miércoles, 29 de abril de 2020


La Sobria embriaguez del Espíritu

Dichoso todos los que temen al Señor,
 los que van por sus caminos
Salmo 128,1


En estos días, de confinamiento, incertidumbre, desesperanzas a veces, vamos por el “desierto”, como “ovejas sin pastor”, escuchando cantos de sirenas, de unos y de otros y olvidándonos, del Único que puede guiarnos en “este destierro”. Ese es Jesús, al que supuestamente celebramos en su resurrección; pero con una fe, como los de Emaús antes de su encuentro con él. Así me identifico yo; pero estoy releyendo el libro, La sobria embriaguez del Espíritu de Raniero Cantalamessa, Ed. Sereca,  y creo que me está ayudando a encontrarme con Jesús, en un encuentro parecido a los de Emaús. Es lo que he notado al releer esta mañana las páginas de la 11 a la 15. Precisamente en la página 13, cita a los de Emaús: “¿no era preciso que el Mesías sufriera para entrar en su gloria? (Lc 24, 26)
Voy a intentar hilvanar algunas notas sacadas de estas páginas, en las cuales, recibimos una interpelación a veces fuerte, en la que nos confronta, al menos a mí, con nuestra conducta aparentemente buena; pero en el fondo farisaica, no pocas veces difícil de detectar. Espero que el Espíritu Santo me ilumine:
En la página 11: “¿Qué es…esa famosa “sobria embriaguez” del Espíritu? Contestamos: es un estado en el que el hombre se siente poseído y conducido por Dios; pero que en lugar de enajenarnos, apartándonos del compromiso con los hermanos, nos lleva a él, lo exige y a veces lo hace más fácil y gozoso. … Es un entusiasmo (de entheós = lleno de Dios), pero basado en la cruz (aquí cruz significa todas los cosas [enumeradas anteriormente, en páginas anteriores del libro]: humildad, caridad, castidad) libre por tanto de esas reservas que la palabra “entusiasmo” siempre ha suscitado, en el terreno religioso, en los celosos guardianes de la razón, la eficiencia y el equilibrio” y más adelante, en la pág. 12 “¿Estamos seguros de que esto es lo que nos dice la escritura?... Sí, no hay duda… es un camino obligado, y si no lo tomamos, no buscamos a Dios, sino a nosotros mismos, nuestras fantasías; en definitiva estamos abocados al fracaso espiritual. El don de Dios, que es el Espíritu santo, precisamente porque es un don, exige una aceptación libre, como el esposo  exige el “si” libre de la esposa; pero el “si” humano nunca es verdadero y profundo hasta que no haya sido pronunciado en la Cruz. La apuesta, es seria; aquí se decide si este movimiento coral, que está atravesando el pueblo de Dios para una renovación espiritual profunda, acabará, por lo que respecta a nosotros, en un fuego fatuo, o si, en cambio echará raíces… No se trata de renunciar a nada: [ni a nuestras oraciones, devociones, reuniones…], ni al gozo, ni al entusiasmo:  sólo se trata de no “presumir” de estas cosas, de no detenernos en ellas, de no concentrar en ellas nuestra atención, de no considerarlas como una brisa que recibimos en el rostro y por la que nos dejamos acariciar, sino como un viento impetuoso que hincha las velas, para que nuestra barca y la de la Iglesia avance con fuerza y valor, arrastrando tras de sí al mundo perdido y sin esperanza”.
Y en la siguiente página “… Jesucristo ha llegado así a la gloria de la resurrección y a la vida “según el Espíritu”… pasando por la cruz” 1 Pe 3,18; Lc 24,26… “En la vida de Jesús, la cruz no ha sido  sólo el madero del que fue colgado al final. “Toda la vida de Jesús”, dice, con razón la Imitación de Cristo, ha sido cruz y martirio”; toda su vida de humildad y obediencia al Padre, todo su hacerse “siervo” de los hombres (Mc 10,45; Jn 13, 13ss.) su anunciar la Buena Noticia, fue lo que constituyo la cruz… recibió durante su vida el Espíritu Santo (Lc 4, 18ss.) y tras haberlas cumplido fielmente llegó a ser él mismo en la resurrección…
A Pentecostés se llega sólo pasando por la Pascua… No hay “pentecostalismo” sano y católico… que no sea “evangelismo”, o sea, necesidad de conocer e imitar al… Cristo concreto de los evangelios…”
Y en la página 14: “¿Y que hay que hacer para parecerse a Jesús?...[ según todo el Nuevo Testamento]  mortificarse  según la carne, para vivir según el Espíritu, donde “carne” indica el hombre viejo, egoísta, inclinado al mal y a las concupiscencias: el hombre que resiste a Dios y se rinde al mundo (Gal 5,24ss.; Rom 8,13) ¡Al igual que en tiempos de Elías (1 Re 18,38), el fuego que baja del cielo sólo se posa allí donde encuentra la leña preparada para el holocausto” 
La muerte del hombre viejo “no es nada lúgubre ni triste: significa “dar luz” a la verdadera vida, “nacer de nuevo”…, según Pablo,… no vivir  ya nosotros para nosotros mismos, sino al modo de Jesús resucitado, es decir abriéndonos a los demás, en la humildad, en la obediencia, la caridad, el servicio fraterno… todo lo enumerado, al preguntarnos por el sentido de la palabra “sobriedad” en el Nuevo Testamento”
Y finamente, en la página 15, al final de este apartado “El secreto [de la santidad] está, en el equilibrio entre el entusiasmo, o abandono a la acción del Espíritu, y compromiso personal concreto; no en el sentido de quitar a uno lo que es de otro, sino en el sentido de que lo uno tiene que alimentar lo otro, dejando siempre, por supuesto la primacía a la iniciativa de Dios. ¡El vino de la Cruz es el único que produce la embriaguez del Espíritu!

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