jueves, 4 de octubre de 2018


No podemos caminar, por el desierto bajo el sol (y 2)

Cuando uno descubre por fin el reino, vive con una visión trascendente. Se halla en un reino celestial, una esfera de significado no limitado a los conceptos inconscientes  de la persona media, como el éxito, el dinero, el dominio sexual y el egoísmo. Está en el mundo pero no dominado por sus valores inconscientes… un reino conectado por lo cotidiano; pero que lo trasciende.
Thomas Moore en “Jesús y el alma de los evangelios”, Pág. 44


La cita que he puesto al principio, corresponde al primer capítulo del libro citado, titulado Una nueva forma de imaginar la vida humana. La imagen central del reino. La cita inicial de ese capítulo es de Mateo, 10,7-8Y mientras marcháis, proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, arrancad de raíz el sufrimiento y arrojad a los demonios”. Pienso yo, con bastante pesimismo, que hoy el reino no está cerca, y entre los que nos llamados  cristianos, tampoco precisamente. “Quien me la hace me la paga”, me decía hace tiempo una persona muy de novenas; pero no vamos a fijarnos en eso. Fijémonos en la meta, que es el reino, aquí en la tierra. En el capítulo mencionado anteriormente, el autor, intenta definir el reino en 23 páginas. No es fácil dar una escueta definición del mismo, ni en 23, ni 230, ni en 2300 páginas. Tal vez, lo definió un santo sacerdote asturiano, al que le dieron un homenaje hace unos años, en una breve entrevista en televisión, que no duró ni un minuto. El secreto de su vida ejemplar lo resumió en esta frase: “nunca he hecho daño a nadie, ni de pensamiento, palabra ni obra”. ¿Quién puede decir eso, en el ocaso de la vida? Pienso yo, que mientras realizaba su labor parroquial, allí en la perdida parroquia asturiana, este sacerdote, estaba proclamando que el reino estaba cerca, puesto que las personas que lo conocían y se acercaban a él, tal vez muchas “muertas” se curaban o resucitaban cuando se postraban a él en confesión, incluso sanaban físicamente, de alguna dolencia, pues muchas enfermedades, proceden de desajustes psíquicos, generados no pocas veces por disgustos, procedentes de una actitud egoísta, como apunta el autor en el capítulo 5º del libro, titulado Todos somos sanadores. En el reino uno responde al sufrimiento.
Volvemos otra vez al capítulo de las 23 páginas en que se intenta dar una explicación del reino. En la página 32 leemos: “… el reino del que hablamos está vacío… Se trata más de una actitud hacia la vida,… de una cualidad de la mente… que no vemos necesariamente en un iglesia llena de gente, sino que se revela en una persona que ayuda a otra en un momento de necesidad”, antes cita del evangelio apócrifo de Tomás, la parábola del reino, “semejante a una mujer que llevaba una vasija llena de harina, en la que sin ella darse cuenta, se rompió por el camino y cuando llegó a casa, la vasija estaba vacía”. Volvemos otra vez a “darle la vuelta al trigo”, si yo estoy pendiente de “mis cosas”, mi dinero, mi prestigio, mi narcisismo, “mis virtudes”, estoy totalmente fuera del reino. Tengo que vaciarme y de esta manera, “no haré daño a nadie, ni de pensamiento, palabra ni obra” y además podré sanar, resucitar a alguien que “esté muerto”, aunque viva y podré combatir el sufrimiento, que no el dolor, que son cosas distintas.
Amigo lector o lectora, yo no estoy en el reino y por eso no puedo darte consejos. ¡Para mí los quisiera!, sin embargo el reino me seduce y más en los tiempos que corremos y por eso comparto estas reflexiones, pues como en el ciclismo, si vamos “en pelotón”, es más fácil llegar a la meta, es más fácil llegar al reino.

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