domingo, 11 de noviembre de 2018


Deja todo y  sígueme (dice Jesús) (2)

La religión es una actitud de respeto hacia los misterios que están más allá de nuestra comprensión, de nuestro control y de nuestros deseos. Es un puente entre lo misterioso y lo conocido, entre lo que podemos alcanzar por nuestros propios medios y lo que requiere una ayuda superior a nuestras capacidades.
Thomas Moore, en “Jesús y el alma de los evangelios” Pág. 164
 
Imagen de internet

Voy a intentar extraer las ideas principales de las páginas que faltan del capítulo octavo: Teniendo en cuenta que Jesús era un hombre verdaderamente religioso, que hacía que fuera hijo de Dios e hijo de hombre, o tal vez por esto era religioso y que todo comienza, por el bautismo en el Jordán; pues el bautismo, más allá del rito, es “punto de inflexión en la vida, cuando uno accede a estar vivo y sumergirse en el río de su existencia…  [y ya] No seguirás a la multitud inconscientemente ni vivirás la vida a través de quienes te rodean. Serás un ser juicioso y atrevido y un participante activo”.
El rio Jordán y el huerto de Getsemaní señalan esos dos polo en el arco de la biografía de Jesús”. Es decir, con la ayuda del Padre, su yo fortalecido, lleva a cabo su misión terrenal y es capaz de soportar los sufrimientos, atroces hasta sudar sangre, en la noche de Getsemaní. Para ello necesitaba estar despierto, no como sus discípulos, que cayeron en el sueño, pues no habían llegado a esa doble condición. “Jesús abraza la vida y nos anima a todos a hacer lo propio. Se sumerge al mismo tiempo en la debilidad humana y en la posibilidad humana, en el tormento de ser una persona y en visionario resplandor de ser un hijo de Dios.
Llegado a este punto del capítulo, el autor, hace una reflexión sobre nuestro “huerto particular de los olivos”, poniéndose como ejemplo en una grave dolencia cardíaca, que descubrió cuando estaba escribiendo este libro. Confiesa que procura poner el corazón en todo lo que hace, en sus conferencias, sus libros... no en vano su formación católica le recuerda al “Sagrado Corazón”.


Afirma en la página 167: “Vivir desde el corazón requiere cierta dureza e inteligencia, y si interpretamos el elevado índice de trastornos cardíacos en el mundo moderno como un problema del corazón emocional y de sus relaciones con los demás, reconoceremos que no somos capaces de vivir con la suficiente y sincera compasión” y en la página siguiente: “Yo trato de mantener un diálogo entre mi corazón y mi mente, y siempre aspiro a alcanzar la inteligencia en cuestiones del espíritu”.
El autor también afirma que no es fácil, desde nuestra humana naturaleza, seguir la filosofía de Jesús en el huerto. Solemos pedir, “hágase tu voluntad” y un amigo me decía, en plan jocoso “pero si puede ser, que tu voluntad coincida con la mía”.
 Y antes de terminar copio el último párrafo  de la página 169: “Todos tenemos nuestro huerto de los olivos de desesperación. La clave consiste en comprender que en esos momentos la vida encuentra su razón de ser. No es el momento de car en la inconsciencia. En realidad, el huerto de la desesperación es una porción de felicidad, que no debemos evitar ni rechazar”. Es enfrentarnos a nuestro sufrimiento, teniendo la certeza de nuestra resurrección posterior. Digo yo.
Queda todavía un apartado de seis páginas de este capítulo, titulado “El yo trasparente”, dedicada al mandato de Jesús, “amar a los enemigos”, como pienso que es un tema lo suficientemente importante, prefiero dedicarle una próxima entrada y terminar aquí esta.


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