viernes, 9 de noviembre de 2018


Deja todo y  sígueme (dice Jesús) (1)

Padre, si es posible, pase de mi este cáliz;
pero no se haga mi voluntad, sino la tuya
Oración de Jesús en el huerto



El hilo conductor de esta entrada es el capítulo ocho del libro que he venido comentado en entradas anteriores, “Jesús y el alma de los evangelios”, de Thomas Moore. El título del capítulo es “Reinventar el ego.  La visión espiritual y las emociones humanas”. En principio pensé, antes de leerlo, que se refería al ego al que aludía al final de la entrada del pasado 30 de octubre, titulada Emaús y el monte Tabor, en el que deberíamos hacer desaparecer nuestro ego, para “que la mano izquierda no se entere de lo que hace la derecha”; pero al comenzar a leer este capítulo, veo que es más que eso, como podemos deducir del párrafo que extraigo de la página 160: “En ocasiones los psicólogos y los maestros espirituales dan la impresión de que tener un ego es más un problema que una bendición. Pero un ego no es necesariamente el ego del egocentrismo o el yo del egoísmo. Tener un ego significa esencialmente tener un sentido de subjetividad, un yo en el sentido más puro. Significa ser dueños de nosotros mismos y sentirnos seguros, ser capaces de actuar y lograr lo que nos proponemos, y también de relacionarnos con los demás  ello implica “salir de la zona de confort”, frase que ahora está de moda, salir a la intemperie, cumplir con la misión que se nos tiene encomendada, cumplir la voluntad de Dios, y nada más, sin esperar que nadie nos aplauda ni reconozca nuestros méritos. De eso va el capítulo. Cuando el diablo tienta a Jesús, con aparecer en el pináculo, arrojarse y que lo recogieran los ángeles, para manifestar su poder, lo está tentando a que tal prodigio maravillara a los espectadores, que lo aplaudirían y dirían que bueno es Jesús que nos salva; pero la salvación vino de otra manera,  por el ego, al que se refiere este capítulo: “… un ego no es sólo un instrumento que nos ayuda a resolver los problemas de la vida práctica. Es también un músculo de imaginación atento al mundo interior y al reino espiritual. Se halla en el centro, como un mediador, entre la vida visible y la invisible. Sirve al alma, al espíritu y al cuerpo…  es capaz de unir los dos reinos… pero cuando falta ese ego tan eficaz, por lo general la persona se afana en adquirirlo y lucha por un pseudo ego… el resultado es el egocentrismo, el egoísmo, el narcisismo, la inseguridad, la dominación y la sumisión, alternativas nada atrayentes”. Tres páginas antes del párrafo que acabo de exponer, hay un apartado titulado “El hombre del aceite de oliva”, que evoca, al menos a mí, a aquellos vendedores, que en mi niñez iban con una carga de aceite en sus caballerías para venderla por los pueblos. Nada que ver con esto... El aceite de oliva es el ingrediente indispensable para cocinar y sanar, “eleva tanto los alimentos preparados con él como a una persona ungida con él a un nivel más alto de potencia y espíritu. “Cristo”, el hombre del aceite de oliva, el “ungido”, significa “elevado a nivel del espíritu” o de una nueva visión”. Así  como en Caná vimos la “metanoia” que representa el agua convertida en vino, aquí vemos que el hecho de ungir con aceite constituye la iniciación a un nuevo nivel de ser.
Esto es lo que da a Jesús la potencia de su ego, de su fuerte yo, de saber que tiene una misión que cumplir, que tiene que beber del cáliz, aunque le gustaría que pasara. Este ego, nada tiene que ver con nuestros mezquinos egos, llenos de vanagloria, egocentrismos, narcisismos y otros ismos.  Y dentro de este apartado leemos: Nosotros también nos hallamos a medio camino entre nuestros pensamientos más profundos y la llamada a nuestro destino. Todos podríamos añadir a nuestro nombre el de “Cristo”, indicando las dos corrientes que fluyen a través de nosotros la mundana y la espiritual… podríamos referirnos a la naturaleza de Cristo. Si somos consncientes de nuestro destino y de nuestra relación con la comunidad, incluida la naturaleza, también estamos ungidos; pero tendríamos que bajar al torrente Cedrón, enfrentarnos a nuestro Getsemaní particular y enfrentarnos a la muerte, para luego resucitar. O como San Pablo, iniciar el camino de Damasco. “Jesús no es un superhombre extraterrestre ni un ángel insustancial ajeno a toda pasión humana…”, [como afirma la herejía llamada “docetismo] al contrario, “penetra profundamente en el sufrimiento, al tiempo que se eleva hasta lo más alto de su espiritualidad. La hondura de su emoción ofrece una base humana a su visión divina. Ambas cosas le convierten en un modelo de compasión y receptividad
El sentido del yo, al que antes aludíamos, hace que esté siempre pendiente de las demandas del “padre celestial”, no el anciano de largas barbas, que estamos acostumbrados a ver en la iconografía, sino de la “Fuente de Creación eterna” y del sentido de la vida y así, en la pág. 163 leemos: “Cuando Jesús honra a su padre celestial, como hace continuamente en los Evangelios, muestra una cierta sacralidad de su ego, un sentido del yo abierto a los misterios de la existencia… En Getsemaní, Jesús desea sinceramente evitar el dolor y el tormento de su inminente condena y ejecución, y al mismo tiempo experimenta un deseo más intenso de respetar el deseo de su padre celestial… Getsemaní no representa una lucha de voluntades sino un encuentro de intenciones. La vida desea algo de nosotros, y esa intención choca con lo que nosotros deseamos en los estrechos límites del yo disminuido
Y es aquí, en donde vuelvo a nuestra vida cotidiana, a “nuestra zona de confort”, a Jonás, que se va a Tarsis, o la Costa del Sol, si así lo prefieren y se olvida que su misión es ir a Nínive. Tuvo que caer en las profundidades del mar, pasar por la “puerta de damasco”, cruzar el torrente Cedrón y estar tres días en las profundidades del vientre de la ballena, para cumplir su misión. Tuvo suerte. Otros no la tienen o no la tenemos y llegamos a la meta, con las manos vacías.
Pidamos al “Padre celestial”, que “Nos muestre el camino y nos instruya en sus sendas”, como reza el salmo 25, para emular a Jesús, estar ungidos, como él y cumplir nuestra misión.
Todavía quedan 13 páginas de este capítulo, así es que volveremos sobre ello.

miércoles, 7 de noviembre de 2018


Están con nosotros

En  la conmemoración de Todos los Fieles Difuntos,  comenzamos haciendo ante todo una profesión de fe: creemos que la muerte no es el final del camino, creemos que nuestros difuntos viven en Dios. Este es el motivo central que nos reúne hoy aquí para orar por nuestros difuntos. La fe cristiana nos asegura que los que mueren con Cristo viven con él.
 "Porque la vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo"
José maría de Miguel, fragmento tomado de la página, http://www.trinitarios.org/Hom/Homildifuntos.htm


No es la primera vez que Isaura Díaz de Figueiredo, nos visita en este sencillo blog. Esta vez es con una crónica sobre el origen celta de la fiesta de los fieles difuntos, que mostramos a continuación:


Día de difuntos origen
Escrito de Isaura Díaz  de Figuiredo, aparecido, el 7 de Noviembre en el diario digital SalamancaRTV

Sepulturas celtas, propiedad de la familia González
fotografía de D. Pablo Rodríguez Fernández
La Conmemoración de los Fieles Difuntos, popularmente llamado “Día de Muertos” o “Día de Difuntos”, se celebra el día 2 de noviembre, el fin es orar por aquellos fieles que han acabado su vida terrenal, y especialmente por aquellos que se encuentran aún en estado de purificación.

martes, 30 de octubre de 2018


Emaús y el Monte Tabor

El reto del Evangelio de Jesús no consiste
 en creer o acatar unas reglas o estar en posesión de la verdad.
El verdadero reto consiste en metamorfearse,
 en que un ser humano normal y corriente
manifieste la naturaleza de Jesús.

Thomas Moore en “Jesús y el alma de los evangelios”, Pág., 151


La cita inicial, está en el capítulo 7 del citado libro de Thomas Moore. El título del capítulo es “Transfiguración y metamorfosis”, que comienza con la cita evangélica Juan 6,30-35. Dicha cita termina con la ya conocida frase de Jesús: “Yo soy el pan de vida; el que viene a mi jamás tendrá hambre; y el que cree en mí, no tendrá sed jamás”. He de decir otra vez, que  este libro no es ortodoxo; pero también es verdad, que no es enteramente heterodoxo. A mi modo de ver, las once primeras páginas del capítulo que dedica a la Eucaristía, es de lo mejor que he leído de este tema. El título que he dado a esta entrada ha sido precisamente Emaús, donde quiero de alguna manera reflejar el contenido de esas once primeras páginas del capítulo y Monte Tabor  a la segunda parte del capítulo, es decir  a la “metamorfosis”.
En la página 143, en un apartado del capítulo, titulado “Una sagrada camaradería” se  trata la historia de los discípulos de Emaús, comenzando por la cita evangélica Lucas 24, 13-19, 27-32, de la que sólo pondré el final, aunque es de todos conocido: “¿No ardía dentro de nosotros nuestro corazón cuando nos venía hablando por el camino de las Escrituras?”. Efectivamente, el encuentro con Jesús con el resucitado, nos debe llevar a eso, a una transformación, a una “metanoia”, a una metamorfosis, que nos haga resplandecientes, cual encuentro en el monte Tabor, en presencia de los profetas y de “las escrituras”; pero esa transformación, desaparece “por fuera” y bajar del monte de la transfiguración o descansar en el camino de Emaus, siendo los mismos; pero distintos “por dentro”. Eso es la Eucaristía, es entrar en el reino y participar de él, no uno sólo, sino en comunidad. El curso pasado, en la Escuela de Teología a la que asisto, alguien formuló la pregunta ¿Por qué cuando el sacerdote, guarda el copón en el sagrario, algunas personas se arrodillan? Y el fraile dominico, que nos impartía la clase, a eso no le daba importancia, sin embargo nos dijo: fijaros, cuando el sacerdote pasa por delante de vosotros, en el altar, después, normalmente hace una inclinación de la cabeza: porque Cristo está en la asamblea.
Volviendo al capítulo del libro y esto posiblemente no sea ortodoxo, la trasformación del pan en el cuerpo de Cristo, es una transformación alquímica y para decir esto me baso en el siguiente párrafo de la página 136: “Cuando Jesús dice: “este [el pan] es mi cuerpo”, está claro que se refiere a su presencia como persona… Se refiere a que el pan es, misteriosamente, Él. Hay algo en su naturaleza semejante al pan.
La lengua griega tiene varias palabras que significan el cuerpo. Por ejemplo sarx significa carne, y soma, la palabra empleada en este pasaje, [citado al principo, del evangelio de Juan] por lo general significa un cuepo vivo o un grupo de personas, o el aspecto físico en contraposición al espiritual”. El autor del libro, educado en un ambiente católico, confiesa que él creía que el pan de la Eucaristía era sarx y que la comunión representaba comer la carne, cosa que nosotros hemos pensado o seguimos pensando;  pero “esto es totalmente distinto de incorporar de una forma física, a través del pan, la sustancia de la persona que era Jesús”. Y por no caer en un círculo vicioso, paso otra vez a Emaús: y cito de las páginas 145 y 146 “Nada representa el reino más plenamente que un grupo de personas reunidas, gozando de su mutua compañía, compartiendo el pan y hablando de temas de gran importancia. En Emaús Jesús parte el pan y hablando de temas de gran importancia. En Emaús, Jesús parte el pan y en esa fracción de segundo sus acompañantes le reconocen. Luego desaparece de su vista y los otros se quedan con el pan que ha repartido… Compartir el pan, especialmente con aquellos que tienen menos probabilidades de formar parte de su comunidad, no representa sólo un símbolo sino la profunda realidad del reino”. Y más adelante, este párrafo controvertido; pero a mi modo de ver sin desperdicio, con el  que terminan las once páginas:
La historia de Emaús es más importante para el futuro de sus seguidores que la historia de la fundación de la ecclesia… Por más que Pedro fuese la piedra fundamental, el pan es el corazón y el alma de la comunidad, que es más importante que el liderato y la camaradería es más esencial que las reglas y doctrinas. Si uno se preocupa por sus creencias y le obsesiona cumplir con todos los ritos de la institución, es muy probable que  el alma de su religión desaparezca… Las historias  referentes a Jesús, que hallamos en los Evangelios presentan a un hombre infinitamente espiritual que se afana por mostrar que el legalismo y el moralismo son peligrosos para la vida espiritual
Termina el capítulo con cinco páginas más dedicadas a la transfiguración, iniciadas con la cita de Mateo 17, 1-9, de la que tomo sólo el final: “y cuando alzaron los ojos, vieron que allí sólo estaba Jesús.
Y mientras bajaban de monte, Jesús les mandó: No reveléis a nadie esta visión, hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos
Y termino: “Por sus frutos los conoceréis”, dice Jesús en otra parte, y esto no es del capítulo que estoy glosando aquí. Cuando sintamos la metanoia o la metamorfosis o la conversión, que nos ha producido el camino de Emaús o el monte Tabor, que es la Eucaristía, no pretendamos mostrar la luz que llevamos dentro, sería darle importancia a nuestro ego. “que nuestra mano izquierda no se entere de lo que hace la derecha”. Es lo que nos mandó Jesús al bajar del monte de la transfiguración, teniendo además en cuenta que Jesús “somos nosotros”, pues en Emaus desapareció de nuestra vista, dejándonos , eso si, el pan fragmentado, que es Él, fragmentado para repartirlo y no para nosotros solos.

viernes, 12 de octubre de 2018


Las barreras que nos impiden entrar en el reino de los cielos, en la tierra (1)

Al contrario que las personas capaces de perder los estribos,
 Jesús nunca pierde la serenidad.
Su parte espiritual, siempre presente, le impide perder el genio.

Thomas Moore en “Jesús y el alma de los evangelios”, pág. 125

Avaricia: tomada de internet

En este “articulillo”, tomaré un poco como referencia el capítulo 6, titulado “Encararse con los propios demonios. Cómo sanar de lo que nos posee” del mencionado libro de Thomas Moore. El capítulo es corto, sólo 17 páginas; pero es sumamente denso y complejo, cómo todo lo demoníaco, en cuyo término quiero agrupar todas las barreras, que nos impiden “entrar en el reino”, que son siete, teniendo en cuenta el significado de plenitud de este número: en definitiva, los siete pecados capitales: Ira, Gula, Lujuria, Envidia, Avaricia, Soberbia y Pereza. Fijándonos en esto, a poco observador que seamos, nos damos cuenta que son barreras ¿infranqueables? Para entra en el reino.
Volvemos ahora  a la cita inicial del capítulo mencionado, es del evangelio de Mateo, capitulo 10, versículo 1: “Y convocó a los doce discípulos y les dio potestad sobre los espíritus inmundos para expulsarlos y sanar toda dolencia y enfermedad”. Así  pues, esas barreras, son totalmente franqueables. Es posible derribarlas y entrar en el reino: contra los siete pecados, tenemos siete virtudes. Ahora bien, si no comenzamos el trabajo de eliminarlas, acabaremos “poseídos” y si nos posee la ira, por ejemplo, daremos lugar a enfrentamientos, luchas, y hasta guerras, si esa ira se extiende a pueblos enteros, motivada por gobernantes, poseídos por otros demonios, como la avaricia, la soberbia y más.  En la pág. 117 del libro que nos sirve como guía leemos: “Jesús recorría los caminos de Galilea… calmando las aguas del mar, sanando enfermos con una palabra o un gesto, arrojando a los demonios, lo cual hoy en día suena como algo salido de una novela gótica de terror. Nos vienen a la mente extrañas imágenes de películas…” ¿Quién no recuerda la película “el exorcista? “… Pero Jesús no era un personaje de una película de terror. Vivía una vida juiciosa, demostrando como sería gozar de una existencia divina”.
Los seres humanos tenemos una vena demoníaca, no lo olvidemos: el demonio no es el macho cabrío cornudo o el “demonio rabúo”, que dicen en algunos pueblos y representan con máscaras en los carnavales u otras fiestas. No es la serpiente de las siete cabezas, de la loa de La Alberca a la Virgen de la Asunción. El demonio está dentro de nosotros, mal que nos pese y hoy las neurociencias, también lo explican. Cito del libro “Mindsight” de Daniel J. Siegel, el capítulo 2, titulado “Las crêpes de la ira”, en donde el autor se pone como ejemplo, de “estar poseído” por el demonio de la ira, al activarse una parte del cerebro, activación que ha dado lugar a crímenes horrendos y que luego el autor de los mismos, calmados, se arrepienten, cuando ya es demasiado tarde.
Volvemos a nuestro capítulo, en la página 120: “Jesús entiende que lo demoníaco está implicado en la enfermedad… curó a un hombre que padecía convulsiones. Hoy en día decimos “Ese hombre no estaba poseído. Padecía epilepsia…Nos sentimos superiores con nuestras abstracciones; pero las personas que rodeaban a Jesús quizá tuvieran una percepción que nosotros hemos perdido: somos personas dentro de personas. Podemos percibir los sentimientos que nos dominan como personalidades interiores ajenas que nos manipulan detrás de la fachada que presentamos al mundo” y al llegar aquí, me viene la memoria, la teoría de “la sombra”, en el sentido junguiano del término y remito al lector a magníficos libros sobre el tema, como “Nuestra cara oculta” de Enrique Martínez Lozano, “Nuestras propias sombras” de Anselm Grün, etc… y termino aquí, aunque continuaré con este apasionante tema en próximas entradas, invitando a leer, la entrada de este mismo blog, publicada el 29 de mayo de 2015:

Las barreras que nos impiden entrar en el reino de los cielos, en la tierra (y2)

Jesús no ataca al mal en sí mismo, por lo que los relatos de exorcismos no deben interpretarse en un contexto del bien contra el mal, sino del autodominio, en contraposición a la locura.
Thomas Moore en “Jesús y el alma de los evangelios”, pág. 129-130



En esta segunda parte, de este tema, vamos a vislumbrar, aunque sólo sea de pasada, ya que este tema ha dado para tratados enteros de teología, antropología y psicología y seguirá dando, la forma en que deberíamos encararnos, con el “maligno”, o bien, según apuntábamos en la reflexión anterior con nuestra propia “sombra”, en el sentido junguiano de término. En la página 122 de este capítulo, Thomas Moore nos remite en una cita a la obra de C. G. Jung “Recuerdos, sueños y pensamientos” y escribe en la misma página: “Nadie ha descrito este proceso con más precisión que C. G. Jung. No hablaba sólo desde el punto de vista teórico, había atravesado por profundos conflictos en los que sus demonios se habían manifestado… lo que ha llevado atacarlo por algunos de psicótico;… pero en contrapartida, Jung practicaba una sencillez primigenia, como la que vemos en la vida de Jesús, construyendo una torre sin agua ni electricidad donde poder trabajar en su evolución personal y en sus escritos, viviendo junto a un lago… sin apartarse de sus pensamientos y sueños. A partir de esa manera de vivir, desarrolló una autoridad, como la de Jesús sobre sus propios demonios y los de sus pacientes.”
El “exorcismo” de Jesús poco tiene que ver con el exorcista de la película del mismo nombre. Cuando decían que Jesús era uno de los demonios, al curar al mudo, Jesús responde: “Si yo arrojo a los demonios, por el dedo de Dios, es que el reino de Dios ha llegado a vosotros” (Lucas 11, 20)  y a continuación el autor, nos remite a la pintura de la creación de la Capilla Sixtina, en la que se tocan los dedos del Creador y del hombre Adán recién creado, y cito de la misma página algo chocante; pero profundo y real, a  poco que reflexionemos y no nos limitemos a lo “teológicamente correcto”: “En ese momento de la creación, lo divino y lo humano están eléctricamente próximos, pero esa escena tiene su lado oscuro: lo humano y lo demoniaco están tan cerca que sus dedos casi se tocan también…” y más adelante: “ Jesús constituye ese punto en que los dos dedos  se tocan, y la combinación de su compasión humana y su poder espiritual es lo que le permite librar a las personas de lo demoniaco. Misteriosamente, es capaz de desencadenar una fuerza destinada a hacer el bien equiparable a cualquier pasión demoniaca..."
En la página siguiente, el autor afirma que vemos el demonio en Hitler, los talibanes, en los terroristas…; pero no somos capaces de verlo en nosotros mismos, incluso en nuestro literalismo religioso, en nuestro extremado patriotismo y nacionalismo y en la agresividad con que tratamos a nuestros semejantes, incluso a nuestros amigos y familiares “Pero está ahí, y la única forma de librarnos de él es asimilar nuestro lado tenebroso y alcanzar un nivel de auto comprensión que nos procure la fuerza y la autoridad para resistirnos a él” En este Sentido, hemos de tener como referencia en nuestras vidas, el extraordinario autodominio de Jesús, que al contrario de las personas que solemos perder los estribos, Él nunca pierde la serenidad. Es lo que hacen las personas dueñas de sí mismas, capaces de protegerse en cierta medida de las agresiones internas y externas. Su carácter les impiden sucumbir  a los cantos de sirena de la publicidad y la política. Y mi reflexión es: Hoy día, lo tenemos difícil. No hay que ver más que los que nos venden, en la gran pantalla, en el gran hermano, en el futbol, en la política en la publicidad, fomentando la neurosis y el consumo y luego nos culpabilizan por las agresiones al medio ambiente y paradójicamente, curamos la neurosis con más compras más consumo; pero el “demonio no existe, son cosas de viejos y anticuados curas”; pero no nos damos cuenta, que lo llevamos “portátil”, como diría Quevedo; pero ¿Quién lee a Quevedo en estos tiempos de internet?. Creo que se me ha ido la olla, o tal vez no. Intentaré volver a lo que iba, a vencer nuestros demonios, como hacía Jesús, y vuelvo a la página 125: “La persona que es dueña de sí misma sabe quién es, lo que necesita y lo que es capaz de hacer. La persona poseída está esencial y totalmente desarmada. No sabe lo que quiere porque está dominada por deseos demoniacos. No cree tener poder alguno, porque los demonios la controlan”… Una persona con autodominio es capaz de dejar que la vida fluya por ella “No se siente amenazada, y no se resiste. Actúa como un conducto de las incertidumbres que la vida le ofrece….
Antes de terminar, pienso que es importante que reflexionemos, sobre el siguiente párrafo: “Jesús deriva buena parte de su autoridad de su conexión constante y directa con su Padre Celestial o arquetípico, un espíritu paterno que le procura el poder y la seguridad para enfrentarse a lo demoniaco”… y una aclaración que hace el autor, que puede sorprender a los extremadamente ortodoxos: leemos entre las páginas 126 y 127: “Tras numerosos siglos de literalismo y unos conceptos ingenuos sobre Dios Padre, es difícil obtener un sentido inteligente y centrado de quién o qué es el padre…Quizá… un sentido del orden y forma de gobierno del mundo, y el deseo que la vida fluya libremente a través de nosotros… La mayoría de enseñanzas espirituales recomiendan estar en consonancia con una importante fuente de sentido de la vida y vitalidad… desde esta perspectiva, el espíritu del padre puede apreciarse en la inteligencia y belleza de la creación y en el desarrollo de las vidas individuales
En la página 128, se nos recuerda el pasaje de Lucas 8, 26-33, cuando Jesús arroja a la legión de demonios del hombre poseído a una piara de cerdos. Yo no acababa de entender esto; pero al leer este capítulo lo intuyo. Significa arrojar fuera nuestros demonios, de alguna manera, con nuestro “auto exorcismo”, como hacía la mujer, cuyo ejemplo pone el autor en la página 129: “…esta mujer, cada vez que se enfurecía con su familia, (en lugar de enfadarse y gritar), horneaba pan y se lo daba de comer a su marido y sus hijos. Arrojaba los demonios al pan, y esa forma de exorcismo, menos dramática; pero semejante a la de Jesús, la aliviaba” y ya está; pero todavía no. Está porque es un tema complejo y si sigo, posiblemente entre en un bucle repetitivo; pero todavía no, porque como decía al principio, es un tema muy complejo y de hecho quedan todavía cuatro páginas de este capítulo; pero no quiero cansar al lector. Que cada uno saque sus propias conclusiones y vea la forma de encarar a los demonios, que sí existen. Para ello, pongámonos a trabajar y pidamos ayuda al Padre celestial, por mediación de San Miguel arcángel y pongo aquí la oración de León XIII:

San Miguel Arcángel, defiéndenos en la lucha.
Sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio.
Que Dios manifieste sobre él su poder, es nuestra humilde súplica.

Y tú, oh Príncipe de la Milicia Celestial, con el poder que Dios te ha conferido, arroja al infierno a Satanás, y a los demás espíritus malignos que vagan por el mundo para la perdición de las almas. Amén.

jueves, 4 de octubre de 2018


No podemos caminar, por el desierto bajo el sol (y 2)

Cuando uno descubre por fin el reino, vive con una visión trascendente. Se halla en un reino celestial, una esfera de significado no limitado a los conceptos inconscientes  de la persona media, como el éxito, el dinero, el dominio sexual y el egoísmo. Está en el mundo pero no dominado por sus valores inconscientes… un reino conectado por lo cotidiano; pero que lo trasciende.
Thomas Moore en “Jesús y el alma de los evangelios”, Pág. 44


La cita que he puesto al principio, corresponde al primer capítulo del libro citado, titulado Una nueva forma de imaginar la vida humana. La imagen central del reino. La cita inicial de ese capítulo es de Mateo, 10,7-8Y mientras marcháis, proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, arrancad de raíz el sufrimiento y arrojad a los demonios”. Pienso yo, con bastante pesimismo, que hoy el reino no está cerca, y entre los que nos llamados  cristianos, tampoco precisamente. “Quien me la hace me la paga”, me decía hace tiempo una persona muy de novenas; pero no vamos a fijarnos en eso. Fijémonos en la meta, que es el reino, aquí en la tierra. En el capítulo mencionado anteriormente, el autor, intenta definir el reino en 23 páginas. No es fácil dar una escueta definición del mismo, ni en 23, ni 230, ni en 2300 páginas. Tal vez, lo definió un santo sacerdote asturiano, al que le dieron un homenaje hace unos años, en una breve entrevista en televisión, que no duró ni un minuto. El secreto de su vida ejemplar lo resumió en esta frase: “nunca he hecho daño a nadie, ni de pensamiento, palabra ni obra”. ¿Quién puede decir eso, en el ocaso de la vida? Pienso yo, que mientras realizaba su labor parroquial, allí en la perdida parroquia asturiana, este sacerdote, estaba proclamando que el reino estaba cerca, puesto que las personas que lo conocían y se acercaban a él, tal vez muchas “muertas” se curaban o resucitaban cuando se postraban a él en confesión, incluso sanaban físicamente, de alguna dolencia, pues muchas enfermedades, proceden de desajustes psíquicos, generados no pocas veces por disgustos, procedentes de una actitud egoísta, como apunta el autor en el capítulo 5º del libro, titulado Todos somos sanadores. En el reino uno responde al sufrimiento.
Volvemos otra vez al capítulo de las 23 páginas en que se intenta dar una explicación del reino. En la página 32 leemos: “… el reino del que hablamos está vacío… Se trata más de una actitud hacia la vida,… de una cualidad de la mente… que no vemos necesariamente en un iglesia llena de gente, sino que se revela en una persona que ayuda a otra en un momento de necesidad”, antes cita del evangelio apócrifo de Tomás, la parábola del reino, “semejante a una mujer que llevaba una vasija llena de harina, en la que sin ella darse cuenta, se rompió por el camino y cuando llegó a casa, la vasija estaba vacía”. Volvemos otra vez a “darle la vuelta al trigo”, si yo estoy pendiente de “mis cosas”, mi dinero, mi prestigio, mi narcisismo, “mis virtudes”, estoy totalmente fuera del reino. Tengo que vaciarme y de esta manera, “no haré daño a nadie, ni de pensamiento, palabra ni obra” y además podré sanar, resucitar a alguien que “esté muerto”, aunque viva y podré combatir el sufrimiento, que no el dolor, que son cosas distintas.
Amigo lector o lectora, yo no estoy en el reino y por eso no puedo darte consejos. ¡Para mí los quisiera!, sin embargo el reino me seduce y más en los tiempos que corremos y por eso comparto estas reflexiones, pues como en el ciclismo, si vamos “en pelotón”, es más fácil llegar a la meta, es más fácil llegar al reino.

jueves, 27 de septiembre de 2018


No podemos caminar, por el desierto bajo el sol (1)

Preguntad a las naciones: ¿Quién oyó cosa igual? Algo horrible ha cometido la doncella de Israel. Mi pueblo se ha olvidado de mí,  para ofrecer incienso a dioses vacíos que les hacen desviarse de las sendas antiguas, y tomar veredas y caminos no trazados; dejarán su tierra desierta, y  será objeto de burla perpetua; todo el que pase por ella quedará estupefacto y meneará la cabeza.
Jeremías 18, 13; 15-16


No es fácil resumir en pocas líneas la actualidad de este pasaje bíblico, escrito hace más de 2500 años. No voy a fijarme en la sociedad de hoy, ni en la de ayer. No soy quien para juzgar, pues como me comentaba una buena persona “bastante tengo con lo mío, para fijarme en lo que hacen los demás”. Me fijaré en la frase: “Mi pueblo se ha olvidado de mí” ¿Y cómo lo interpreto? Fijándome en quien nos hemos olvidado, de Jesús de Nazaret, en su mensaje, en su evangelio, que nos invita a entrar en “el Reino”, aquí y ahora, en la tierra. Sigue leyendo, amigo lector, que no voy a soltar un sermón, ni un tratado teológico. Sólo voy a comentar unas cuantas ideas, que he sacado del libro, que ya he citado en anteriores entradas, de este mismo blog: “Jesús y el alma de los evangelios” de Thomas Moore de ediciones Urano.
Cuando escribo esto, puedo resumir lo que he leído, hasta el capítulo 5 incluido, así: Hay cuatro conceptos claves y puedo resumir en cuatro puntos, siendo el primero la “metanoia”, que procede de dos importantes vocablos griegos: “meta” y “noia”. Meta significa después, en ocasiones “más allá” y noia se refiere al orden del universo. Podríamos identificar el término, para lo que queremos expresar, como cambio de manera de pensar, en definitiva conversión. Copio literalmente de la página 57: “La metanoia es uno de los cuatro términos griegos que resumen la filosofía de Jesús. Los otros son basilea, agape y therapeia: el reino, la regla del amor y la labor de sanar. Los cuatro términos están relacionados entre sí; los cuatro interactúan, definiéndose unos a otros.
La visión de Jesús es sutil y trasparente y posee un mayor fundamento y certeza que cuando nos gritan a la cara. También Jesús habla claro muchas veces, como cuando delante de la mujer adúltera, afirma “quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Pero el concepto de “metanoia” lo expresa en algunos pasajes, como  el de Nicodemo, Juan 3,15. “A menos que alguien nazca del agua y del espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”. En este pasaje, se nos invita a “nacer de nuevo”, es decir a entrar en el reino.
Volviendo al libro, el capítulo 2, titulado “Un cambio radical de visión”, está todo dedicado a la metanoia, a nuestro cambio de actitud y de manera de pensar, que complementa con el siguiente capítulo, dedicado íntegramente a las “bodas de Caná”, en que Jesús realiza su primer “milagro”, como sabemos, convirtiendo el agua en vino, y que “estruja” más el concepto de metanoia; pero antes, vamos a detenernos en la página 59, dentro del apartado “La alquimia del bautismo”: A partir de Mateo 3,11: cuando pone en boca del Bautista, “Yo os bautizo con agua… Pero el que viene d detrás de mí… os bautizará con Espíritu Eanto y fuego”, leemos literalmente: “El bautismo es la expresión simbólica y ritual de la metanoia, y ese pasaje revela que el bautismo presenta dos aspectos, simbolizados por el agua y el fuego. El agua disuelve el viejo mundo… y el fuego… quema nuestra vieja vida y nos incita a vivir una nueva”. Podría extenderme mucho más; pero no quiero cansar al lector y paso a comentar algo del siguiente capítulo, dedicado como dije antes a la conversión del agua en vino en las bodas de Caná. Antes quiero advertir, que este libro, no sigue al pie de la letra las enseñanzas tradicionales y ortodoxas sobre los evangelios, de hecho el substituto de este capítulo es “Jesús el epicúreo”, aunque también es verdad, que no se sale de ellas. Dicho esto, nos vamos a Caná de Galilea y leemos en la página 67: “La humanidad que emana de esta historia forma parte de su mensaje: Jesús reacciona ante la preocupación de su madre y ofrece una muestra de su doctrina durante una fiesta, a propósito de algo tan corriente como el hecho de que el vino se agote. Al mismo tiempo,  el banquete de boda representa la condición humana presente: nuestro vino, nuestra vitalidad, complejidad y espíritu, se agota. La transformación del agua en vino significa un cambio más profundo en el espíritu humano; es el paso de la simple inconsciencia a una visión embriagadora. Constituye el tema central de los evangelios: experimentar un cambio de visión y descubrir la vida en toda su abundancia e intensidad”. No quería entretenerme mucho, en este capítulo, que dará para mucho más, solamente diré que cita, entre otros, a Thomas Merton, que según el autor, poseía el espíritu de Caná: “era al mismo tiempo ascético y epicúreo, al igual que Jesús “ y a Santo Tomás de Aquino, que “se refirió también al estado de embriaguez en un sentido teológico: “el vino, observó en su comentario sobre “De Trinitate de Boecio”, con frecuencia significa la sabiduría dina, mientras que el agua significa la sabiduría secular
Pues bien una vez que hemos experimentado la  metanoia” entramos en “basilea”, el reino y una vez allí actuar con “agape”, la regla del amor, practicando la “therapeia”, la sanación como hizo Jesús.
 En próximas entradas intentaré desmenuzar esto un poco más.

viernes, 14 de septiembre de 2018


El Reino de los cielos
(en la tierra)

Este libro… Revela a un Jesús cuyas enseñanzas van dirigidas a todo aquel que va en busca de un sentido, no sólo a los cristianos. Muestra un mensaje evangélico que no pertenece a ninguna iglesia, comunidad o tradición. Sugiere que el propósito de Jesús no era formar una religión sino transformar el mundo; no explotar esta vida a cambio de una recompensa celestial sino establecer un paraíso en la Tierra.
Thomas Moore en “Jesús y el alma de los Evangelios”,
 final del prólogo.



Muy poco he leído de este libro, cuya aparición, para mí ha sido una sincronicidad, de las que se han dado en llamar “diosidencia”, para indicar que es algo más que una simple coincidencia. Ha sido Dios, quien me ha llevado a donde estaba este libro, en una biblioteca pública.
Esta tarde he leído el prólogo y poco más; pero me ha hecho reflexionar, que efectivamente el reino está dentro de nosotros. Lc, 20-21, si sabemos dar con él y si lo encontramos, debemos compartirlo, no guardarlo.
Hay un cuento sufí, que nos produce risa, cuando lo oímos por primera vez. Es Nasrudín, que ha perdido la llave y alguien le pregunta ¿Dónde las has perdido? Y contesta allí en lo oscuro. Y la pregunta inquisitorial ¿Por qué la buscas aquí? La repuesta de Nasrudín: ¡Por qué aquí hay una farola!  Da risa verdad; pero profundizando un poco, tal vez no, ya que si es la llave de nuestra vida, nuestro centro, nuestro “Reino”, lo hemos perdido en un sitio, donde hay oscuridad y a veces mucha. Es necesario buscar en la luz y eso es lo que dice el cuento.
Hay situaciones, vivencias, estados existenciales, modos de vida, hábitos, proyectos vitales, que no pueden definirse en pocas palabras. Es necesario recurrir a descripciones, más complejas, como parábolas e incluso a mitos. Por eso Jesús en los evangelios muchas veces se expresa en parábolas. En la página 29 del libro citado al principio, dice “Una parábola bíblica es una parábola geométrica: uno se adentra en un historia da un giro de 180º y regresa al punto de partida habiendo realizado un vuelco sorpendente”. Otra vez, como Nasrudín, salimos de la oscuridad a la luz, regresando otra vez a la oscuridad; pero ya iluminados.
Esta iluminación la hace Jesús con su mensaje, no pocas veces utilizando parábolas. Ahora me viene a la mente, la parábola del hijo pródigo Lc 15, 11-32. Acabo de leer el magnífico libro de Henri J. Nouwen “El regreso del hijo pródigo” y ¡Que lección me ha dado su lectura! Y que mal nos han explicado esta parábola. Cuando nos percatamos, realmente de su significado profundo, nos damos cuenta que, es la forma de encontrar el reino. En efecto, en algún momento de nuestra vida, hemos querido “salir de casa”, pensando que lo de fuera es maravilloso y no hemos encontrado más que miseria, nos hemos descentrado, hemos perdido la llave de nuestra existencia, llegando a la conclusión ¡Qué bien se estaba en casa!, es decir hemos sido el hijo menor. También hemos sido el hijo mayor, ya que hemos sido cumplidores, intachables; pero llenos de resentimiento, porque esperamos que se reconozca nuestra valía… Todo lo mío es tuyo le dice el padre al hijo mayor ¿Qué más queremos? El objetivo vital, es convertirnos en padre/madre, siendo misericordiosos, sin esperar nada a cambio, como nuestro Padre celestial, lo es. Si llegamos a esto, hemos conquistado el reino. Nouwen lo explica muy bien a lo largo de casi 160 páginas.
Y en esto estamos, buscando el reino y ya sabéis, cuando lo encontramos, todo lo demás lo tenemos. Nada nos turba, como decía nuestra Santa, porque tenemos a Dios y por tanto nada nos falta.