martes, 28 de abril de 2015

Miguel de Molinos

Tres maneras hay de silencio:
 El primero es de palabras; el segundo de deseos, y el tercero de pensamiento...
No hablando, no deseando, no pensando... 
se oye la interior y divina voz se le comunica la más alta y perfecta sabiduría.

En el libro "Otro modo de ver, otro modo de vivir" de E. M. Lozano (Ed. Desclée de Brouwer) en la página 213, aparece una nota a pie de página en donde aclara que la anterior cita corresponde a la Guía espiritual, Cap. XVII de Miguel de Molinos. He buscado en Internet y he encontrado esta interesante página de un matrimonio septuagenario, en la que dedica un amplio apartado a Miguel de Molinos, con dicha obra incluida.
http://www.hallvworthington.com/spanish/smolinos1.html



Os muestro aquí el citado capítulo:

Miguel de Molinos, Guía espiritual,
 CAPITULO XVII

DEL SILENCIO INTERNO Y DEL MÍSTICO

Tres formas hay de silencio. El primero es de palabras; el segundo, de deseos, y el tercero, de pensamiento. En el primero, de palabras, se alcanza la virtud; en el segundo, de deseos, se consigue la quietud; en el tercero, de pensamientos, el recogimiento interior. No hablando, no deseando, no pensando, se llega al verdadero y perfecto silencio místico, en el cual habla Dios con el alma, se comunica y la enseña en su más íntimo fondo la más perfecta y alta sabiduría.
A esta interior soledad y silencio místico la llama y conduce cuando le dice que le quiere hablar a solas, en lo más secreto e íntimo del corazón. En este silencio místico te has de entrar si quieres oír la suave, interior y divina voz. No te basta huir del mundo para alcanzar este tesoro, ni el renunciar a sus deseos, ni el despego de todo lo criado, si no te despegas de todo deseo y pensamiento. Reposa en este místico silencio y abrirás la puerta para que Dios se comunique contigo, se una contigo y te transforme.
La perfección del alma no consiste en hablar,ni en pensar mucho en Dios, sino en amarle mucho. Este amor se alcanza por medio de la resignación perfecta y el silencio interior. Así lo encargó y confirmó San Juan Evangelista: Hijos míos, no hablemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad. (1 Juan 3:18)
Ahora te desengañarás que no está el amor perfecto en los actos amorosos ni en las tiernas plegarias, ni aun en los actos internos con que tú le dices a Dios que le tienes infinito amor y que le amas más que a ti mismo. Podrá ser que entonces te busques más a ti y a tu amor que al amor verdadero y de Dios, porque el amor consiste en obras y no buenas razones.
Para que una racional criatura entienda tu deseo, tu intención y lo que tienes escondido en el corazón, es necesario que se lo manifiestes con palabras; pero Dios, que penetra los corazones, no tiene necesidad de que tú se lo afirmes y asegures, ni se paga como dice el Evangelista, del amor de la palabra y lengua, sino de hecho y en verdad. ¿Qué importa el decirle con gran propósito y fervor que le amas tierna y perfectamente sobre todas las cosas, si en una palabrita amarga y leve injuria no te resignas ni por su amor te mortificas? Prueba manifiesta que era tu amor de lengua y no de obra.
Procura con silencio resignarte en todo, que de ese modo, sin decir que le amas, alcanzarás el amor perfecto, el más quieto, eficaz y verdadero. San Pedro dijo al Señor con grande afecto que por su amor perdería de muy buena gana la vida, pero con una palabrita de una mozuela le negó y se acabó el fervor. (Mat 26:69-75.) María Magdalena no habló palabra, y el mismo Señor, enamorado de su amor perfecto, se hizo su historiador, diciendo que amó mucho. (Lucas 7:37-47.) Allá en lo interior, con el silencio mudo, se ejercitan las más perfectas virtudes de fe, esperanza y caridad, sin que haya necesidad de irle a Dios diciendo que le amas, que esperas y le crees, porque este Señor sabe mejor que tú lo que interiormente haces.
¡Qué bien entendió y practicó este acto puro de amor aquel profundo y gran místico, el venerable Gregorio López, cuya vida era toda una continua oración y un continuo acto de meditación y amor de Dios, tan puro y espiritual, que no daba parte jamás a los afectos y sensibles sentimientos !
Después de haber continuado por espacio de tres años aquella plegaria: Hágase tu voluntad en tiempo y eternidad, repitiéndola tantas veces como respiraba, le enseñó Dios aquel infinito tesoro del acto puro y continuo de fe y amor, con silencio y resignación, que llegó a decir él mismo que en treinta y seis años que después vivió continuó siempre en su interno este acto puro de amor, sin decir jamás un ¡ay!, ni una plegaria, ni nada que fuera sensible y de la Naturaleza. ¡Oh serafín encarnado y varón endiosado! ¡qué bien supiste penetrar en éste interior y místico silencio y distinguir el hombre interior del exterior! 


No hay comentarios:

Publicar un comentario