miércoles, 2 de noviembre de 2016

La Sierra de Francia y el otoño
  Es aquí en los silencios donde comprendemos la frase de S. Francisco:
"tengo pocas necesidades, y las que tengo las necesito poco".
Correo de Moncho


           
                He recibido estos  días un correo de una amiga, que a su vez, me manda otro correo de un amigo, y otros correos he recibido que me hablan de lo mismo: de la paz, del sosiego que se siente en los castañares de la Sierra de Francia. Yo también lo he experimentado, he ido a coger castañas y he subido a un altozano, desde el que se veía la mole de la Peña de Francia. Allí, hemos comido un bocadillo, con la mirada puesta en las Sierra de las Quilamas de frente, sobresaliendo ligeramente el pico Cerbero,  a la Izquierda, la Peña de Francia, a la derecha, el bosque cercano y detrás el bosque más lejano y a su vez, detrás el horizonte ya lejano de San Miguel de Valero y más a la derecha la Sierra de Béjar. Por detrás un camino poco transitado y la maleza que lo inunda todo, ¡Que tiempos, en que los castañares estaban limpios y bien arados!, pero no serían tan buenos, pues  la gente tenía que emigrar…  
         No había nadie por allí y teníamos cierto temor, ¿Por qué ocultarlo?  Es posible que algún jabalí, pudiera aparecer,  que ahora están de suerte, pues tienen comida en abundancia. Muchos castañares están abandonados, como al que nosotros fuimos, con permiso de su dueña. Revivo ahora el momento y me sorprendo de la rueda de la vida, que se palpa en esos instantes que nos llenan la pupila para los días grises del invierno. Las hojas amarillas, lentamente van cayendo.
        Y allí, en aquel  silencio, sin querer, una plegaria, a la Virgen de la Peña, de mi interior va saliendo.
         He tomado algunas fotos, que me llegan. Estupendas, y las pongo en este sencillo blog y a veces me imagino que no me las merezco, como en este caso, las que me manda mi amiga con un correo de Moncho:

Ruta de los espejos... para encontrar la luz


       
  “Hay que volver siempre a la sierra, llevando pocas cosas: afán por descubrir la belleza más pura, libertad de la que rompe nuestras penas, ganas de andar con los ojos abiertos, un corazón de niño para admirar el universo, las manos limpias para abrazar y compartir...


         
Ya se encarga la luz de rompernos esquemas, de encararnos lo nuevo, de descalzarnos para sentir la tierra, de volvernos adentro... al único destino al que conduce todo.


        
Ya se ocupan los bosques y las aguas, el aire y la maleza,
 de quitarnos los hatos y la máscara”.

Abrazos.


Moncho

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