viernes, 12 de octubre de 2018


Las barreras que nos impiden entrar en el reino de los cielos, en la tierra (1)

Al contrario que las personas capaces de perder los estribos,
 Jesús nunca pierde la serenidad.
Su parte espiritual, siempre presente, le impide perder el genio.

Thomas Moore en “Jesús y el alma de los evangelios”, pág. 125

Avaricia: tomada de internet

En este “articulillo”, tomaré un poco como referencia el capítulo 6, titulado “Encararse con los propios demonios. Cómo sanar de lo que nos posee” del mencionado libro de Thomas Moore. El capítulo es corto, sólo 17 páginas; pero es sumamente denso y complejo, cómo todo lo demoníaco, en cuyo término quiero agrupar todas las barreras, que nos impiden “entrar en el reino”, que son siete, teniendo en cuenta el significado de plenitud de este número: en definitiva, los siete pecados capitales: Ira, Gula, Lujuria, Envidia, Avaricia, Soberbia y Pereza. Fijándonos en esto, a poco observador que seamos, nos damos cuenta que son barreras ¿infranqueables? Para entra en el reino.
Volvemos ahora  a la cita inicial del capítulo mencionado, es del evangelio de Mateo, capitulo 10, versículo 1: “Y convocó a los doce discípulos y les dio potestad sobre los espíritus inmundos para expulsarlos y sanar toda dolencia y enfermedad”. Así  pues, esas barreras, son totalmente franqueables. Es posible derribarlas y entrar en el reino: contra los siete pecados, tenemos siete virtudes. Ahora bien, si no comenzamos el trabajo de eliminarlas, acabaremos “poseídos” y si nos posee la ira, por ejemplo, daremos lugar a enfrentamientos, luchas, y hasta guerras, si esa ira se extiende a pueblos enteros, motivada por gobernantes, poseídos por otros demonios, como la avaricia, la soberbia y más.  En la pág. 117 del libro que nos sirve como guía leemos: “Jesús recorría los caminos de Galilea… calmando las aguas del mar, sanando enfermos con una palabra o un gesto, arrojando a los demonios, lo cual hoy en día suena como algo salido de una novela gótica de terror. Nos vienen a la mente extrañas imágenes de películas…” ¿Quién no recuerda la película “el exorcista? “… Pero Jesús no era un personaje de una película de terror. Vivía una vida juiciosa, demostrando como sería gozar de una existencia divina”.
Los seres humanos tenemos una vena demoníaca, no lo olvidemos: el demonio no es el macho cabrío cornudo o el “demonio rabúo”, que dicen en algunos pueblos y representan con máscaras en los carnavales u otras fiestas. No es la serpiente de las siete cabezas, de la loa de La Alberca a la Virgen de la Asunción. El demonio está dentro de nosotros, mal que nos pese y hoy las neurociencias, también lo explican. Cito del libro “Mindsight” de Daniel J. Siegel, el capítulo 2, titulado “Las crêpes de la ira”, en donde el autor se pone como ejemplo, de “estar poseído” por el demonio de la ira, al activarse una parte del cerebro, activación que ha dado lugar a crímenes horrendos y que luego el autor de los mismos, calmados, se arrepienten, cuando ya es demasiado tarde.
Volvemos a nuestro capítulo, en la página 120: “Jesús entiende que lo demoníaco está implicado en la enfermedad… curó a un hombre que padecía convulsiones. Hoy en día decimos “Ese hombre no estaba poseído. Padecía epilepsia…Nos sentimos superiores con nuestras abstracciones; pero las personas que rodeaban a Jesús quizá tuvieran una percepción que nosotros hemos perdido: somos personas dentro de personas. Podemos percibir los sentimientos que nos dominan como personalidades interiores ajenas que nos manipulan detrás de la fachada que presentamos al mundo” y al llegar aquí, me viene la memoria, la teoría de “la sombra”, en el sentido junguiano del término y remito al lector a magníficos libros sobre el tema, como “Nuestra cara oculta” de Enrique Martínez Lozano, “Nuestras propias sombras” de Anselm Grün, etc… y termino aquí, aunque continuaré con este apasionante tema en próximas entradas, invitando a leer, la entrada de este mismo blog, publicada el 29 de mayo de 2015:

Las barreras que nos impiden entrar en el reino de los cielos, en la tierra (y2)

Jesús no ataca al mal en sí mismo, por lo que los relatos de exorcismos no deben interpretarse en un contexto del bien contra el mal, sino del autodominio, en contraposición a la locura.
Thomas Moore en “Jesús y el alma de los evangelios”, pág. 129-130



En esta segunda parte, de este tema, vamos a vislumbrar, aunque sólo sea de pasada, ya que este tema ha dado para tratados enteros de teología, antropología y psicología y seguirá dando, la forma en que deberíamos encararnos, con el “maligno”, o bien, según apuntábamos en la reflexión anterior con nuestra propia “sombra”, en el sentido junguiano de término. En la página 122 de este capítulo, Thomas Moore nos remite en una cita a la obra de C. G. Jung “Recuerdos, sueños y pensamientos” y escribe en la misma página: “Nadie ha descrito este proceso con más precisión que C. G. Jung. No hablaba sólo desde el punto de vista teórico, había atravesado por profundos conflictos en los que sus demonios se habían manifestado… lo que ha llevado atacarlo por algunos de psicótico;… pero en contrapartida, Jung practicaba una sencillez primigenia, como la que vemos en la vida de Jesús, construyendo una torre sin agua ni electricidad donde poder trabajar en su evolución personal y en sus escritos, viviendo junto a un lago… sin apartarse de sus pensamientos y sueños. A partir de esa manera de vivir, desarrolló una autoridad, como la de Jesús sobre sus propios demonios y los de sus pacientes.”
El “exorcismo” de Jesús poco tiene que ver con el exorcista de la película del mismo nombre. Cuando decían que Jesús era uno de los demonios, al curar al mudo, Jesús responde: “Si yo arrojo a los demonios, por el dedo de Dios, es que el reino de Dios ha llegado a vosotros” (Lucas 11, 20)  y a continuación el autor, nos remite a la pintura de la creación de la Capilla Sixtina, en la que se tocan los dedos del Creador y del hombre Adán recién creado, y cito de la misma página algo chocante; pero profundo y real, a  poco que reflexionemos y no nos limitemos a lo “teológicamente correcto”: “En ese momento de la creación, lo divino y lo humano están eléctricamente próximos, pero esa escena tiene su lado oscuro: lo humano y lo demoniaco están tan cerca que sus dedos casi se tocan también…” y más adelante: “ Jesús constituye ese punto en que los dos dedos  se tocan, y la combinación de su compasión humana y su poder espiritual es lo que le permite librar a las personas de lo demoniaco. Misteriosamente, es capaz de desencadenar una fuerza destinada a hacer el bien equiparable a cualquier pasión demoniaca..."
En la página siguiente, el autor afirma que vemos el demonio en Hitler, los talibanes, en los terroristas…; pero no somos capaces de verlo en nosotros mismos, incluso en nuestro literalismo religioso, en nuestro extremado patriotismo y nacionalismo y en la agresividad con que tratamos a nuestros semejantes, incluso a nuestros amigos y familiares “Pero está ahí, y la única forma de librarnos de él es asimilar nuestro lado tenebroso y alcanzar un nivel de auto comprensión que nos procure la fuerza y la autoridad para resistirnos a él” En este Sentido, hemos de tener como referencia en nuestras vidas, el extraordinario autodominio de Jesús, que al contrario de las personas que solemos perder los estribos, Él nunca pierde la serenidad. Es lo que hacen las personas dueñas de sí mismas, capaces de protegerse en cierta medida de las agresiones internas y externas. Su carácter les impiden sucumbir  a los cantos de sirena de la publicidad y la política. Y mi reflexión es: Hoy día, lo tenemos difícil. No hay que ver más que los que nos venden, en la gran pantalla, en el gran hermano, en el futbol, en la política en la publicidad, fomentando la neurosis y el consumo y luego nos culpabilizan por las agresiones al medio ambiente y paradójicamente, curamos la neurosis con más compras más consumo; pero el “demonio no existe, son cosas de viejos y anticuados curas”; pero no nos damos cuenta, que lo llevamos “portátil”, como diría Quevedo; pero ¿Quién lee a Quevedo en estos tiempos de internet?. Creo que se me ha ido la olla, o tal vez no. Intentaré volver a lo que iba, a vencer nuestros demonios, como hacía Jesús, y vuelvo a la página 125: “La persona que es dueña de sí misma sabe quién es, lo que necesita y lo que es capaz de hacer. La persona poseída está esencial y totalmente desarmada. No sabe lo que quiere porque está dominada por deseos demoniacos. No cree tener poder alguno, porque los demonios la controlan”… Una persona con autodominio es capaz de dejar que la vida fluya por ella “No se siente amenazada, y no se resiste. Actúa como un conducto de las incertidumbres que la vida le ofrece….
Antes de terminar, pienso que es importante que reflexionemos, sobre el siguiente párrafo: “Jesús deriva buena parte de su autoridad de su conexión constante y directa con su Padre Celestial o arquetípico, un espíritu paterno que le procura el poder y la seguridad para enfrentarse a lo demoniaco”… y una aclaración que hace el autor, que puede sorprender a los extremadamente ortodoxos: leemos entre las páginas 126 y 127: “Tras numerosos siglos de literalismo y unos conceptos ingenuos sobre Dios Padre, es difícil obtener un sentido inteligente y centrado de quién o qué es el padre…Quizá… un sentido del orden y forma de gobierno del mundo, y el deseo que la vida fluya libremente a través de nosotros… La mayoría de enseñanzas espirituales recomiendan estar en consonancia con una importante fuente de sentido de la vida y vitalidad… desde esta perspectiva, el espíritu del padre puede apreciarse en la inteligencia y belleza de la creación y en el desarrollo de las vidas individuales
En la página 128, se nos recuerda el pasaje de Lucas 8, 26-33, cuando Jesús arroja a la legión de demonios del hombre poseído a una piara de cerdos. Yo no acababa de entender esto; pero al leer este capítulo lo intuyo. Significa arrojar fuera nuestros demonios, de alguna manera, con nuestro “auto exorcismo”, como hacía la mujer, cuyo ejemplo pone el autor en la página 129: “…esta mujer, cada vez que se enfurecía con su familia, (en lugar de enfadarse y gritar), horneaba pan y se lo daba de comer a su marido y sus hijos. Arrojaba los demonios al pan, y esa forma de exorcismo, menos dramática; pero semejante a la de Jesús, la aliviaba” y ya está; pero todavía no. Está porque es un tema complejo y si sigo, posiblemente entre en un bucle repetitivo; pero todavía no, porque como decía al principio, es un tema muy complejo y de hecho quedan todavía cuatro páginas de este capítulo; pero no quiero cansar al lector. Que cada uno saque sus propias conclusiones y vea la forma de encarar a los demonios, que sí existen. Para ello, pongámonos a trabajar y pidamos ayuda al Padre celestial, por mediación de San Miguel arcángel y pongo aquí la oración de León XIII:

San Miguel Arcángel, defiéndenos en la lucha.
Sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio.
Que Dios manifieste sobre él su poder, es nuestra humilde súplica.

Y tú, oh Príncipe de la Milicia Celestial, con el poder que Dios te ha conferido, arroja al infierno a Satanás, y a los demás espíritus malignos que vagan por el mundo para la perdición de las almas. Amén.

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