“En
Verdad te digo, que hoy estarás conmigo en el Paraíso”
“De la cruz pende la figura dolorosa del
Redentor,
Imagen complementada por dos
ladrones,
uno cae en el infierno, mientras que otro asciende al paraíso”
C.G.
Jung, en “Respuesta a Job”
Todos somos Dimas, andamos por la
vida, no digo yo que robando (algunos sí); pero si con “el pecado original a
cuestas”, aunque se nos borró teológicamente por el bautismo. Ahora me
refiero a dicho “pecado”, no desde el punto de vista teológico, sino desde el
punto de vista psicológico. Muchos estudiosos de las ciencias humanas, lo
identifican, como las “pulsiones de la humana naturaleza” que aflora una y otra
vez, como la mancha de aceite, que quita el detergente y vuelve una y otra vez
a salir.
Esas pulsiones, que afloran del subconsciente,
a veces de una forma inesperada, y que hacen que actuemos, como decía San
Pablo, “haciendo el mal que no queremos”. No es cuestión sólo de propósito de
enmienda, sino de reconocer esa naturaleza y ese “estado desfondado”, en el que
nos movemos por este mundo. Nuestras fuerzas, solas no pueden superarlo. Todos
somos Dimas, como dije al principio y todos también ¡ojo! podemos ser “el
ladrón malo”. Cristo está en el centro, Redentor nuestro. Un leve gesto de
humildad, “una mirada de fe, una mirada de amor, es lo que puede salvar al
pecador”, como dice una canción. Cristo, ¡Oh, Cristo, ven y sananos!, Acuérdate
de nosotros, y la respuesta ya la sabemos. No defrauda:
“En Verdad te digo, que hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Cristo, está en el centro
de nuestra vida, y en la Eucaristía lo sentimos, lo palpamos y viene a
nosotros, con su amor y compasión por todo el género humano. “Venid a mí los
que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré. Venid a mí, benditos de mi
Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer…”. No podemos superar a veces
nuestras pulsiones; pero si se nos es dado, estar a su derecha, como Dimas, humildemente
y confiados. Si estamos a su izquierda, mal asunto: “Apartaos de mí, porque
tuve hambre y no me disteis de comer…”
Señor, yo quiero estar a tu lado y a
tu derecha.
Tú sabes mis defectos y mis
carencias.
Sólo tú tienes palabras de Vida
Eterna.
Acuérdate de mí, que estás en la
Eucaristía.
Pero no sólo de mí, acuérdate de mis
hermanos, en especial de los que sufren, que son muchos. Cambia nuestro corazón
de piedra y danos entrañas de Misericordia.
Tú que vives y reinas por los siglos
de los siglos. AMEN
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