martes, 4 de abril de 2017

Por qué la luz no dobla las esquinas?
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Cuando algunos por su perversidad son obstáculos para la salvación del pueblo, el predicador y el doctor no deben temer ofenderlos.
Sto. Tomás de Aquino.
Conviene amar de tal modo que ya no pueda dejar de amar.
P. Lebret.

Comentamos aquí, del libro de Solórzano, el apartado IV: “La luz comprimida difundiéndose”, que consta a su vez de dos capítulos, el primero que comienza con las dos citas anteriores, de las que hemos tomado sólo los párrafos señalados, y titulado “Presencia dominicana en el mundo”. Comienza afirmando que en los 800 años de la Orden, la familia está compuesta por casi 70.000 miembros, repartidos por todo el mundo. La familia dominicana está compuesta por: las dominicas contemplativas, las dominicas de vida activa, las fraternidades de laicos dominicos, y los frailes dominicos. Dedicando un apartado a cada uno, para concluir el capítulo con un amplio apartado, titulado “las encrucijadas futuras de la luz”, en donde, haciendo un repaso de la gran labor llevada a cabo por la Orden a lo largo de la historia, va analizando la situación en los distintos continentes, desde América Latina, hasta el extremo Oriente, no ocultando su preocupación por el fenómeno descristianizador que se está produciendo en Europa y en España en concreto; pero más adelante, en la página 157, leemos este esperanzador párrafo: “Consoladoras son estas palabras de H. de Lubac: “Cada época ha sido siempre la peor. Y si hubo algunas verdaderamente peores, fueron las que dieron a luz las mayores cosas”. ¡Cuántas cosas magníficas está dando nuestra época! Y en medio de todo este mundo en ebullición, la Iglesia, nosotros los creyentes en Jesucristo… porque haya más justicia, más paz, más dignidad, un poco más de luz en medio de las tinieblas”.
Termina el capítulo, trascribiendo el siguiente poema de Carmen Martín Gaite:
Ya sé que no hay salida,
pero dejad que siga por aquí.
No me pidáis que vuelva.
Se han clavado mis ojos y mi carne,
y no puedo volver.
Y no quiero volver.
Ya no me gritéis más que no hay salida
creyendo que no oigo,
que no entiendo.
Vuestras voces tropiezan en mi costra
y se caen como cáscaras
y las piso al andar.
Avanzo alegre y solo
en la exacta mañana
por el camino mío que he encontrado
aunque no haya salida”.

Termina Solórzano el capítulo: “Sé que la hay. Y basta, que así concluía enérgicamente Unamuno muchos de sus escritos.”

El segundo capítulo de este apartado se titula: “La luz crepuscular del paisaje”. Comienza con una larga cita de Bertold Brech: “Esta es tu casa… quédate con nosotros…” y el capítulo, que sólo consta de seis páginas, está dividido en dos partes, una dedicada a la “itinerancia” y otra a la “belleza”.
Para mí ha sido gratificante, leer la primera parte, pues mi salmo preferido es el 25: “Señor muéstrame tus caminos e instrúyeme en tus sendas”. En la página 162, Solórzano escribe: “Cada uno de nosotros tenemos nuestro itinerar, nuestro personal itinerario, con muchas paradas, señales de pista, cruces de camino… pero tarde o temprano todos vamos tomando nuestra ruta personal, dejándonos guiar por las voces y destellos que desde el interior más hondo nos van indicando el trayecto… Hay mucho miedo a caminar. El miedo y la indecisión nos atenazan continuamente… Creo que todo iría mejor si estuviésemos decididos a aceptar nuestras limitaciones… También los creyentes tenemos miedo… No acabamos de fiarnos del todo de Dios…” y más adelante añade: “Los dominicos amigo mío, también somos así: como cualquier humano, como cualquier creyente.” Y en la página 163: “No lo olvides nunca: somos itinerantes. Todos estamos en camino; de paso, siempre de paso, Romeros, siempre romeros… con las riendas tensas y refrenando el vuelo, para llegar a todos y a tiempo, que diría León Felipe… Los dominicos, desde el inicio, nos hemos considerado itinerantes. Nada más lejos de nuestro carisma que el estatismo improductivo… Tu fija la mirada y el corazón en nuestros predecesores… Santo Domingo, San Alberto, Santo Tomás, Santa Catalina, San Vicente, Bartolomé de las Casas…” terminando este apartado con el siguiente párrafo: “Itinerantes, en fin somos tu y yo, que muchas veces nos cansamos… requerimos la sombra de un compañero, del amigo al que retornar, y anhelamos su palabra amable, su silencio respetuosos, su mesa puesta… para que recuperadas las fuerzas, podamos seguir trabajando y predicando la Buena Noticia
En cuanto a la segunda parte de este capítulo, dedicado a la belleza, afirma al principio, que esta, junto a la verdad, bondad y unidad han sido las sustentadoras  de nuestro ser humano, cristiano y dominicano. Cita a Hans Ur von Balthasar en su obra “Gloria. Una estética teológica” en el vol. I, “La percepción de la forma” y dentro de la larga cita, señalamos este párrafo: ”…En un mundo sin belleza…, en un mundo que quizá no esté privado de ella pero que ya no es capaz de verla, de contar con ella, el bien ha perdido asimismo su fuerza atractiva… el hombre se queda perplejo ante él y se pregunta por qué ha de hacer el bien y no el mal…”
Termina el capítulo en la página 167: “… en un mundo que olvida, explota, utiliza y mata… nosotros, con honda sensibilidad humana y cristiana somos voz que clama y denuncia… solidarios con los hombres y las causas que reclaman una pronta solución de justicia; somos, queremos ser, instrumentos de paz frente a tanta sangre, guerra y desampara.
¿Cabe más luz, mayor belleza?

Sólo el horizonte importa y en él la Luz tan solo”.

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