miércoles, 11 de mayo de 2016

Los sueños  (6a)
Continuación de la historia del curtidor y  su mujer
Esta historia está basada en hechos reales.
Los nombres y los lugares son ficticios



Pasaban los días, los meses y los años, a las verdes primaveras, sucedían los ocres y calurosos veranos, que enlazaban mediante el otoño, con los árboles coloreados de efímero color gualda, que conectaba con el frío e inhóspito invierno, para esperar que los troncos secos, otra vez en primavera renovaran su verdor. Así  uno, dos, tres,… la cadena de los años, aumentaba sus monótonos eslabones.

Leonídes (Leo) el curtidor, curtía y curtía las pieles, para venderlas a zapateros, y también a comerciantes especuladores, que también había, que las almacenaban, para venderlas en tiempos de escasez. Nuestro hombre estaba casado con la Gumer (Gumersinda), que delicadamente lo atendía, preparándole la comida y repasándoles la ropa, esperándole con blando lecho por las noches, tan blando, que después de llegar Leo, cenaba y se acostaba, durmiéndose plácidamente en él. El negocio y el hogar, estaba situado en Villar de la Sandía.

Una mañana de un frio día de Febrero, la Gumer, sintió que tenía mucha fiebre y fuertes dolores de barriga. Esperó tres días y como no se le pasaba, decidió Leo llevarla al hospital de la Misericordia. “Cólico miserere”, diagnosticaron los galenos, mala cosa. Allí quedó la mujer, aposentada en la cama 34, pasaron algunos días y la mujer mejoraba; pero seguía quejándose. Allí no estaba mal. Corría el mes de marzo ya, y una noche se dio cuenta que su vecina, del número 33, no respiraba. Se acercó a ella y… se dio cuenta que había pasado a mejor vida. Una idea fugaz pasó por su mente; pero, no, pensó mañana voy a decir que avisen a mi marido para que me venga a buscar, que ya estoy bien. Y otra vez la misma idea, volvió a cruzar por su mente, ahora con más intensidad. Volvió a rechazarla; pero cuanto más la rechazaba, más le volvía a la mente, hasta el punto de decidir hacerla realidad. Se levantó tomó el cuerpo de su infortunada vecina y lo colocó en su cama y ella se recostó en la cama de la difunta.

A la mañana siguiente, viendo que la enferma del “cólico miserere” había muerto, la sacaron rápidamente y le dieron cristiana sepultura y ella se apresuró a decir a los enfermeros, que eran nuevos ese día que estaba mejor y que se marchaba.

Llegó la noticia a Villar de la Sandía y todo el pueblo, se congregó en casa de Leo, para darle el pésame y el párroco celebró una misa funeral por el eterno descanso de la desdichada Gumersinda.

Pasaron muchos días, algunos meses y pocos años y el curtidor, que se había fijado en una vecina, la Santiaga (Tiaga), moza vieja; pero de buen ver, un día que se cruzó con ella, ya casi de noche, le propuso matrimonio. Ella aceptó encantada ya al poco tiempo, concertaron la boda, para evitar las cencerradas, que los jóvenes mozos dedicaban a los prometidos viudos.

Pasaron pocos meses, de feliz matrimonio, cuando una noche llaman a la puerta de una vecina de Leónides. ¿Quién será a estas horas?, piensa Lorenza y sale abrir. Abre y exclama ¡Jesús, María y José! Asistidme, a mí y  a este ánima del purgatorio. ¡Ave María Purísima, sin pecado concebida ¡  Lorenza, no temas, soy Gumersinda que no he muerto. ¡Pero si hemos estado en tu funeral! ¿Has resucitado, como nuestro Señor Jesucristo? No Lorenza… Y Gumersinda le contó la historia, se había ido a vivir a Villar de la Uva, en donde sirvió a un rico terrateniente, que la trataba muy mal y pensó, que por muy mal que estuviera con el curtidor, era la señora de la casa y no tenía que servir a nadie, por la comida y el techo.

Al día siguiente, la noticia corrió como la pólvora, no sólo en Villar de la Sandía sino  en toda la comarca, llegando a Villar del Melón, en donde tenía su sede un inquisidor, de malas pulgas, de cuyo nombre no quiero acordarme. En cuanto se enteró, pensó: esto me compete, ¡bigamia!, la santa Inquisición, lo condena y ni corto ni perezoso, mandó llamar al curtidor para condenarlo por bígamo. Afortunadamente, lo le aplicaron, los tormentos, que cuentan algunos libros, que utilizaba la Inquisición, por entonces, ni las sentencias con el sambenito ni otras cosas por el estilo, sino que le dijeron a la Tiaga, que le dejara sitio a la Gumer y que se largara de allí y así fue, esta abandonó el lugar, marchándose a Villar de la Uva y Leo con Gumer, siguieron viendo pasar el verano, seguido de otoño, invierno, primavera y así sucesivamente. Posiblemente tuvieron hijos, nietos, bisnietos y hasta tataranietos.

Y ya está. Ahora viene el sueño. Tal vez algún productor quiera ampliar esta historia y hacerla película… quien sabe. 

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