¿Por qué la
luz no dobla las esquinas?
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Si la
luz es conjunto de partículas en expansión, entonces tiene la fuerza de la
cohesión, de la unidad, de la presencia viva, de la filiación de la concreción
en la carne, en la carne de Alguien y de algunos (Jn, 12-14). Luego…
J. A. Solórzano, pág. 14 de este libro
La tercera parte de este libro de J.A.
Solórzano, tiene por título “La luz corpuscular” y comienza con tres citas, de
las que citaremos la siguiente, de H. Hesse,
del juego de los abalorios:
…
Congregaciones como los benedictinos, los dominicos, los jesuitas más tarde,
etc., que tienen varias centurias y que tras tantos siglos, han conservado su
cara y su voz, sus gestos, su alma individual, a pesar de tantos desarrollos,
corrupciones, adaptaciones y violencias, vienen a constituir el fenómeno más
señalado y asombroso de la Historia.
Consta esta parte de tres capítulos, de los
cuales el primero, titulado “La claridad
de una intuición alternativa”, narra la vida de Santo Domingo de Guzmán, advirtiendo en la página 69, en que
comienza este capítulo: “…quiero volver sobre
el pasado de mi Orden y así comprender mejor las coordenadas presentes y
revitalizar, si se puede, el futuro. Mirar
la historia… no significa reproducir sus vivencias… anclarse a posturas conservadoras… Más bien lo
contrario: miramos al pasado para aprender su lección, analizar logros y
fallos, conservar lo fundamental de las esencias primeras y vivirlo en la
novedad de cada día, de cada país y de cada coordenada histórico-cultural.
No es fácil volver
la mente… al convulso siglo XIII. Todo estaba transformándose… Era el final de
una época en la que no todo había sido oscuro, pues había estado gestándose
durante siglos la nueva Europa que pujaba pletórica de vida en el nuevo arte
gótico, las universidades, nuevas rutas comerciales y nuevos planteamientos
filosóficos y teológicos…”
Durante casi seis páginas glosa la vida de
Santo Domingo, hasta llegar al 6 de agosto de 1221, en que Domingo se encuentra
en Bolonia para asistir al segundo Capítulo general de la Orden. Está agotado y
el calor es intenso. Los frailes lo llevan a una abadía benedictina, en un
ambiente más fresco. Hace confesión general, quedando los frailes admirados de
su limpieza de vida. Lo colocaron en una camilla para llevarlo a su convento, pues
según las normas, si moría en esa abadía debía ser enterrado allí.
Termina
el capítulo con la siguiente frase: “La
tradición recoge sus últimas frases: “¡No lloréis por mí! Después de mi muerte
os seré de más utilidad y podré atraer sobre vosotros más bendiciones que
durante el trascurso de mi vida”
Nuestros ocho
siglos de servicio a Dios y a los hombres lo atestiguan”
El segundo capítulo de este apartado, se
titula “Domingo de Guzmán en el cénit de
mi juventud”, comienza con una cita
de A. M. Carré, de la que extraigo
lo siguiente:
“…hablamos hoy por la misma razón que San Agustín hace
catorce siglos y que Newman y el P. Lacordaire, hace cien años… me siento en
comunión con los hermanos más jóvenes… y ayer y anteayer con los que tenían
entonces mi edad actual. Hacemos existir
la palabra por idénticos motivos.”
En la página 78 afirma de Domingo, que su
vida apostólica fue tan intensa, que apenas le quedaba tiempo para escribir. Lo
que sabemos de su talante espiritual y de su rico mundo interior es gracias
a Jordán
de Sajonia, sucesor suyo y con el que mantuvo un trato entrañable y
confianza mutua, y que unos años después de su muerte compuso un pequeño libro
sobre “Los orígenes de la Orden de predicadores”.
Y más adelante Solórzano escribe “Un día Jesús formuló a sus amigos una
pregunta clave y cuyo eco no ha dejado de oírse a través de la historia de la
cristiandad: “Y vosotros, ¿Quién decís que soy yos?”…
Han pasado los
siglos, y los cristianos seguimos intentando responder con la vida a esa
crucial pregunta. Con Domingo podríamos hacer otros tanto, a sabiendas de que
él nunca [lo] hubiera preguntado, porque
a él lo que le importaba era el seguimiento y predicación de Jesucristo” y en la página 79:
“Muchas
veces… suelo preguntar, no sin cierta ironía “Si nosotros hubiéramos vivido en
tiempos de Jesús, si le hubiéramos conocido, escuchado, visto actuar, ¿le
hubiéramos seguido?...Creo que con Santo domingo,… la pregunta puede ser
proporcionalmente válida: ¿seríamos dominicos, si le hubiéramos conocido?...”
Siguiendo leyendo el capítulo, no sé qué
párrafo tomar para este sencillo resumen, pues todos tienen un gran interés. El
capítulo no tiene desperdicio. En la página 80, Solórzano afirma que de Domingo
le gustó, que era castellano y en la página 81: “Me deleitó saber… que comenzó su vida sacerdotal con serenidad, sin
grandes alardes apostólicos ni arrebatos de celo sublimes… Salir del
enclaustrado mundo de Osma para comenzar a itinerar por otras tierras llenas de
riesgo y aventura humana y eclesial…” Y más adelante: “He visto en él una enorme capacidad de escucha y un poner todo su
tiempo a disposición de los demás… sin escatimar esfuerzos, para la verdad de
Dios… Él buscaba junto a Jesús, a la persona y no su influencia y posición
social.”
En
la página 82 es muy importante, el siguiente párrafo: “Domingo era muy relativizador de las normas; su “ley de la dispensa”
es una muestra de ello. Celoso por el espíritu de las prescripciones, pero más
pendiente aún del cuidado y vivencia interior, sabiendo supeditarlas a las
necesidades del prójimo. Hombre despierto, prudente sin la prudencia de los
astutos y sagaces; cauteloso, más bien; con una cautela propia del castellano
que tarda en pronunciarse hasta ver con claridad. Atractivo y atrayente por su
coherencia y reciedumbre. Alegre, sin simpatía superficial.
Hombre,
en suma.
Creyente
en consecuencia.
Santo,
en definitiva.
Termina Solórzano el capítulo, con esta
frase de gratitud: “Hoy pasados los años,
consciente de mis fallos e infidelidades, hago gala con orgullo filial de ser
descendiente de Domingo de Guzmán”
Este apartado termina con el capítulo
titulado: “Un poco de luz… y basta”,
que por ser bastante extenso, lo dejaremos para la próxima entrada
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