Camino de las
estrellas
He estado unos días en
otra ciudad y en un puesto de venta de libros, me he comprado uno, titulado
así, escrito por Edward F. Stanton, que según leo en la solapa de la portada es
catedrático y director del departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad
de Kectucky, EEUU. Editorial Ámbito, Valladolid 2004, aunque el libro
inicialmente, está publicado en inglés por la citada Universidad diez años
antes.
Narra las vivencias del
camino de Santiago del autor y no he leído, más que el comienzo, el prólogo y
la partida desde “Saint Jean Pied de Port”,
hasta Roncesvalles, en donde el peregrino pernocta para el siguiente día
continuar la peregrinación. Quiero subrayar, la bendición que recibe en la
mañana de la partida en la abadía de Roncesvalles:
Leo en la página 31: “Entro en la iglesia y pregunto por el padre Javier... al poco aparece…
¡Ah! “La bendición”, dice sonriendo.
“Espérame aquí”.
En
pocos segundos regresa vistiendo sotana con una estola sobre los hombros,
súbitamente transformado de un hombre normal de mediana edad en un digno
celebrante de oficios divinos.
“Sígueme”… sube los peldaños frente al
altar mayor. Bajo un dosel de plata cincelada hay una imagen de la Virgen de
Roncesvalles, patrona de los navarros españoles y franceses.
El
canónigo da la espalda al altar sosteniendo un libro con ambas manos. Me quito
la mochila y la coloco junto al bastón en los peldaños, arrodillándome.
Comienza:
“Que el Señor guíe tus pasos y sea tu
inseparable compañero de camino”… supongo que debo responder “Amen”
“Que la Virgen Santa María te conceda su
maternal protección, te defienda de los peligros del cuerpo y el alma y, bajo
su amparo, puedas alcanzar merecidamente el fin de tu peregrinación sin daño ni
mal”.
Me
mira otra vez: “Amen” respondo.
Levantando
la mano derecha, recita: “Oh Señor que
sacaste a tu siervo Abraham de la ciudad de Ur en Caldea cuidando de él en todo
su errar, que guiaste a los hebreos a través del desierto, te pedimos que
cuides de este tu siervo que por amor a tu nombre parte como peregrino a Compostela.
Sé para él un compañero en la marcha, un guía en las encrucijadas, un alivio en
su cansancio, una defensa en los peligros, refugio en el camino, sombra en el
calor, luz en la oscuridad, coraje en su desánimo y firmeza en su vacilación
para que siguiéndote pueda llegar sano y salvo al final de su viaje y bendito
en gracia y fortaleza pueda regresar sin daño a su hogar, donde su familia
sufre ahora su ausencia, pleno de gozo lozano y eterno. En el nombre de nuestro
Señor Jesucristo. Que la bendición del todopoderosa Padre, Hijo y Espíritu
Santo sea contigo” Y hace lentamente el signo de la cruz sobre mí.
“Amen”,
digo.
“¡Herru Santiagu, Got Santiagu!”, dice profiriendo la vieja invocación
flamenca al apóstol.
Luego
mirándome y alzando la mano derecha, pronuncia con voz sonora las tradicionales
palabras de conclusión: “¡Ultreia e
suseia! ¡Deus adiuva nos!”
El
canónigo navarro desciende hacia mí, me coge del brazo y sonriendo me dice en
español: “Ánimo, coraje y sigue adelante”.
Tras
recoger mi mochila y bastón, camino con él hacia la puerta de la sacristía. “¿Puede contarme algo sobre la ceremonia?” pregunto.
“Es de un misal de 1038 de la catedral de
Vich, en Cataluña, ¿Te ha gustado?”
“Mucho”…”Muchas gracias por todo”
“Conserva el espíritu de peregrino toda tu
vida, Estanton”
He sentido emoción al leer
lo anterior y me imagino la escena, como si yo fuera el que inicia el camino.
Es muy poco probable que la viva en la realidad en Roncesvalles, pero si me
gustaría vivirla, aquí y ahora, y en cualquier momento en que inicie una
peregrinación sea hacia un lugar o en mi interior, como estoy haciendo ahora.
¡Ultreia e suseia! ¡Deus
adiuva nos!
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