sábado, 6 de mayo de 2017

Contemplación y vida activa

Extracto de apenas tres páginas, de las páginas 49 a 53 del libro
 “Maestro Eckart (obras alemanas) Tratados y sermones”   
Me llama poderosamente la atención, en lo que dice de Marta, que para llegar a ella, hay que pasar por María; pero solemos quedarnos sólo en ella, en María, por eso de “que ha escogido la mejor parte”


Marta y María, tomada de Internet

El hombre mortal que ha logrado que Cristo nazca en él gracias a su retorno al Dios esencial y no al meramente pensado, ¿no llega a ser un miembro completamente inútil dentro de la comunidad humana? Tal actitud en absoluto condice con la concepción eckhartiana. Del propio Eckhart se sabe «que él, en el transcurso de toda su vida, no se presentó en absoluto como solitario religioso, sino que se lo veneraba y amaba a lo largo y a lo ancho del país por su activo amor al prójimo». Hemos visto que, tanto en el aspecto social como en el religioso —los cuales en el maestro se condicionan mutuamente— el individuo, en cuanto es un «yo» con sus apetencias, tanto materiales como espirituales, debe ser superado porque en su criaturidad constituye una “nada” incapaz de lograr la unión con Dios. Porque Él es el único “yo” que existe. Eckhart lo expresa así:

«Aquel que dice “yo” tiene que hacer la obra lo mejor imaginable. Nadie puede pronunciar esta palabra, en sentido propio, sino el Padre».

Pero, justamente sirviendo a este “Yo”, la criatura ha de cumplir con todo cuanto exige el ser-hombre en este mundo, sin que ello implique la renuncia a toda «peculiaridad». Quien trata de unirse con Dios, de quien emanó, tendrá frente a los demás sus «peculiaridades». Sin ellas, sería condenado a caer y recaer en las torpezas del hombre meramente materialista y egoísta. Sólo que se trata de peculiaridades dictadas por Dios que ha adquirido vida en su interior, y no las peculiaridades enraizadas en imaginaciones y fantasías de la propia voluntad. A ésta sí hay que vencerla y no cumplir con sus deseos que, a veces, suelen vestirse con hábito religioso sin significación verdadera para el progreso espiritual. De acuerdo con su concepto de la verdadera pobreza espiritual, Eckhart tampoco atribuye mucho valor a arrobamientos, éxtasis, visiones, etcétera, y lo dice con toda claridad:

«… quien se imagina que recibe más de Dios en el ensimismamiento, la devoción, el dulce arrobamiento y en mercedes especiales, que [cuando se halla] cerca de la lumbre o en el establo, hace como si tomara a Dios, le envolviera la cabeza con una capa y lo empujara por debajo de un banco. Pues, quien busca a Dios mediante determinado modo, toma el modo y pierde a Dios que está escondido en el modo»

Una vez el místico llama la atención sobre el hecho de que hay virtudes y milagros que pueden ser realizados con fuerza propia, y que resucitar con Cristo es otra cosa.  Ya en el primero de sus tratados, Eckhart insiste en la importancia que tiene la recta disposición anímica. Para tenerla no hace falta estar en un convento o en una ermita. «Quien te perturba eres tú mismo a través de las cosas». También es famosa su sentencia que reza:

«Si el hombre se hallara en un arrobamiento tal como San Pablo, y supiera de un hombre enfermo que necesitara de él una sopita, yo consideraría mucho mejor que tú, por amor, renunciaras [al arrobamiento] y socorrieras al necesitado con un amor más grande».

Mas esta disposición caritativa hacia el prójimo debe surgir luego de que el hombre haya aprendido a tener «un desierto interior dondequiera y con quienquiera que esté».
Una vez logrado tal estado de ánimo y hallándose él «bien encaminado en medio de la verdad, se siente a gusto en todos los lugares y entre todas las personas». En este punto se puede originar un malentendido contra el cual previene el maestro, diciendo que, sin embargo, no todos los lugares ni toda la gente tienen que considerarse como iguales.
Eckhart no dispensa al hombre dispuesto a avanzar espiritualmente de tener sensibilidad y criterio para decidir cuál es la exigencia a cumplir de acuerdo con el momento y el lugar respectivos.
El amor activo supera, pues, todos los fenómenos espirituales, aun cuando son au- ténticos. Por su mera condición humana «el hombre en esta vida no puede estar sin actividades […] ya que éstas pertenecen al ser-hombre». La exigencia verdadera es otra:

«Uno debe aprender a estar [interiormente] libre en plena actividad».

Esta reflexión subraya el hecho de que —según Eckhart— no se debe huir del mundo sino volver a él con una actividad interior completamente cambiada. Esto lo   explica —en forma a primera vista heterodoxa— con el ejemplo de María y Marta donde Marta es la mujer madura que ha aprendido de la vida y posee una sabia prudencia capaz de dirigir la actuación exterior hacia lo máximo que ordena el amor». En esta concepción de Eckhart, Marta ya había llegado a poseer una interioridad tan firme que sabía obrar en el tiempo sin ser perturbada por las cosas de este mundo. María, en cambio, debía llegar aún a esta «madurez».


«Cuando María estaba sentada a los pies de Nuestro Señor, aprendía [aún],  pues sólo estaba recibiendo enseñanzas y aprendía a vivir. Pero, más tarde, cuando Cristo ascendiera al cielo y ella había recibido al Espíritu Santo, co- menzó a servir y fue allende el mar y predicaba y enseñaba convirtiéndose en servidora de los discípulos».

Eckhart pone el acento en el «aprender a vivir», lo cual equivale prácticamente a que no se debe permanecer en el goce sensible. Al contrario, hay que afirmarse en la esencia interior, pues

«de acuerdo con la nobleza de su natura, toda criatura se brinda tanto más hacia fuera, cuanto más se asienta en sí misma».

Se trata, en cierto modo, de un actuar sin actuar, de una perfecta entrega como ins- trumento movido por la fuerza divina, a la que otro autor místico[1] define, diciendo que se debería ser para Dios lo que es para el hombre su propia mano.
Para quien vive desde dentro hacia fuera, las cosas de pura nada han vuelto a tener mayor significado, por cuanto se percibe a través de ellas a su «imagen» o «idea» verdaderas dentro de Dios. Desde esta posición —y de acuerdo con las palabras de San Pablo — cualquier cosa tiene valor para el crecimiento espiritual del hombre, y todos los seres humanos constituyen para él un «libro».

«Quien no llegara a conocer nada más que las criaturas, no necesitaría reflexionar nunca sobre sermón alguno, pues toda criatura está llena de Dios y es un libro».

Pero, en este punto, hay que observar que no se trata de un conocimiento exterior, sino de una profunda penetración cognoscitiva. El «realismo» medieval, que atribuye la realidad verdadera al mundo trascendental, permite ver que

«las experiencias externas no son ninguna cosa externa para el hombre ejercitado porque todas las cosas tienen para el hombre interior una divina e interna forma de existencia»

Este hombre ejercitado «posee [las cosas] allí donde son eternas y substancia pura» y sabe «orientar hacia Dios todas las cosas externas que le traen la vista y el oído». Quiere decir que para la vista experimentada hay una perfecta analogía entre lo exterior y lo interior. Koch, quien ha estudiado justamente la doctrina de la analogía en Eckhart, explica su aplicación a la criatura del siguiente modo:

«Él [Eckhart] nos diría: Si alguien ama a la criatura, en cuanto criatura, no ama verdaderamente nada; pero si la ama con miras a Dios, no puede tener para él ningún otro significado que el de ser un signo, una referencia a Dios».

Con esa concepción de las analogías el mundo adquiere para el místico una vida plena de significados y mensajes secretos que sólo esperan ser descifrados.




[1] Se trata del místico anónimo llamado Der Frankfurter

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