Tentación
y discernimiento
Es el
título de un libro, que se lee en dos horas;
pero
que se tarda meses, o tal vez años en asimilar.
Mensaje
de WhatsApp enviado por mí, sobre este libro.
No voy a hablar mucho de
este libro, de Ediciones Narcea y cuyo autor es Segundo Galilea; pero antes de
expresar lo que siento si quiero copiar un “parrafito” de la página 34: “…una actitud deficiente con respecto a Dios…
trata de incorporar al Señor a nuestro trabajo, y no de incorporarnos nosotros
al trabajo de Dios,… que es lo propio: Dios es el “piloto” y yo el “copiloto”
ayudante”. Al comienzo de la página, a esta actitud deficiente, lo llama “Mesianismo”.
Yo no quisiera usar esta palabra, para lo que quiero expresar; pero si citaré,
según el libro la forma de actuar de las personas que caen (o caemos) en él: “Yo soy el “piloto” y el Señor es el “copiloto”
ayudante. El que cae en esta tentación no deja de tener en cuenta a Dios, de
rezarle y de recurrir a Él en los problemas, pero que le ayude [en lo que
se trae entre manos] que él dirige y
planifica…”
Lo estoy
viendo cada día en mí mismo y en los demás, quizá vea “pajas en el ojo ajeno” y
no vela “vigas en el mío”; pero es así. No hace falta fijarse en los fariseos,
tan cumplidores ellos, para dase cuenta de esta actitud. Basta observar un
poco. Necesitamos humildad y reconocernos; pues como dice el salmo “Si
el Señor no construye la casa, en vano se afanan los albañiles”; Pero
no es fácil, sin un trabajo interior de discernimiento, de búsqueda y
clarificación, con una actitud honesta, que trate de “doblegar al ego”, que
muchas veces quiere sobresalir, exhibirse, buscar la vanagloria, el aplauso
mundano, bajo falsas apariencias.
Y no sólo
eso. A veces pensamos que nuestras acciones o nuestros sermones, van a cambiar
al otro, lo cual es falso. He leído en algún libro del profesor Cencillo, que
el cambio sólo es posible por un trauma o por un profundo trabajo psicoterapéutico.
Lo decía en el contexto de personas que se casan con otras que tienen este o
aquel defecto, pensando en cambiarlas y la mayoría de las veces, lo que ocurre
es que no hay cambio, y no pocas, el problema aumenta.
Yo mismo,
me confieso con ese defecto, aunque creo que me he dado cuenta a tiempo y
posiblemente, el Señor, me lo advirtió en un sermón de Pentecostés, en el cual
el sacerdote contó la historia del joven novicio que quería cambiar el mundo,
cuando fue monje, lo hicieron prior y se conformaba con cambiar a la comunidad,
llegó a viejo y le pidió al Señor que lo cambiara a él, que es por donde tenía
que haber empezado.
Pues eso,
termino con la estrofa de una canción: “hazme
dócil a tu voz, transforma mi vida entera” y ya está.
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