La Sierra de Francia y el otoño
Es
aquí en los silencios donde comprendemos la frase de S. Francisco:
"tengo pocas necesidades, y las que tengo
las necesito poco".
Correo
de Moncho
He
recibido estos días un correo de una
amiga, que a su vez, me manda otro correo de un amigo, y otros correos he
recibido que me hablan de lo mismo: de la paz, del sosiego que se siente en los
castañares de la Sierra de Francia. Yo también lo he experimentado, he ido a
coger castañas y he subido a un altozano, desde el que se veía la mole de la
Peña de Francia. Allí, hemos comido un bocadillo, con la mirada puesta en las
Sierra de las Quilamas de frente, sobresaliendo ligeramente el pico Cerbero, a la Izquierda, la Peña de Francia, a la derecha,
el bosque cercano y detrás el bosque más lejano y a su vez, detrás el horizonte
ya lejano de San Miguel de Valero y más a la derecha la Sierra de Béjar. Por
detrás un camino poco transitado y la maleza que lo inunda todo, ¡Que tiempos,
en que los castañares estaban limpios y bien arados!, pero no serían tan
buenos, pues la gente tenía que emigrar…
No había
nadie por allí y teníamos cierto temor, ¿Por qué ocultarlo? Es posible que algún jabalí, pudiera aparecer,
que ahora están de suerte, pues tienen
comida en abundancia. Muchos castañares están abandonados, como al que nosotros
fuimos, con permiso de su dueña. Revivo ahora el momento y me sorprendo de la
rueda de la vida, que se palpa en esos instantes que nos llenan la pupila para los
días grises del invierno. Las hojas amarillas, lentamente van cayendo.
Y allí,
en aquel silencio, sin querer, una
plegaria, a la Virgen de la Peña, de mi interior va saliendo.
He tomado
algunas fotos, que me llegan. Estupendas, y las pongo en este sencillo blog y a
veces me imagino que no me las merezco, como en este caso, las que me manda mi
amiga con un correo de Moncho:
Ruta de
los espejos... para encontrar la luz
“Hay
que volver siempre a la sierra, llevando pocas cosas: afán por descubrir la
belleza más pura, libertad de la que rompe nuestras penas, ganas de andar con
los ojos abiertos, un corazón de niño para admirar el universo, las manos
limpias para abrazar y compartir...
Ya se encarga la luz de rompernos
esquemas, de encararnos lo nuevo, de descalzarnos para sentir la tierra, de
volvernos adentro... al único destino al que conduce todo.
Ya se ocupan los bosques y las aguas,
el aire y la maleza,
de quitarnos los hatos y la máscara”.
Abrazos.
Moncho
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