miércoles, 10 de agosto de 2016

Lecturas de verano
Agosto 2016
El fantasma de la libertad

 En 2004, el periódico de Múnich Süddeutsche Zeittung invitó al foro “Medioambiente-Ciencia, a un neurocientífico, a un penalista, a un historiador y a un filósofo. En esta discusión, el neurocientífico; Gerhard Roth, mantuvo que “dos fundamentos esenciales del concepto de libertad ya habían sido rebatidos: el primero es la creencia del que “yo soy el que actúa”; el segundo la sensación subjetiva de la posibilidad de elección: “Yo podría haber actuado de otra manera si hubiese querido”. El yo no se encontró en ningún lugar en el cerebro, pero sí los mecanismos inconscientes que determinan los supuestos actos de voluntad libre”

El párrafo anterior está sacado de la página 148, prácticamente al final del libro “El fantasma de la libertad”, de Francisco J. Rubia, Ed. Crítica, libro, que como decía en la entrada del 21 de julio, ha llegado a mí, por la bibliografía del libro “Otro modo de ver, otro modo de vivir”, de Enrique Martínez Lozano.
“El fantasma de la libertad”, quizá no sea un libro para leer en el verano, y menos, en los días en que la máxima ha superado los 35º C; pero leído, aunque “no estudiado”, ni posiblemente “asimilado”, ha sido. Dejémoslo en que ha sido una primera lectura, pendientes de otras sucesivas, que es como creer en los reyes magos. Sea como sea, voy a dar unas pinceladas del mismo: está dividido en ocho capítulos, además de una introducción y un anexo al final.
En el primer capítulo hace una recopilación de las distintas posturas filosóficas a través de la historia, sobre el libre albedrío y el determinismo, En el segundo, se trata el libre albedrío en la actualidad, que comienza por distinguir entre los libertarios, los compatibilistas y los deterministas Y en el resumen, que pone el autor de este capítulo leemos: “En la discusión sobre la existencia o no del libre albedrío, llama la atención que si adoptamos una postura dualista y aceptamos la existencia del alma o una entidad inmaterial que gobierne o controle al cerebro, desaparece como por ensalmo toda esta problemática… Pero si no aceptamos esa postura dualista, debemos preguntarnos cómo es posible que el cerebro sea una excepción a las leyes de la naturaleza. El cerebro materia como el resto del universo, tendrá que estar asimismo determinado, de manera que no pueda existir voluntad libre…”
En el tercer capítulo, titulado “Lo que han dicho los científicos”, parte de los experimentos de los científicos Kornhuber y Deecke en 1965, cuyos resultados movieron en 1983 a Benjamín Libet y colaboradores de la Universidad de California, a realizar nuevos experimentos, llegando a la conclusión de que la impresión subjetiva, de una acción tal como mover un dedo, había sido anterior en el cerebro. Por tanto, la actividad cerebral no era la consecuencia de la sensación subjetiva de voluntad de acción, sino que precedía a esa voluntad. Dedica varias páginas a estos experimentos. Más adelante en este mismo capítulo, dedica un apartado a “Argumentos de la neurociencia a favor del determinismo” y termina con el apartado “la voluntad libre y la ciencia”, en el que cita las opiniones de diversos científicos sobre este tema. A mi particularmente me ha llamado la atención la opinión del neurofisiólogo John Eccles (1903-1997), que sostiene la existencia de un ente material que interacciona con el cerebro. Se acogió a la física Cuántica, para defender la voluntad libre, que actuaría, controlando en el cerebro, a través de los llamados campos de probabilidad, la liberación de neurotransmisores en las sinapsis de la corteza cerebral. También el matemático Roger Penrose, hace uso de la física Cuántica para explicar el funcionamiento del cerebro.
En el capítulo cuarto, trata de “Los argumentos de Daniel Wegner”, profesor de psicología de la Universidad de Harvard, que en 2002 escribió el libro The illusion of Conscius Will (La ilusión de la voluntad libre) donde argumentaba a favor del determinismo de nuestros actos mentales. Comienza diciendo que parece que queremos conscientemente nuestros actos voluntarios, pero que eso es una ilusión. Argumenta que la voluntad es una ilusión y cita al filósofo David Hume, que afirmaba que la voluntad “No es otra cosa que la impresión interna que sentimos y de la que somos conscientes cuando sabiéndolo ocasionamos un movimiento de nuestro cuerpo, o una nueva percepción de nuestra mente”. Refiriéndose a los experimentos de Libet, Wegner constata que parece ser que la iniciación de un movimiento voluntario se produce de una manera inconsciente en el cerebro y antes de que surja la sensación subjetiva de voluntad. Lo muestra en el “Síndrome de la mano extraña o mano ajena”. Otros ejemplos en “El curioso fenómeno de la hipnosis”, “El síndrome de Capgras”, “El síndrome de Gilles de la Tourette”, “La corea (danza) de Huntington” (o baile de San Vito), “La enfermedad de Parkinson”, dedicando un apartado a cada uno de estos casos en este capítulo y terminando con un breve resumen, en el que leemos: “ La sensación subjetiva de voluntad puede acompañar o no la realización de movimientos, lo que parece apuntar a que esa sensación no es la causa de los movimientos como solemos creer
En el capítulo  quinto, titulado “El resurgimiento del inconsciente”, hace un recorrido sobre este concepto, de filósofos y médicos, desde la antigüedad, como Platón, Claudio Galeno, Alemeón de Crotona (S. VI a.C.) y posteriores como Agustín de Tagaste y Tomás de Aquino (el autor los denomina así, en lugar de San Agustín y Santo Tomás) y de épocas más recientes, como Paracelso, Baruch Spinoza, Leibniz, David Hume, Inmanuel Kant, etc. hasta llegar a Sigmund Freud y Carl Gustav Jung, que además del inconsciente personal postula la existencia del “inconsciente colectivo”. Escritores como Dante, Cervantes, Shakespeare, Friedrich von Schiller, Goethe y otros muchos. Curiosamente cita a Jean-Paul Sartre, que rechaza la noción de inconsciente en su obra “el ser y la nada”. También cuenta que la famosa idea del inconsciente como la parte hundida del “iceberg” de la mente, que no es como suele suponerse de S. Freud, sino del músico y matemático alemán Gustav Theodor Fechner (1801-1887). Cita muchos más nombres de médicos, filósofos y escritores; pero no es el caso ponerlos todos en este breve resumen. En la página 104, en este mismo capítulo está el apartado “La debilidad de la conciencia”, en el que comienza citando a Paul McLean (1913-2007), que crea el término “cerebro trino”, hipótesis que contempla “tres cerebros”, el reptiliano, responsable de automatismos, rituales y conductas inconscientes, envuelto por el límbico o emocional, que sirve de filtro emocional de la información, que rodea al anterior y es la sede de las funciones mentales. El filósofo alemán  Hegel, utiliza la palabra Aufheben, para describir “terminar, conservar y elevar a un nivel superior”, que es lo que ocurre con las funciones que se añaden a la evolución del cerebro. En su libro Jano, Arthur Koestler, acuña el término holón, para un subtotal de un total mayor. Gustave Le Bon, en “Psicología de las masas”, plantea la importancia del comportamiento de las muchedumbres, en las que se pierde la personalidad individual consciente que es suplantada por una “mente colectiva”. En la página 107, cita los experimentos de Wilder Penfield, en la mitad del siglo pasado. Todo lleva a concluir que la mayoría de las funciones cerebrales son inconscientes y que la mayoría de los procesos inconscientes son decisivos en la toma de decisiones.
El capítulo sexto, “Funciones inconscientes”, trata de las funciones que el cerebro realiza de forma inconsciente. Los sentidos reciben más de once millones de bits por segundo y sólo una pequeña parte de esta información llega a la consciencia. De toda la actividad del cerebro sólo el 0,1 por ciento se hace consciente. Algunas funciones discurren sin consciencia alguna, como los que expresa en distintos apartados de este capítulo: la visión ciega, los síndromes de negligencia y extinción, la memoria en la amnesia, el mido inconsciente, el reconocimiento de caras (la prosopagnosia es una enfermedad, debida a una lesión entre el lóbulo y el lóbulo occipital, que impide al paciente reconocer las caras), la atención, el condicionamiento clásico, el aprendizaje inconsciente, el lenguaje, la anasognosia (pacientes con falta total de autoconsciencia de los déficit lingüísticos)y  el instinto moral inconsciente. Concluyendo que los resultados de los ejemplos anteriores, que la mayoría de los procesos cognoscitivos son inconscientes.
El capítulo séptimo “Sobre constructivismo”, hace un repaso sobre la cuestión de la percepción según diversos autores. Algunos autores como  Gerhard Roth, han afirmado que no vemos con los ojos, sino, con las áreas visuales del cerebro, así que el proceso de percepción es una atribución de significado a procesos neuronales que no lo  tienen. Una buena parte de este capítulo, está dedicada a Humberto Maturana y Francisco Valera, que en su libro “El árbol del conocimiento” explican que nuestra experiencia está unida de manera indisoluble a nuestra estructura. No vemos el espacio, ni los colores, sino que vivimos nuestro campo visual y nuestro espacio cromático.
El capítulo octavo y último “El origen inconsciente de la creatividad”, según el autor, la ciencia ha sustituido a los dioses de la antigüedad por la actividad inconsciente de nuestra mente, actividad que ilumina nuestra conducta y descubriéndose asociaciones que la consciencia no conoce y que de pronto se hacen conscientes. Cita ejemplos clásicos, como el del químico alemán August Kekulé, que en sueños vió el uroboro, (arquetipo de C.G Jung, serpiente que se muerde la cola) y así descubrió la estructura del benceno.
Termina el libro con un anexo: “El manifiesto”, publicado en Alemania en 2004, del que haremos una breve reseña en próxima entrada y haremos una reflexión personal sobre este libro y este apasionante tema


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