El Reino
de los cielos
(en la
tierra)
Este libro…
Revela a un Jesús cuyas enseñanzas van dirigidas a todo aquel que va en busca
de un sentido, no sólo a los cristianos. Muestra un mensaje evangélico que no
pertenece a ninguna iglesia, comunidad o tradición. Sugiere que el propósito de
Jesús no era formar una religión sino transformar el mundo; no explotar esta
vida a cambio de una recompensa celestial sino establecer un paraíso en la
Tierra.
Thomas Moore en “Jesús y el alma de los
Evangelios”,
final del prólogo.
Muy poco he leído de este
libro, cuya aparición, para mí ha sido una sincronicidad, de las que se han
dado en llamar “diosidencia”, para
indicar que es algo más que una simple coincidencia. Ha sido Dios, quien me ha
llevado a donde estaba este libro, en una biblioteca pública.
Esta tarde he leído el prólogo
y poco más; pero me ha hecho reflexionar, que efectivamente el reino está
dentro de nosotros. Lc, 20-21, si sabemos dar con él y si lo encontramos,
debemos compartirlo, no guardarlo.
Hay un cuento sufí, que
nos produce risa, cuando lo oímos por primera vez. Es Nasrudín, que ha perdido
la llave y alguien le pregunta ¿Dónde las has perdido? Y contesta allí en lo
oscuro. Y la pregunta inquisitorial ¿Por qué la buscas aquí? La repuesta de
Nasrudín: ¡Por qué aquí hay una farola! Da risa verdad; pero profundizando un poco,
tal vez no, ya que si es la llave de nuestra vida, nuestro centro, nuestro
“Reino”, lo hemos perdido en un sitio, donde hay oscuridad y a veces mucha. Es
necesario buscar en la luz y eso es lo que dice el cuento.
Hay situaciones,
vivencias, estados existenciales, modos de vida, hábitos, proyectos vitales,
que no pueden definirse en pocas
palabras. Es necesario recurrir a descripciones, más complejas, como
parábolas e incluso a mitos. Por eso Jesús en los evangelios muchas veces se
expresa en parábolas. En la página 29 del libro citado al principio, dice “Una parábola
bíblica es una parábola geométrica: uno se adentra en un historia da un giro de
180º y regresa al punto de partida habiendo realizado un vuelco sorpendente”.
Otra vez, como Nasrudín, salimos de la oscuridad a la luz, regresando otra vez
a la oscuridad; pero ya iluminados.
Esta iluminación la hace
Jesús con su mensaje, no pocas veces utilizando parábolas. Ahora me viene a la
mente, la parábola del hijo pródigo Lc 15, 11-32. Acabo de leer el magnífico
libro de Henri J. Nouwen “El regreso del hijo pródigo” y ¡Que lección me ha dado
su lectura! Y que mal nos han explicado esta parábola. Cuando nos percatamos,
realmente de su significado profundo, nos damos cuenta que, es la forma de
encontrar el reino. En efecto, en algún momento de nuestra vida, hemos querido “salir
de casa”, pensando que lo de fuera es maravilloso y no hemos encontrado más que
miseria, nos hemos descentrado, hemos perdido la llave de nuestra existencia,
llegando a la conclusión ¡Qué bien se estaba en casa!, es decir hemos sido el
hijo menor. También hemos sido el hijo mayor, ya que hemos sido cumplidores,
intachables; pero llenos de resentimiento, porque esperamos que se reconozca
nuestra valía… Todo lo mío es tuyo le dice el padre al hijo mayor ¿Qué más
queremos? El objetivo vital, es convertirnos en padre/madre, siendo
misericordiosos, sin esperar nada a cambio, como nuestro Padre celestial, lo es. Si llegamos a esto, hemos
conquistado el reino. Nouwen lo explica muy bien a lo largo de casi 160
páginas.
Y en esto estamos,
buscando el reino y ya sabéis, cuando lo encontramos, todo lo demás lo tenemos.
Nada nos turba, como decía nuestra Santa, porque tenemos a Dios y por tanto
nada nos falta.
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