Contemplación y vida activa
Extracto
de apenas tres páginas, de las páginas 49 a 53 del libro
“Maestro Eckart (obras alemanas) Tratados y sermones”
Me
llama poderosamente la atención, en lo que dice de Marta, que para llegar a
ella, hay que pasar por María; pero solemos quedarnos sólo en ella, en María,
por eso de “que ha escogido la mejor parte”
Marta y María, tomada de Internet |
El hombre mortal que
ha logrado que Cristo nazca en él gracias a su retorno al Dios esencial y no al
meramente pensado, ¿no llega a ser un miembro completamente inútil dentro de la
comunidad humana? Tal actitud en absoluto condice con la concepción
eckhartiana. Del propio Eckhart se sabe «que él, en el transcurso de toda su
vida, no se presentó en absoluto como solitario religioso, sino que se lo
veneraba y amaba a lo largo y a lo ancho del país por su activo amor al
prójimo». Hemos visto que, tanto en el aspecto social como en el religioso —los
cuales en el maestro se condicionan mutuamente— el individuo, en cuanto es un
«yo» con sus apetencias, tanto materiales como espirituales, debe ser superado
porque en su criaturidad constituye una “nada” incapaz de lograr la unión con
Dios. Porque Él es el único “yo” que existe. Eckhart lo expresa así:
«Aquel que dice “yo” tiene que hacer la
obra lo mejor imaginable. Nadie puede pronunciar esta palabra, en sentido
propio, sino el Padre».
Pero, justamente sirviendo a este “Yo”,
la criatura ha de cumplir con todo cuanto exige el ser-hombre en este mundo,
sin que ello implique la renuncia a toda «peculiaridad». Quien trata de unirse
con Dios, de quien emanó, tendrá frente a los demás sus «peculiaridades». Sin
ellas, sería condenado a caer y recaer en las torpezas del hombre meramente
materialista y egoísta. Sólo que se trata de peculiaridades dictadas por Dios
que ha adquirido vida en su interior, y no las peculiaridades enraizadas en
imaginaciones y fantasías de la propia voluntad. A ésta sí hay que vencerla y
no cumplir con sus deseos que, a veces, suelen vestirse con hábito religioso
sin significación verdadera para el progreso espiritual. De acuerdo con su concepto
de la verdadera pobreza espiritual, Eckhart tampoco atribuye mucho valor a
arrobamientos, éxtasis, visiones, etcétera, y lo dice con toda claridad:
«… quien se imagina que recibe más de
Dios en el ensimismamiento, la devoción, el dulce arrobamiento y en mercedes
especiales, que [cuando se halla] cerca de la lumbre o en el establo, hace como
si tomara a Dios, le envolviera la cabeza con una capa y lo empujara por debajo
de un banco. Pues, quien busca a Dios mediante determinado modo, toma el modo y
pierde a Dios que está escondido en el modo»
Una vez el místico
llama la atención sobre el hecho de que hay virtudes y milagros que pueden ser
realizados con fuerza propia, y que resucitar con Cristo es otra cosa. Ya en
el primero de sus tratados, Eckhart insiste en la importancia que tiene la
recta disposición anímica. Para tenerla no hace falta estar en un convento
o en una ermita. «Quien te
perturba eres tú mismo a través de las cosas». También es famosa su sentencia
que reza:
«Si el hombre se hallara en un
arrobamiento tal como San Pablo, y supiera de un hombre enfermo que necesitara
de él una sopita, yo consideraría mucho mejor que tú, por amor, renunciaras [al
arrobamiento] y socorrieras al necesitado con un amor más grande».
Mas esta disposición
caritativa hacia el prójimo debe surgir luego de que el hombre haya aprendido a
tener «un desierto interior dondequiera y con quienquiera que esté».
Una vez logrado tal
estado de ánimo y hallándose él «bien encaminado en medio de la verdad, se
siente a gusto en todos los lugares y entre todas las personas». En este punto
se puede originar un malentendido contra el cual previene el maestro, diciendo
que, sin embargo, no todos los lugares ni toda la gente tienen que considerarse
como iguales.
Eckhart no dispensa al hombre dispuesto
a avanzar espiritualmente de tener sensibilidad y criterio para decidir cuál es
la exigencia a cumplir de acuerdo con el momento y el lugar respectivos.
El amor activo
supera, pues, todos los fenómenos espirituales, aun cuando son au- ténticos.
Por su mera condición humana «el hombre en esta vida no puede estar sin actividades
[…] ya que éstas pertenecen al ser-hombre». La exigencia verdadera es otra:
«Uno
debe aprender a estar [interiormente] libre en plena actividad».
Esta reflexión subraya el hecho de que
—según Eckhart— no se debe huir del mundo sino volver a él con una actividad
interior completamente cambiada. Esto lo
explica —en forma a primera vista heterodoxa— con el ejemplo de María y
Marta donde
Marta es la mujer madura que ha aprendido de la vida y posee una sabia
prudencia capaz de dirigir la actuación exterior hacia lo máximo que ordena el
amor». En esta concepción de Eckhart, Marta ya había llegado a poseer una
interioridad tan firme que sabía obrar en el tiempo sin ser perturbada por las
cosas de este mundo. María, en cambio, debía llegar aún a esta «madurez».
«Cuando María estaba sentada a los pies
de Nuestro Señor, aprendía
[aún], pues sólo estaba recibiendo
enseñanzas y aprendía a vivir. Pero,
más tarde, cuando Cristo ascendiera al cielo y ella había recibido al Espíritu
Santo, co- menzó a servir y fue
allende el mar y predicaba y enseñaba convirtiéndose en servidora de los discípulos».
Eckhart pone el acento
en el «aprender a vivir», lo cual equivale prácticamente a que no se debe
permanecer en el goce sensible. Al contrario, hay que afirmarse en la esencia
interior, pues
«de acuerdo con la nobleza de su
natura, toda criatura se brinda tanto más hacia fuera, cuanto más se asienta en
sí misma».
Se trata, en cierto modo, de un actuar
sin actuar, de una perfecta entrega como ins- trumento movido por la fuerza
divina, a la que otro autor místico[1] define,
diciendo que se debería ser para Dios lo que es para el hombre su propia mano.
Para quien vive desde
dentro hacia fuera, las cosas de pura nada han vuelto a tener mayor
significado, por cuanto se percibe a través de ellas a su «imagen» o «idea»
verdaderas dentro de Dios. Desde esta posición —y de acuerdo con las palabras
de San Pablo — cualquier cosa tiene valor para el crecimiento espiritual del
hombre, y todos los seres humanos constituyen para él un «libro».
«Quien no llegara a conocer nada más
que las criaturas, no necesitaría reflexionar nunca sobre sermón alguno, pues
toda criatura está llena de Dios y es un libro».
Pero, en este punto,
hay que observar que no se trata de un conocimiento exterior, sino de una
profunda penetración cognoscitiva. El «realismo» medieval, que atribuye la
realidad verdadera al mundo trascendental, permite ver que
«las experiencias externas no son
ninguna cosa externa para el hombre ejercitado porque todas las cosas tienen
para el hombre interior una divina e interna forma de existencia»
Este hombre
ejercitado «posee [las cosas] allí donde son eternas y substancia pura» y sabe
«orientar hacia Dios todas las cosas externas que le traen la vista y el oído».
Quiere decir que para la vista experimentada hay una perfecta analogía entre lo
exterior y lo interior. Koch, quien ha estudiado justamente la doctrina de la
analogía en Eckhart, explica su aplicación a la criatura del siguiente modo:
«Él [Eckhart] nos diría: Si alguien ama
a la criatura, en cuanto criatura, no ama verdaderamente nada; pero si la ama
con miras a Dios, no puede tener para él ningún otro significado que el de ser
un signo, una referencia a Dios».
Con esa concepción de las analogías el
mundo adquiere para el místico una vida plena de significados y mensajes
secretos que sólo esperan ser descifrados.
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