Comentarios
(poco) personales al libro
“El fantasma de la libertad”
Después
de terminar de leer dicho libro, al que he dedicado la anterior entrada de este
blog, queda como un “poso de amargura”, al reconocernos casi como “autómatas”,
a merced de impulsos exteriores o inconscientes, o como actores de una obra de
teatro cuyo guión ha escrito “otro”
Esto ocurre si
reflexionamos desde el “ego”, del que el propio autor del libro mencionado,
dice que no existe. De esta forma nos metemos en la piel de Segismundo, en la "Vida es Sueño", de Calderón de la Barca, cuando en el soliloquio más hermoso de cuantos se hayan escrito,
afirma:
Nace el pez, que no
respira,
aborto de ovas y
lamas,
y apenas, bajel de
escamas,
sobre las ondas se
mira,
cuando a todas
partes gira,
midiendo la
inmensidad
de tanta capacidad
como le da el
centro frío;
¿y yo, con más
albedrío,
tengo menos
libertad?
Antes
se ha referido al ave, al bruto y después al arroyo, terminando:
En llegando a esta
pasión,
un volcán, un Etna
hecho,
quisiera sacar del
pecho
pedazos del
corazón.
¿Qué ley, justicia
o razón,
negar a los hombres
sabe
privilegio tan suave,
excepción tan
principal,
que Dios le ha dado
a un cristal,
a un pez, a un
bruto y a un ave?
Yo sin embargo, veo que la “libertad”
del ave, del bruto, del pez y del
arroyo, no es comparable a “nuestra” libertad y con esto volvemos a caer en el
círculo: ¿Cuál es la libertad de Segismundo y cuál es la nuestra? El arroyo, no
tiene más opción que discurrir por la pendiente y por el cauce que “él mismo”
se ha labrado y de forma similar, el ave, el bruto y el pez se mueven por su
respectivo hábitat y no por otro, que no son intercambiables. No puede el tren
circular por la autovía ni un autobús por la vía, a no ser que se realice un
trabajo de adaptación a sus ejes y a sus ruedas.
Enrique Martínez Lozano, soluciona esta
quimera de forma magnífica en las 54 páginas del capítulo 9, "No-dualidad y
despliegue histórico. La vida como representación", del libro “Otro modo de ver,
otro modo de vivir. Invitación a la no-dualidad” (Desclée de Brouwer) No
es fácil resumir las densas 54 páginas en un escrito como este; pero
simplificando mucho las cosas, alcanzamos la ansiada libertad, cuando “despertamos” del sueño del “ego”, a nuestra verdadera identidad, cuando somos testigos, espectadores
de nuestra vida y no actores de la misma.
Hay una magnífica canción carismática
para el tiempo pascual, cuya letra es:
Mirad, despertad
ya del sueño.
Mirad y veréis
al Señor.
Mirad y sabréis que
la muerte
ha quedado vencida,
porque resucitó.
Ya se acaba la
noche, ¡resucitó!
Ya termina la pena,
¡resucitó!
Nos llenó de
alegría, ¡resucitó!
Nos llenó de
esperanza,
¡Resucitó!
La muerte por tanto es nuestra prisión,
nuestra vida, si consideramos la misma como la prisión de Segismundo y la vida
es vivir, en el Señor que nos acompaña y que guía nuestros pasos, en el que “nos
movemos y existimos”, no en el cerebro, como apunta el autor del libro “El
fantasma… “ Hay algo más que neuronas y neurotransmisores.
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