero Dios como el Padre para resucitarnos.
Si bajó al inframundo para recuperar a los
hombres prehistóricos y arcaicos, a nosotros que le conocemos y que le
comulgamos, y que vivimos en unión con él aunque con interrupciones a veces,
¿Qué no nos dará? Y puede que en el momento de la muerte, ya no haya que
esperar al juicio final.
Así que dos conclusiones: La primera, que
tomemos tan en serio la comunión…, incluso la palabra “comunión” ha perdido su
relieve, “comunión” quiere decir “unión íntima”, “cum unio”, “cum unio”, “unión
con”, pero una unión real y profunda, que tratemos de vivir unidos realmente,
personalmente (eso quiere decir “carne”) con el Señor.
O sea que esta frase que puede sonar tan
dura “si no coméis mi carne, y el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida
eterna”, y en el texto al decir “comer”, dice trogo, en
griego, quiere decir “masticar”; vuelvo a decir lo que dije el otro día, esa
gente que cree que no puede masticar la sagrada forma… ¡Que no! Que está hecha
para que se mastique, que es más real así la incorporación, que no es una
especie de caricatura de un espíritu; claro, como se ven las formas tan
blancas…, pero los antiguos comulgaban con pan ordinario, y hay unas
benedictinas alemanas y en nuestro país en consuegra que hacen unas formas que
parecen galletas, para que la gente tenga que masticar de verdad, porque es que
parece que no tomamos pan, que tomamos un espíritu semimaterial, un cuerpo
astral; ¡y no! Que aquí se trata de una comida de verdad para incorporarnos a
Cristo de verdad, y en el vino, de una sangre de verdad para impregnarnos de la
redención de Cristo de Verdad, como ha dicho antes el Señor. ¿no es este trozo
en el sermón alethinos? Quiere decir
“verdadero”, “el pan es mi verdadero cuerpo”.
Entonces si nos unimos a él tan realmente y
vivimos así unidos, estaremos a lo largo de los años creciendo, aunque no lo
notemos; dice Piny, un dominico francés del siglo XVII, muy poco conocido pero
magnífico, en su libro, lo más perfecto, que Dios puede
destinar a un religioso, a una religiosa, a una persona muy metida en cosas de
devoción, a sentirse toda su vida como un pecador o un principiante, a no
sentir el menor consuelo en la oración, ni la menor devoción al comulgar, nunca; cuando él lo dice sería porque lo
sentiría o porque conocía gente a quien le pasaba esto.
Es decir, no tiene nada que ver la
sensibilidad mística, porque ahora con todo eso de las apariciones parece que
vamos a que el que no tenga apariciones o no viva fenómenos paranormales no
está en Dios; ¡que no! Que eso va por otro camino; es más: en la epístola a los
corintios, cuando Pablo dice que si hay que vanagloriarse, “vengamos al
discurso insensato: que él también ha subido al tercer cielo”; (porque esos
pseudoapóstoles que iban desprestigiándole presumían de dones místicos, y
decían que lo que predicaban lo habían sacado de sus experiencias místicas) San Pablo se alza y dice: “Mirad eso viene de
Cristo, no hay experiencia mística [es decir el fundamento no es tal
experiencia], lo único que hay es la palabra de fe, con mística o sin mística”.
Por lo tanto, aunque no lo notemos,
estaremos siempre creciendo porque está con nosotros precisamente la Vida misma
y la verdad misma, y finalmente, podemos adquirir la seguridad para no morir
con miedo… el miedo a la muerte en un cristiano no es demasiado propio,
demasiado pertinente, porque la muerte es la incorporación a Cristo, y podemos
tener la seguridad de que Él nos resucitará, es decir, nos hará íntegros otra
vez, por lo menos, si no ya, en el último día.
En los cuatro evangelios aparecen especialmente
asociados el manah, la multiplicación de los panes y la última cena. Aparte de
las tres reviviscencias es la multiplicación de los panes el signo de mayor
trascendencia que realizó Jesús, por como lo narran y del significado y
comentarios o gestos de que lo rodean los evangelistas. Lo mismo que en el éxodo,
tras el paso del mar (que algunos minimizan)) es el manah el principal milagro
de Moisés. En una economía antigua, es decir de hambre y de subsistencia,
proporcionar alimento en el desierto o en la carestía (como Eliseo) era el
signo o acto de poder más apreciado que podía hacer un profeta o taumaturgo.
El primer signo de su vida pública versó
acerca del VINO en Caná, el signo culminante versó acerca del PAN y el acto
final de su vida antes de entregarse al tormento, también: unió VINO y PAN en
un signo de amistad y de entrega real y dinámica al hombre.
Fue
un acto de locura divina llevada del amor. Tras el progresivo acercamiento de
Dios al hombre desde la figura de dios celeste y sancionador, inicialmente como
otros, hasta su humanación y finalmente su apariencia de alimento para ser física
y espiritualmente asimilado por el hombre siempre que lo desee y lo necesite,
es todo ello un proceso de locura de amor
omnipotente.
Ahora
bien, alguna vez tenía que revelar y dar conocimiento de este proceso y de esta
locura, y eso fue según Juan, en Cafarnaum, en su sinagoga después del signo de
los panes cuando todos le buscaban… Allí, la revelación de toda la verdad fue
demasiado y la inmensa mayoría lo abandonó (de momento al menos). No podían
sufrir toda la verdad, que era necesario revelar de una vez, aunque
discretamente, a saber:
1.
Que
se trataba de una persona divina, lo cual era para los monoteístas orgullosos
de ello absolutamente inaceptable, si no se mostraban en principio dóciles a
Jesús para que se lo aclarase, y no lo fueron, dóciles (es decir docebiles,
capaces de ser enseñados…)
2.
Que
esta persona divina tenía el poder de operar algo inimaginable, ”loco” para el
sentido común que no ama: hacerse PAN (tomar sus apariencias) para intimarse
más en cada uno de sus creyentes o de todos.
3.
Que
cada vez que en determinadas circunstancias se le invocase iba a hacerse
realmente presente entre y en sus fieles e iba a ser localizable en esos signos
del pan y del vino, para ser comido y bebido… ¡era demasiado!
Dadme alguien que ame con locura y lo
comprenderá, comprenderá que si se puede (y Dios lo puede y Cristo en Dios)
hará lo imposible por entrañarse en cada uno de los que ama y le aman.
Y no es tan imposible tampoco físicamente
supuesto el poder divino, pues que él, en su divinidad y su humanidad, con su
cuerpo real sólo que en y en otra dimensión, es verosímil que se pueda hacer
presente entre quienes se reúnen en su nombre para acercarse a él. Y que una
cosa pueda transignificarse (término técnico desde Pablo VI) y con sus mismas
propiedades físicas y su ubicación comenzar a mediar dialécticamente la presencia
real del Señor (siendo ella y no siendo ella en un proceso de entrega y
asimilación), tampoco es ningún imposible. Sobre todo si se tiene en cuenta que
las cosas no son substancias pétreas, sino vórtices de energía dotados de
significado y de función… Sólo queda rogaros que, en vuestros problemas y
desfallecimientos (aunque se trate de caídas y de indiferencia o desamor) no desaprovechéis
el medio de remediarlo todo, tan casero, tan fácil, tan a mano, como es
acercarse a Él, unirse, asimilar su energía para superar cualquier dificultad,
siquiera sea la del tedio de una vida tan monótona, cansada y aburrida como la
que hemos de llevar hasta que se cumpla el fin de unirnos a Él por la muerte.
Pues
hemos de morir pero no para mal, ni para perdernos en un laberinto de
reencarnaciones o de purgatorios, sino para encontrarle a Él de inmediato. Todo
depende de que nuestra vida sea, suplementariamente por lo menos, una
progresión del deseo de encontrarle, nutrido por el encuentro frecuente y
momentáneo de cada comunión.
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