viernes, 9 de noviembre de 2018


Deja todo y  sígueme (dice Jesús) (1)

Padre, si es posible, pase de mi este cáliz;
pero no se haga mi voluntad, sino la tuya
Oración de Jesús en el huerto



El hilo conductor de esta entrada es el capítulo ocho del libro que he venido comentado en entradas anteriores, “Jesús y el alma de los evangelios”, de Thomas Moore. El título del capítulo es “Reinventar el ego.  La visión espiritual y las emociones humanas”. En principio pensé, antes de leerlo, que se refería al ego al que aludía al final de la entrada del pasado 30 de octubre, titulada Emaús y el monte Tabor, en el que deberíamos hacer desaparecer nuestro ego, para “que la mano izquierda no se entere de lo que hace la derecha”; pero al comenzar a leer este capítulo, veo que es más que eso, como podemos deducir del párrafo que extraigo de la página 160: “En ocasiones los psicólogos y los maestros espirituales dan la impresión de que tener un ego es más un problema que una bendición. Pero un ego no es necesariamente el ego del egocentrismo o el yo del egoísmo. Tener un ego significa esencialmente tener un sentido de subjetividad, un yo en el sentido más puro. Significa ser dueños de nosotros mismos y sentirnos seguros, ser capaces de actuar y lograr lo que nos proponemos, y también de relacionarnos con los demás  ello implica “salir de la zona de confort”, frase que ahora está de moda, salir a la intemperie, cumplir con la misión que se nos tiene encomendada, cumplir la voluntad de Dios, y nada más, sin esperar que nadie nos aplauda ni reconozca nuestros méritos. De eso va el capítulo. Cuando el diablo tienta a Jesús, con aparecer en el pináculo, arrojarse y que lo recogieran los ángeles, para manifestar su poder, lo está tentando a que tal prodigio maravillara a los espectadores, que lo aplaudirían y dirían que bueno es Jesús que nos salva; pero la salvación vino de otra manera,  por el ego, al que se refiere este capítulo: “… un ego no es sólo un instrumento que nos ayuda a resolver los problemas de la vida práctica. Es también un músculo de imaginación atento al mundo interior y al reino espiritual. Se halla en el centro, como un mediador, entre la vida visible y la invisible. Sirve al alma, al espíritu y al cuerpo…  es capaz de unir los dos reinos… pero cuando falta ese ego tan eficaz, por lo general la persona se afana en adquirirlo y lucha por un pseudo ego… el resultado es el egocentrismo, el egoísmo, el narcisismo, la inseguridad, la dominación y la sumisión, alternativas nada atrayentes”. Tres páginas antes del párrafo que acabo de exponer, hay un apartado titulado “El hombre del aceite de oliva”, que evoca, al menos a mí, a aquellos vendedores, que en mi niñez iban con una carga de aceite en sus caballerías para venderla por los pueblos. Nada que ver con esto... El aceite de oliva es el ingrediente indispensable para cocinar y sanar, “eleva tanto los alimentos preparados con él como a una persona ungida con él a un nivel más alto de potencia y espíritu. “Cristo”, el hombre del aceite de oliva, el “ungido”, significa “elevado a nivel del espíritu” o de una nueva visión”. Así  como en Caná vimos la “metanoia” que representa el agua convertida en vino, aquí vemos que el hecho de ungir con aceite constituye la iniciación a un nuevo nivel de ser.
Esto es lo que da a Jesús la potencia de su ego, de su fuerte yo, de saber que tiene una misión que cumplir, que tiene que beber del cáliz, aunque le gustaría que pasara. Este ego, nada tiene que ver con nuestros mezquinos egos, llenos de vanagloria, egocentrismos, narcisismos y otros ismos.  Y dentro de este apartado leemos: Nosotros también nos hallamos a medio camino entre nuestros pensamientos más profundos y la llamada a nuestro destino. Todos podríamos añadir a nuestro nombre el de “Cristo”, indicando las dos corrientes que fluyen a través de nosotros la mundana y la espiritual… podríamos referirnos a la naturaleza de Cristo. Si somos consncientes de nuestro destino y de nuestra relación con la comunidad, incluida la naturaleza, también estamos ungidos; pero tendríamos que bajar al torrente Cedrón, enfrentarnos a nuestro Getsemaní particular y enfrentarnos a la muerte, para luego resucitar. O como San Pablo, iniciar el camino de Damasco. “Jesús no es un superhombre extraterrestre ni un ángel insustancial ajeno a toda pasión humana…”, [como afirma la herejía llamada “docetismo] al contrario, “penetra profundamente en el sufrimiento, al tiempo que se eleva hasta lo más alto de su espiritualidad. La hondura de su emoción ofrece una base humana a su visión divina. Ambas cosas le convierten en un modelo de compasión y receptividad
El sentido del yo, al que antes aludíamos, hace que esté siempre pendiente de las demandas del “padre celestial”, no el anciano de largas barbas, que estamos acostumbrados a ver en la iconografía, sino de la “Fuente de Creación eterna” y del sentido de la vida y así, en la pág. 163 leemos: “Cuando Jesús honra a su padre celestial, como hace continuamente en los Evangelios, muestra una cierta sacralidad de su ego, un sentido del yo abierto a los misterios de la existencia… En Getsemaní, Jesús desea sinceramente evitar el dolor y el tormento de su inminente condena y ejecución, y al mismo tiempo experimenta un deseo más intenso de respetar el deseo de su padre celestial… Getsemaní no representa una lucha de voluntades sino un encuentro de intenciones. La vida desea algo de nosotros, y esa intención choca con lo que nosotros deseamos en los estrechos límites del yo disminuido
Y es aquí, en donde vuelvo a nuestra vida cotidiana, a “nuestra zona de confort”, a Jonás, que se va a Tarsis, o la Costa del Sol, si así lo prefieren y se olvida que su misión es ir a Nínive. Tuvo que caer en las profundidades del mar, pasar por la “puerta de damasco”, cruzar el torrente Cedrón y estar tres días en las profundidades del vientre de la ballena, para cumplir su misión. Tuvo suerte. Otros no la tienen o no la tenemos y llegamos a la meta, con las manos vacías.
Pidamos al “Padre celestial”, que “Nos muestre el camino y nos instruya en sus sendas”, como reza el salmo 25, para emular a Jesús, estar ungidos, como él y cumplir nuestra misión.
Todavía quedan 13 páginas de este capítulo, así es que volveremos sobre ello.

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