Coronavirus
El
que se miente a sí mismo y escucha sus propias mentiras, llega a no saber lo
que hay de verdad en él ni en ninguna otra persona, o sea, pierde el respeto a
sí mismo y a los demás. Al no respetar a nadie, deja de querer, y para distraer
el tedio que produce la falta de cariño y ocuparse en algo, se entrega a las
pasiones y a los placeres más bajos. Llega a la bestialidad en sus vicios. Y
todo ello procede de mentirse continuamente a sí mismo y a los demás
Fíodor Dostoyevski, Los hermanos Karamazov
La
cita, está sacada de otro libro, que ando leyendo ahora, concretamente es del
capítulo 8, titulado Trastorno narcisista de la personalidad (TNP) y el libro
es “El síndrome del imán humano”,
cuyo autor es Ross Rosenberg.
No
voy a escribir sobre el coronavirus. Ni soy médico, ni soy responsable del
cuidado de población, ni colectivo alguno, sólo de mí y de los de mi casa, aunque bien mirado, esto
así dicho podría clasificarse como “narcisismo”, del que este capítulo habla.
Sí, por supuesto, soy responsable de la comunidad, de la humanidad y del cosmos,
como debemos ser los que supuestamente pertenecemos al Cuerpo Místico de Cristo.
Me
ha llamado la atención, cuando me disponía a leer este capítulo, cómo la cita
de Dostoyevski, analiza una de las “posibles causas” de la propagación de esta plaga
que se cierne sobre la humanidad. Alguien ha apuntado que el narcisismo es la
enfermedad del presente siglo.
Esta
mañana he recibido vía WhatsApp, un vídeo en el que un sacerdote pasea en una desértica
ciudad de Italia, al Santísimo Sacramento.
Impresionante. Podéis verlo aquí
Tenemos que volver a la confianza en que nada
somos, sin Aquel que ES y que dirige nuestra auténtica vida, que la tenemos
secuestrada por “otras causas”.
También
por WhatsApp, he recibido este texto de un psicólogo italiano, que reproduzco
aquí y yo ya me callo.
Bellísima reflexión del psicólogo F. Morelli, que circula entre nuestros
queridos vecinos italianos:
“Creo
que el universo tiene su manera de devolver el equilibro a las cosas según sus
propias leyes, cuando estas se ven alteradas. Los tiempos que estamos viviendo,
llenos de paradojas, dan que pensar...
En
una era en la que el cambio climático está llegando a niveles preocupantes por
los desastres naturales que se están sucediendo, a China en primer lugar y a
otros tantos países a continuación, se les obliga al bloqueo; la economía se
colapsa, pero la contaminación baja de manera considerable. La calidad del aire
que respiramos mejora, usamos mascarillas, pero no obstante seguimos
respirando...
En un
momento histórico en el que ciertas políticas e ideologías discriminatorias,
con fuertes reclamos a un pasado
vergonzoso, están resurgiendo en todo el mundo, aparece un virus que nos hace
experimentar que, en un cerrar de ojos, podemos convertirnos en los
discriminados, aquéllos a los que no se les permite cruzar la frontera,
aquéllos que transmiten enfermedades. Aun no teniendo ninguna culpa, aun siendo
de raza blanca, occidentales y con todo tipo de lujos económicos a nuestro alcance.
En
una sociedad que se basa en la productividad y el consumo, en la que todos
corremos 14 horas al día persiguiendo no se sabe muy bien qué, sin descanso, sin pausa, de repente se nos impone
un parón forzado. Quietecitos, en casa, día tras día. A contar las horas de un
tiempo al que le hemos perdido el valor, si acaso éste no se mide en
retribución de algún tipo o en dinero. ¿Acaso sabemos todavía cómo usar nuestro
tiempo sin un fin específico?
En
una época en la que la crianza de los hijos, por razones mayores, se delega a
menudo a otras figuras e instituciones, el Coronavirus obliga a cerrar escuelas
y nos fuerza a buscar soluciones alternativas, a volver a poner a papá y mamá
junto a los propios hijos. Nos obliga a volver a ser familia.
En
una dimensión en la que las relaciones interpersonales, la comunicación, la
socialización, se realiza en el (no) espacio virtual, de las redes sociales,
dándonos la falsa ilusión de cercanía, este virus nos quita la verdadera
cercanía, la real: que nadie se toque, se bese, se abrace, todo se debe de
hacer a distancia, en la frialdad de la ausencia de contacto. ¿Cuánto hemos
dado por descontado estos gestos y su significado?
En
una fase social en la que pensar en uno mismo se ha vuelto la norma, este virus
nos manda un mensaje claro: la única manera de salir de esta es hacer piña,
hacer resurgir en nosotros el sentimiento de ayuda al prójimo, de pertenencia a
un colectivo, de ser parte de algo mayor sobre lo que ser responsables y que
ello a su vez se responsabilice para con nosotros. La corresponsabilidad:
sentir que de tus acciones depende la suerte de los que te rodean, y que tú
dependes de ellos.
Dejemos
de buscar culpables o de preguntarnos porqué ha pasado esto, y empecemos a
pensar en qué podemos aprender de todos ello. Todos tenemos mucho sobre lo que
reflexionar y esforzarnos. Con el universo y sus leyes parece que la humanidad
ya esté bastante en deuda y que nos lo esté viniendo a explicar esta epidemia,
a caro precio”.
(Cit. F. MORELLI,
traducido al español)
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