lunes, 23 de septiembre de 2019


Buscando el rostro del Señor (2)

Ven Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Inicio de la secuencia de Pentecostés


De los tres libros, que mencioné ayer,  el del Dr. Mario Alonso Puig, explica bastante bien y no se hace aburrido, ni pesado el funcionamiento del cerebro y no sólo el cerebro, pues hace unas revelaciones, que en principio no te las imaginas, como que el sistema digestivo, actúa como “un cerebro menor”, pues tiene no sé cuántos millones de neuronas; pero a lo que iba: cita a gente sabia, como el Dr. Richard Davidson, Jon kabat-Zinn, a la doctora Sarah Lazar, del Hospital General de Massachusetts, perteneciente a la universidad de Harvard, que ha observado múltiples efectos de la atención plena (el libro dice la horrorosa palabra, que empieza por “mind.”) y entre esos efectos “se ha visto una aumento del grosor del hipocampo en personas que lo han practicado durante aproximadamente media hora al día a lo largo de ocho semanas. El hipocampo es una estructura doble situada a la altura de las orejas, y que es esencial en la memoria, el aprendizaje y el control del estrés” Pág. 159
Y ahora yo reflexiono: la vida que llevamos, es propicia a que el corazón, la mente y los sentidos, estén llenos y aturdidos con el ruido exterior, de los medios de desinformación, de nuestras avaricias, de nuestros temores, de tantas “interferencias” que no nos dejen conectar con la “emisora del cielo”, de modo que su “frecuencia” no llegue al receptor, que tal vez sea el hipocampo. Es un decir, y no podemos sentir ni escuchar al Espíritu Santo. Los “dramas” a los que me refería ayer, nos impiden vaciar el corazón y llenarlo de la plenitud del Espíritu. No nos damos cuenta que nuestros logros, aunque me den laureles, son todos pasajeros y que no somos dignos de nada, aunque paradójicamente somos dignos de todo; pero no por nuestros méritos, sino por ser “templos vivos de Espíritu Santo” Y esto es lo que hace la atención plena, que nos invita a estar presente, estar despiertos, en todo momento, pase lo que pase, como muy bien nos indica Jon Kabat-Zinn en las páginas 80 y 81 del libro citado en la entrada de ayer:
Intente reconocer si se enfrenta a los obstáculos con dureza y de qué modo. Experimente con el hecho de ser suave cuando su impulso sea ser duro; con ser generoso cuando su impulso sea retener; con abrirse cuando su impulso sea cerrarse en sí mismo o desconectar emocionalmente. Cuando sienta dolor o tristeza, intente estar presente. Permítase sentir lo que sea que esté sintiendo. Note cualquier etiqueta que pueda poner al hecho de llorar o de sentirse vulnerable. Suelte toda etiqueta. Simplemente sienta lo que está sintiendo, cultivando la conciencia momento a momento y cabalgando las olas de arriba y abajo, de débil y fuerte, hasta que vea que todas ellas son inadecuadas para describir plenamente su experiencia. Permanezca con la experiencia en sí. Confíe en su fuerza más profunda: estar presente, estar despierto Las negritas de la última frase las he puesto yo.
En próximas entradas os cuento más

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