miércoles, 4 de diciembre de 2019


Liberarse

Liberarse consiste en depositar en Sus Manos todo lo que está consumado, todo lo que es impotencia y limitación: la ley de precariedad, la ley de la transitoriedad, la ley de la insignificancia humana, la ley del fracaso, la ley de la enfermedad, la ley de la ancianidad, la ley de la soledad, la ley de la muerte.
Consiste en suma, en aceptar el misterio universal de la vida.
Y nuestra morada se llamará paz.
Pág. 242 de un libro desconocido


En esa misma página aparece la siguiente cita de Lanza del Vasto: “Caía la noche. El sendero se internaba en el bosque más negro que la noche. Yo estaba solo, desarmado. Tenía miedo de avanzar, miedo de retroceder, miedo del ruido de mis pasos, miedo de dormirme en esa doble noche.
Oí crujidos en el bosque y tuve miedo. Vi brillar entre los troncos ojos de animales y tuve miedo. Después no vi nada y tuve miedo, más miedo que nunca.
Por fin salió de la sombra una sombra que me cerró el paso.
- ¡Vamos ! ¡Pronto ! ¡La bolsa o la vida!
Y me sentí casi consolado por esa voz humana, porque al principio había creído encontrar a un fantasma o a un demonio.
Me dijo: - Si te defiendes para salvar tu vida, primero te quitaré la vida y después la bolsa. Pero si me das tu bolsa solamente para salvar la vida, primero te quitaré la bolsa y después la vida -.
Mi corazón se enloqueció, mi corazón se rebeló.
Perdido por perdido, mi corazón se dio la vuelta.
Caí de rodillas y exclamé: -Señor, toma todo lo que tengo y todo lo que soy-.
De pronto me abandonó el miedo y levanté los ojos.
Ante mí todo era luz. En ella el bosque reverdecía
”.
Buena reflexión la de esta página, que he encontrado en una fotocopia, entre un montón de papeles para reciclar. Poco puedo añadir, más que nuestra vida no discurre así, ya que estamos llenos de remordimientos por cosas que ya no tienen remedio, de impotencia ante lo que no podemos hacer, de nostalgia por lo que ya ha pasado, por lo poco que pintamos en el mundo, porque podíamos haber hecho las cosas de otra manera, porque se nos ha detectado una terrible enfermedad, porque ya tenemos muchos años, porque nadie nos llama y porque la vida se acaba. De todo esto nos tenemos que liberar. ¿Cómo? La solución la da la propia cita inicial: depositar en Sus Manos; pero ¿de quién?. Creo que está claro: Del Padre Eterno, que habita en nosotros, pues San Pablo lo dice: “Somos templos vivos del Espíritu Santo”. En Él está la luz, la que vio el caminante, cuando todo lo veía perdido, en el relato de Laza del Vasto.
 Poco más tengo que añadir. Si alguien identifica de qué libro se trata, por favor comuníquemelo. Si lo encuentro yo, os lo comunico.

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