sábado, 19 de marzo de 2016

“En Verdad te digo, que hoy estarás conmigo en el Paraíso”

De la cruz pende la figura dolorosa del Redentor,
 Imagen complementada por dos ladrones,
uno cae en el infierno, mientras que otro asciende al paraíso
C.G. Jung, en “Respuesta a Job”


            Todos somos Dimas, andamos por la vida, no digo yo que robando (algunos sí); pero si con “el pecado original a cuestas”, aunque se nos borró teológicamente por el bautismo. Ahora me refiero a dicho “pecado”, no desde el punto de vista teológico, sino desde el punto de vista psicológico. Muchos estudiosos de las ciencias humanas, lo identifican, como las “pulsiones de la humana naturaleza” que aflora una y otra vez, como la mancha de aceite, que quita el detergente y vuelve una y otra vez a salir.
            Esas pulsiones, que afloran del subconsciente, a veces de una forma inesperada, y que hacen que actuemos, como decía San Pablo, “haciendo el mal que no queremos”. No es cuestión sólo de propósito de enmienda, sino de reconocer esa naturaleza y ese “estado desfondado”, en el que nos movemos por este mundo. Nuestras fuerzas, solas no pueden superarlo. Todos somos Dimas, como dije al principio y todos también ¡ojo! podemos ser “el ladrón malo”. Cristo está en el centro, Redentor nuestro. Un leve gesto de humildad, “una mirada de fe, una mirada de amor, es lo que puede salvar al pecador”, como dice una canción. Cristo, ¡Oh, Cristo, ven y sananos!, Acuérdate de nosotros,  y la respuesta ya la sabemos. No defrauda: “En Verdad te digo, que hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Cristo, está en el centro de nuestra vida, y en la Eucaristía lo sentimos, lo palpamos y viene a nosotros, con su amor y compasión por todo el género humano. “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré. Venid a mí, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer…”. No podemos superar a veces nuestras pulsiones; pero si se nos es dado, estar a su derecha, como Dimas, humildemente y confiados. Si estamos a su izquierda, mal asunto: “Apartaos de mí, porque tuve hambre y no me disteis de comer…”

Señor, yo quiero estar a tu lado y a tu derecha.
Tú sabes mis defectos y mis carencias.
Sólo tú tienes palabras de Vida Eterna.
Acuérdate de mí, que estás en la Eucaristía.
Pero no sólo de mí, acuérdate de mis hermanos, en especial de los que sufren, que son muchos. Cambia nuestro corazón de piedra y danos entrañas de Misericordia.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. AMEN


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