lunes, 25 de enero de 2021

 

¿Son estos los últimos tiempos?

El 1 de enero de 1997, Leandre Lachance recibía este mensaje de Jesús: “En estos  tiempos que son los últimos, tengo una necesidad urgente de los corazones que acepten a decirme un “si” total y sin condición; de repetirme este “si”, para que Yo pueda actuar, y voy a actuar rápidamente porque el tiempo urge”

 “Por la fidelidad de los míos, mis elegidos”, pág. 60


La conversión de San pablo. Convento de las dominicas, Caleruega

Estamos en este enero de 2021, en la festividad de la conversión de San Pablo, precisamente, cuando escribo esta reflexión y a la vista de la nota inicial, escrita hace 24 años, todo parece indicar, que se nos invita a una conversión total, como  aquel fogoso luchador en el camino de Damasco.

Y desgraciadamente, todo parece indicar, que vamos en dirección contraria. No tenemos más que estar un poco atentos a las noticias: hospitales saturados a causa de la pandemia que nos asola, y gente, mucha, más de lo que debiera, saltándonos las normas, y no sólo los insensatos que se enfrentan a la policía en fiestas demenciales, sino a gente común, como tú y como yo, que andamos por la calle y nos ponemos mal la mascarilla o nos sentamos en terrazas y la quitamos.

Pero no es lo peor no cumplir las normas. Es precisamente la dureza de corazón, que caracteriza a esta sociedad, hasta hace poco alegre y confiada.  Dureza que hace no pensar en los sanitarios, gente trabajadora, guardianes de la seguridad,…, en definitiva, en el prójimo  y sólo pensar en mi bienestar y mi comodidad. “Vino a los suyos; pero no le recibieron” y lo vuelve a decir y seguimos en la misma. ¿Qué más tiene que ocurrir, para darnos cuenta que lo primero no soy yo, ni lo segundo tampoco? Necesitamos humildad, para darnos cuenta que estamos bajo “muchos nublados, virus, crisis, necesidades…” y que tenemos que ser solidarios unos con otros.  Y empezando por los que mandan, hasta yo mismo, que ahora estoy reflexionando sobre esto, hay que reconocer que no lo somos. Nos dirigimos a nuestro Damasco particular, sin más miramiento que nuestro propio beneficio. ¡Ojala caigamos del caballo, perdón del borrico en el que cabalgamos! y seamos capaces de ver lo que Aquel, que hizo caer a Saulo, nos dice a nosotros.

Y vuelvo mi mirada a  “los ojos misericordiosos” de la Santísima Virgen, porque como rezamos en los gozos a Nuestra Señora de la Peña de Francia: “de la peste que nos aterra, del estruendo cruda guerra, del mar, hórrido bramido, ¿Quién librarnos ha Señora de tan tristes circunstancias? Virgen de Peña de Francia, sed Nuestra fiel protectora” y muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre y nos cambie nuestra vida, como se la cambió a Pablo en el camino de Damasco. Amen.

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