El centro
Al
principio de la Edad Media, los
cristianos se situaban con Cristo en el centro y los cuatro evangelistas, o sus
símbolos en los puntos cardinales.
C.G. Jung, El secreto de la flor de oro. Pág.
39
En la entrada
anterior, veíamos como, siguiendo la estrella llegamos a encontrar al Niño, en
el que Cristo se encarna; pero a veces, las señales no son tan visibles, o
estamos cegados y no las podemos ver. Por eso, desde la periferia y nuestro descentramiento,
intentamos entrar en el centro o “castillo interior”, al que aludía Santa
Teresa. Eso a veces y casi siempre es un laberinto, a no ser que nos olvidemos
y nos preocupemos sólo del “partidazo” o leamos “novelas del oeste” (que creo
que ya no están de moda) o encendamos la televisión-basura, que tanto da.
Pero a mí me
interesa entrar al “castillo” y encontrar el centro. Jung, en el citado libro
propone hacerlo mediante el “mandala”,
y volvemos al libro citado al principio, a la pág. 39: “Si las fantasías son dibujadas, surgen círculos que pertenecen
principalmente al tipo llamado mandala. Mandala quiere decir círculo, en especial
círculo mágico… En su mayor parte, los mandalas tienen forma de flor, cruz o
rueda, con una clara propensión al cuatro, que recuerda la tetraktys pitagórica…” y más adelante, en la página 43: “…todo lo periférico es subordinado al comando
de lo central… Psicológicamente, ese
curso circular sería un “dar vueltas en círculo entorno a sí mismo”, con lo
cual evidentemente quedan implicados todos los aspectos de la personalidad”.
De esta manera, llegamos alcanzar el
centro, como la bola que cae en espiral por la superficie cónica, interior e un
embudo, hasta entrar en el agujero del mismo. Y en la misma página y la
siguiente, cuenta la experiencia de Edward Maitland: “…que al reflexionar sobre una idea, se hacían visibles, por decirlo
así, ideas afines en largas series, aparentemente hacia atrás hasta su misma
fuente, … el espíritu divino… con gran fatiga lo logré… Al comienzo sentí
como si subiera una larga escalera desde la periferia al centro de un sistema,
que al mismo tiempo era el mío propio,
el solar y el cósmico. Los tres sistemas eran diferentes, y sin embargo idénticos…
por fin, con una última fatiga… logré concentrar los rayos de mi conciencia
sobre el ansiado punto focal”.
La conclusión que
saco yo particularmente, es que una forma de encontrar el centro es
reflexionando, sobre nuestra vida; pero no de una forma atormentada y
minuciosa, sino dejando que el subconsciente actúe y mientras tanto dibujar, un
mandala, que nos irá conduciendo poco a poco al centro. Particularmente todas
las mañanas me gusta dibujar uno, como el que pongo aquí, que lo dibujé ayer.
Hoy por cierto no lo he hecho; pero además
y esto es lo más importante: como hemos crecido en una cultura católica, y si no hemos tirado esas enseñanzas por la
borda y no las hemos adecuado a lo que realmente significa, tener a Cristo, por
centro, como hacían los cristianos en la Edad Media, nuestro objetivo es “Cristo-centrarnos”
y ya está, El guiará nuestros pasos. ¿Cómo?; pues allá cada uno, no hay un único
camino. Yo sé uno, que tal vez sea el mejor: La
Eucaristía. ¡Qué mejor mandala que la custodia con la Sagrada forma en el
centro!, pero la propuesta es que nos convirtamos en custodias vivientes y que
Cristo esté en nuestro centro
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