Por qué la luz no dobla las esquinas?
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Cuando
algunos por su perversidad son obstáculos para la salvación del pueblo, el
predicador y el doctor no deben temer ofenderlos.
Sto. Tomás de Aquino.
Conviene
amar de tal modo que ya no pueda dejar de amar.
P. Lebret.
Comentamos
aquí, del libro de Solórzano, el apartado IV: “La luz comprimida difundiéndose”, que consta a su vez de dos
capítulos, el primero que comienza con las dos citas anteriores, de las que
hemos tomado sólo los párrafos señalados, y titulado “Presencia dominicana en el mundo”. Comienza afirmando que en los
800 años de la Orden, la familia está compuesta por casi 70.000 miembros,
repartidos por todo el mundo. La familia dominicana está compuesta por: las
dominicas contemplativas, las dominicas de vida activa, las fraternidades de
laicos dominicos, y los frailes dominicos. Dedicando un apartado a
cada uno, para concluir el capítulo con un amplio apartado, titulado “las encrucijadas futuras de la luz”,
en donde, haciendo un repaso de la gran labor llevada a cabo por la Orden a lo
largo de la historia, va analizando la situación en los distintos continentes,
desde América Latina, hasta el extremo Oriente, no ocultando su preocupación
por el fenómeno descristianizador que se está produciendo en Europa y en España
en concreto; pero más adelante, en la página 157, leemos este esperanzador
párrafo: “Consoladoras son estas palabras de H. de Lubac: “Cada época ha sido siempre la peor. Y si hubo algunas
verdaderamente peores, fueron las que dieron a luz las mayores cosas”. ¡Cuántas
cosas magníficas está dando nuestra época! Y en medio de todo este mundo en
ebullición, la Iglesia, nosotros los creyentes en Jesucristo… porque haya más
justicia, más paz, más dignidad, un poco más de luz en medio de las tinieblas”.
Termina
el capítulo, trascribiendo el siguiente poema de Carmen Martín Gaite:
“Ya sé
que no hay salida,
pero
dejad que siga por aquí.
No me
pidáis que vuelva.
Se
han clavado mis ojos y mi carne,
y no
puedo volver.
Y no
quiero volver.
Ya no
me gritéis más que no hay salida
creyendo
que no oigo,
que
no entiendo.
Vuestras
voces tropiezan en mi costra
y se
caen como cáscaras
y las
piso al andar.
Avanzo
alegre y solo
en la
exacta mañana
por
el camino mío que he encontrado
aunque
no haya salida”.
Termina Solórzano el capítulo: “Sé que la hay. Y basta, que así concluía
enérgicamente Unamuno muchos de sus escritos.”
El segundo capítulo de este apartado se
titula: “La luz crepuscular del paisaje”.
Comienza con una larga cita de Bertold
Brech: “Esta es tu casa… quédate con
nosotros…” y el capítulo, que sólo consta de seis páginas, está dividido en
dos partes, una dedicada a la “itinerancia” y otra a la “belleza”.
Para mí ha sido gratificante, leer la
primera parte, pues mi salmo preferido es el 25: “Señor muéstrame tus caminos e instrúyeme en tus sendas”. En la
página 162, Solórzano escribe: “Cada uno
de nosotros tenemos nuestro itinerar, nuestro personal itinerario, con muchas
paradas, señales de pista, cruces de camino… pero tarde o temprano todos vamos
tomando nuestra ruta personal, dejándonos guiar por las voces y destellos que
desde el interior más hondo nos van indicando el trayecto… Hay mucho miedo a
caminar. El miedo y la indecisión nos atenazan continuamente… Creo que todo
iría mejor si estuviésemos decididos a aceptar nuestras limitaciones… También
los creyentes tenemos miedo… No acabamos de fiarnos del todo de Dios…” y
más adelante añade: “Los dominicos amigo
mío, también somos así: como cualquier humano, como cualquier creyente.” Y en
la página 163: “No lo olvides nunca:
somos itinerantes. Todos estamos en camino; de paso, siempre de paso, Romeros, siempre romeros… con las riendas
tensas y refrenando el vuelo, para llegar a todos y a tiempo, que diría León Felipe… Los dominicos, desde el
inicio, nos hemos considerado itinerantes. Nada más lejos de nuestro carisma
que el estatismo improductivo… Tu fija la mirada y el corazón en nuestros
predecesores… Santo Domingo, San Alberto, Santo Tomás, Santa Catalina, San
Vicente, Bartolomé de las Casas…” terminando este apartado con el siguiente
párrafo: “Itinerantes, en fin somos tu y
yo, que muchas veces nos cansamos… requerimos la sombra de un compañero, del
amigo al que retornar, y anhelamos su palabra amable, su silencio respetuosos,
su mesa puesta… para que recuperadas las fuerzas, podamos seguir trabajando y
predicando la Buena Noticia”
En cuanto a la segunda parte de este capítulo,
dedicado a la belleza, afirma al principio, que esta, junto a la verdad, bondad
y unidad han sido las sustentadoras de
nuestro ser humano, cristiano y dominicano. Cita a Hans Ur von Balthasar en su obra “Gloria. Una estética teológica”
en el vol. I, “La percepción de la forma” y dentro de la larga cita, señalamos
este párrafo: ”…En un mundo sin belleza…,
en un mundo que quizá no esté privado de ella pero que ya no es capaz de verla,
de contar con ella, el bien ha perdido asimismo su fuerza atractiva… el hombre
se queda perplejo ante él y se pregunta por qué ha de hacer el bien y no el mal…”
Termina el capítulo en la página 167: “… en un mundo que
olvida, explota, utiliza y mata… nosotros, con honda sensibilidad humana y
cristiana somos voz que clama y denuncia… solidarios con los hombres y las
causas que reclaman una pronta solución de justicia; somos, queremos ser,
instrumentos de paz frente a tanta sangre, guerra y desampara.
¿Cabe
más luz, mayor belleza?
Sólo
el horizonte importa y en él la Luz tan solo”.
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