Cuando llamamos a Cristo, Él acude
Zaqueo,
como era bajo de estatura, se subió a un sicomoro para ver a Jesús, que al
verlo le dijo: baja, Zaqueo, que hoy quiero hospedarme en tu casa.
Faz del Cristo de Puente la Reina |
En el
Evangelio dominical de ayer, se leyó el
pasaje del evangelio de Lucas, Lc 19, 1-10, que inicia esta entrada. Todos
somos Zaqueo y en mayor o menor medida, nos hemos subido al sicomoro. Jesús
siempre, nos interpela: “Baja, que hoy quiero ir a tu casa”. Otra cosa es que
le abramos las puertas o sigamos “a lo nuestro”; pero ya el hecho de querer
verlo, es un buen comienzo. Por otra parte, el Señor siempre está dispuesto a
venir a nuestra casa, ya lo decían los clásicos: “vocatus atque non vocatus Deus
adderit”.
A este
respecto, voy a exponer aquí, el testimonio, que dio ayer una mujer, en el
grupo de oración carismática, al que suelo ir alguna vez: había ido al pueblo y
se encontró con un vecino, al cual hacía mucho que no veía. Estuvieron hablando
y le preguntó ¿Eres tan religioso como antaño?, a lo que él le contestó: si, lo
soy; pero hubo una temporada, que estuve alejado. Fue cuando mi pariente murió.
Yo le rezaba al Bendito Cristo todos los días con fe, para que se curara de su
enfermedad; pero no me hacía caso. Cuando murió, me presenté ante Él y le dije:
No me has hecho caso, así es que no vuelvo a la Iglesia, a menos que seas tú el
que vayas a mi casa. Llega la Semana Santa y sale el Cristo en procesión, que pasa por la
puerta de nuestro vecino y justo al pasar por allí, el cielo se nubla y se presenta
una tormenta, los que portaban el Cristo llaman a la puesta de nuestro amigo: “¡ábrenos,
que metamos el Cristo en tu garaje, antes de que se desate la tormenta!”. El
hombre baja emocionado y se postra delante de la Sagrada Imagen, diciéndole:
GRACIAS.
También
ayer, otra mujer mayor, llegó tarde al grupo y al final nos dijo: tenía que
venir, aunque fuera sólo cinco minutos, pues el venir al grupo me conforta. Leo
los periódicos y veo que se van muriendo mis amigas de la infancia y aunque creo
en la resurrección, tengo mucho respeto a la muerte. “Casualmente”, llevaba yo
un libro, escrito por un doctor católico, Patrick Theillier, presidente, ya
jubilado, de la comisión evaluadora de los milagros de Lourdes, sobre las
experiencias cercanas a la muerte, del cual adjunto una reseña, de la revista
Alfa y Omega:
Pues
bien, llevaba yo el libro para dejárselo a un familiar, que ni siquiera me lo
había pedido y al ver su zozobra, le dije. Llévate este libro, que seguro te va
a gustar. Ella lo agradeció y me dijo que había escuchado un programa, muy
interesante sobre este tema en Radio Nacional de España: “Espacio en blanco”,
cuyo “poscat”, se puede buscar en internet.
Y así
estamos, subiéndonos a nuestro sicomoro particular, cada uno a su modo,
postrándonos ante el Bendito Cristo, puede ser el de Cabrera, el del Sudor de
la Alberca,… o simplemente el de nuestro
pueblo, contemplando su faz, como la persona que me ha enviado las fotos del
Cristo de Puente la Reina, que me comenta que para poder fotografiar, la cara
de dicho Cristo hay que arrodillarse, pues de lo contrario no se puede ver
bien. Es la foto que acompaña, esta entrada. Otros y otras se acercan a un santuario
mariano, a Lourdes, a Fátima, a la Peña de Francia, o al santuario de Santa Gema,
en Madrid… infinitas formas de sicomoro, o sencillamente, en nuestro interior, cuando clamamos: ¡Maranatha,
ven Señor Jesús!
Y para terminar,
otro bonito testimonio de lo que ha sucedido estos días. El pasado 26 de
octubre, a raíz de una fotografía, que recibí por correo electrónico, compuse
un sencillo poema, que publiqué en este mismo blog y que si queréis podéis
verlo. Lo reenvié a mis amigas y amigos y me contestó un sacerdote reparador,
paisano mío, pues el Cristo citado está en el colegio que tienen en Puente la
Reina, los PP reparadores y me dijo que
allí, bajo ese mismo Cristo había celebrado su primera misa, enviándome un tríptico
en PDF, que podéis descargar en este enlace, en el que viene un hermoso soneto,
dedicado al Cristo de la “Y”, conjunción
copulativa, que une el cielo y la tierra, la muerte de Cristo (y la nuestra)
con la resurrección suya y nuestra también.
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