La Sobria embriaguez del Espíritu
Dichoso
todos los que temen al Señor,
los que van por sus caminos
Salmo 128,1
En estos días, de
confinamiento, incertidumbre, desesperanzas a veces, vamos por el “desierto”,
como “ovejas sin pastor”, escuchando cantos de sirenas, de unos y de otros y
olvidándonos, del Único que puede guiarnos en “este destierro”. Ese es Jesús,
al que supuestamente celebramos en su resurrección; pero con una fe, como los
de Emaús antes de su encuentro con él. Así me identifico yo; pero estoy
releyendo el libro, La sobria embriaguez
del Espíritu de Raniero Cantalamessa,
Ed. Sereca, y creo que me está ayudando
a encontrarme con Jesús, en un encuentro parecido a los de Emaús. Es lo que he
notado al releer esta mañana las páginas de la 11 a la 15. Precisamente en la
página 13, cita a los de Emaús: “¿no era
preciso que el Mesías sufriera para entrar en su gloria? (Lc 24, 26)
Voy a intentar hilvanar
algunas notas sacadas de estas páginas, en las cuales, recibimos una
interpelación a veces fuerte, en la que nos confronta, al menos a mí, con
nuestra conducta aparentemente buena; pero en el fondo farisaica, no pocas
veces difícil de detectar. Espero que el Espíritu Santo me ilumine:
En la página 11: “¿Qué es…esa famosa “sobria embriaguez” del
Espíritu? Contestamos: es un estado en el que el hombre se siente poseído y
conducido por Dios; pero que en lugar de enajenarnos, apartándonos del
compromiso con los hermanos, nos lleva a él, lo exige y a veces lo hace más
fácil y gozoso. … Es un entusiasmo (de entheós = lleno de Dios), pero basado en
la cruz (aquí cruz significa todas los cosas [enumeradas anteriormente, en
páginas anteriores del libro]: humildad,
caridad, castidad) libre por tanto de esas reservas que la palabra “entusiasmo”
siempre ha suscitado, en el terreno religioso, en los celosos guardianes de la
razón, la eficiencia y el equilibrio” y más adelante, en la pág. 12 “¿Estamos seguros de que esto es lo que nos
dice la escritura?... Sí, no hay duda… es un camino obligado, y si no lo
tomamos, no buscamos a Dios, sino a nosotros mismos, nuestras fantasías; en
definitiva estamos abocados al fracaso espiritual. El don de Dios, que es el
Espíritu santo, precisamente porque es un don, exige una aceptación libre, como
el esposo exige el “si” libre de la
esposa; pero el “si” humano nunca es verdadero y profundo hasta que no haya
sido pronunciado en la Cruz. La apuesta, es seria; aquí se decide si este
movimiento coral, que está atravesando el pueblo de Dios para una renovación
espiritual profunda, acabará, por lo que respecta a nosotros, en un fuego fatuo, o si, en cambio echará
raíces… No se trata de renunciar a nada: [ni a nuestras oraciones,
devociones, reuniones…], ni al gozo, ni
al entusiasmo: sólo se trata de no
“presumir” de estas cosas, de no detenernos en ellas, de no concentrar en ellas
nuestra atención, de no considerarlas como una brisa que recibimos en el rostro
y por la que nos dejamos acariciar, sino como un viento impetuoso que hincha
las velas, para que nuestra barca y la de la Iglesia avance con fuerza y valor,
arrastrando tras de sí al mundo perdido y sin esperanza”.
Y en la siguiente página “… Jesucristo ha llegado así a la gloria de
la resurrección y a la vida “según el Espíritu”… pasando por la cruz” 1 Pe
3,18; Lc 24,26… “En la vida de Jesús, la
cruz no ha sido sólo el madero del que
fue colgado al final. “Toda la vida de Jesús”, dice, con razón la Imitación de Cristo, ha sido cruz y
martirio”; toda su vida de humildad y obediencia al Padre, todo su hacerse
“siervo” de los hombres (Mc 10,45; Jn 13, 13ss.) su anunciar la Buena Noticia, fue lo que constituyo la cruz… recibió
durante su vida el Espíritu Santo (Lc 4, 18ss.) y tras haberlas cumplido fielmente llegó a ser él mismo en la
resurrección…
A
Pentecostés se llega sólo pasando por la Pascua… No hay “pentecostalismo” sano
y católico… que no sea “evangelismo”, o sea, necesidad de conocer e imitar al…
Cristo concreto de los evangelios…”
Y en la página 14: “¿Y que hay que hacer para parecerse a
Jesús?...[ según todo el Nuevo Testamento] mortificarse según la carne, para vivir según el Espíritu,
donde “carne” indica el hombre viejo, egoísta, inclinado al mal y a las
concupiscencias: el hombre que resiste a Dios y se rinde al mundo (Gal
5,24ss.; Rom 8,13) ¡Al igual que en
tiempos de Elías (1 Re 18,38), el
fuego que baja del cielo sólo se posa allí donde encuentra la leña preparada
para el holocausto”
La muerte del hombre viejo
“no es nada lúgubre ni triste: significa
“dar luz” a la verdadera vida, “nacer de nuevo”…, según Pablo,… no vivir ya nosotros para nosotros mismos, sino al
modo de Jesús resucitado, es decir abriéndonos a los demás, en la humildad, en
la obediencia, la caridad, el servicio fraterno… todo lo enumerado, al
preguntarnos por el sentido de la palabra “sobriedad” en el Nuevo Testamento”
Y finamente, en la página
15, al final de este apartado “El secreto
[de la santidad] está, en el equilibrio entre el entusiasmo, o abandono a
la acción del Espíritu, y compromiso personal concreto; no en el sentido de
quitar a uno lo que es de otro, sino en el sentido de que lo uno tiene que
alimentar lo otro, dejando siempre, por supuesto la primacía a la iniciativa de
Dios. ¡El vino de la Cruz es el único que produce la embriaguez del Espíritu!
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