Miguel de Molinos
Tres maneras hay de silencio:
El primero es de palabras; el segundo de deseos, y el tercero de pensamiento...
No hablando, no deseando, no pensando...
se oye la interior y divina voz se le comunica la más alta y perfecta sabiduría.
En el libro "Otro modo de ver, otro modo de vivir" de E. M. Lozano (Ed. Desclée de Brouwer) en la página 213, aparece una nota a pie de página en donde aclara que la anterior cita corresponde a la Guía espiritual, Cap. XVII de Miguel de Molinos. He buscado en Internet y he encontrado esta interesante página de un matrimonio septuagenario, en la que dedica un amplio apartado a Miguel de Molinos, con dicha obra incluida.
http://www.hallvworthington.Os muestro aquí el citado capítulo:
Miguel de Molinos, Guía espiritual,
CAPITULO XVII
DEL SILENCIO INTERNO Y DEL MÍSTICO
Tres formas hay de silencio. El primero es de palabras; el segundo, de deseos, y el tercero, de pensamiento. En el primero, de palabras, se alcanza la virtud; en el segundo, de deseos, se consigue la quietud; en el tercero, de pensamientos, el recogimiento interior. No hablando, no deseando, no pensando, se llega al verdadero y perfecto silencio místico, en el cual habla Dios con el alma, se comunica y la enseña en su más íntimo fondo la más perfecta y alta sabiduría.
A esta interior soledad y silencio místico la llama y
conduce cuando le dice que le quiere hablar a solas, en lo más secreto e íntimo
del corazón. En
este silencio místico te has de entrar si quieres oír la
suave, interior y divina voz. No te basta huir del mundo para alcanzar
este tesoro, ni el renunciar a sus deseos, ni el despego de todo lo criado, si
no te despegas de todo deseo y pensamiento. Reposa
en este místico silencio y abrirás la puerta para que Dios se comunique contigo,
se una
contigo y te transforme.
La perfección del alma no consiste en hablar,ni en pensar
mucho en Dios, sino en amarle mucho. Este amor se alcanza por medio de la
resignación perfecta y el silencio interior. Así lo encargó y confirmó San Juan
Evangelista: Hijos
míos, no hablemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad. (1
Juan 3:18)
Ahora te desengañarás que no está el amor perfecto en los
actos amorosos ni en las tiernas plegarias, ni aun en los actos internos con
que tú le dices a Dios que le tienes infinito amor y que le amas más que a ti
mismo. Podrá ser que entonces te busques más a ti y a tu amor que al amor
verdadero y de Dios, porque
el amor consiste en obras y no buenas razones.
Para que una racional criatura entienda tu deseo, tu intención
y lo que tienes escondido en el corazón, es necesario que se lo manifiestes con
palabras; pero Dios, que penetra los corazones, no tiene necesidad de que tú se
lo afirmes y asegures, ni se paga como dice el Evangelista, del
amor de la palabra y lengua, sino de hecho y en verdad. ¿Qué importa el
decirle con gran propósito y fervor que le amas tierna y perfectamente sobre
todas las cosas, si en una palabrita amarga y leve injuria no te resignas ni
por su amor te mortificas? Prueba manifiesta que era tu amor de lengua y no de
obra.
Procura con silencio resignarte en todo, que de ese modo,
sin decir que le amas, alcanzarás el amor perfecto, el más quieto, eficaz y
verdadero. San Pedro dijo al Señor con grande afecto que por su amor perdería
de muy buena gana la vida, pero con una palabrita de una mozuela le negó y se
acabó el fervor. (Mat 26:69-75.) María
Magdalena no habló palabra, y el mismo Señor, enamorado de su amor
perfecto, se hizo su historiador, diciendo que amó mucho. (Lucas
7:37-47.) Allá en lo interior, con el silencio mudo, se ejercitan
las más perfectas virtudes de fe, esperanza y caridad, sin que haya necesidad
de irle a Dios diciendo que le amas, que esperas y le crees, porque este Señor
sabe mejor que tú lo que interiormente haces.
¡Qué bien entendió y practicó este acto puro de amor aquel
profundo y gran místico, el venerable Gregorio López, cuya vida era toda una
continua oración y un continuo acto de meditación y amor de Dios, tan puro y
espiritual, que no daba parte jamás a los afectos y sensibles sentimientos !
Después de haber continuado por espacio de tres años aquella
plegaria: Hágase tu voluntad en tiempo y eternidad, repitiéndola
tantas veces como respiraba, le enseñó Dios aquel infinito tesoro del acto puro
y continuo de fe y amor, con silencio y resignación, que llegó a decir él mismo
que en treinta y seis años que después vivió continuó siempre en su interno
este acto puro de amor, sin decir jamás un ¡ay!, ni una plegaria, ni nada que
fuera sensible y de la Naturaleza. ¡Oh serafín encarnado y varón endiosado!
¡qué bien supiste penetrar en éste interior y místico silencio y distinguir el
hombre interior del exterior!
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