Porque la luz no dobla las esquinas
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El
libro está estructurado en cuatro partes,
precedidas
por el prólogo y cerradas por un apéndice,
como puede verse en el índice, que adjuntamos
a continuación:
El
segundo capítulo de este libro, de J.A. Solórzano, es breve;
pero muy denso, como todo el libro.
Espero que mis torpes resúmenes, atinen a vislumbrar la esencia.
El
capítulo se titula “Aproximación a un
relato desafiante” y comienza con tres citas, la primera de Albert Camus: “La verdadera generosidad
de cara al futuro consiste en entregarse plenamente al presente. La segunda de Charles Péguy “Cuando una idea simple
toma cuerpo, se produce una revolución” y la tercera de Vladimir Ilich Ulianov: “No deben nunca descuidarse las pequeñas
cosas, porque es a partir de ellas como se construyen las grandes”.
Pretende
Solórzano, aproximarse a la familia dominicana, con mucho tacto, como el que
hay que tener al acercarse a cualquier familia y lo consigue a mi modo de ver
plenamente, escribiendo desde el El Bronx, barrio pobre y marginado de Nueva
York, “desde este punto de mira, quiero
contar, comunicar, dar a conocer algunos aspectos más o menos periféricos de la
“familia dominicana”, una de las
familias de la Iglesia con más tradición, con más sabor añejo, con más puntos
de vista controvertidos”. Hace un resumen, de la ignorancia de mucha gente
sobre los dominicos y sobre los equívocos sobre la orden y que muchas veces
para explicar cuando se dice “soy dominico”,
hay que añadir, anta la cara de extrañeza, que alguien pone: “Soy de la misma Orden que Santo Tomás de
Aquino, o S. Martín de Porres, o Bartolomé de las Casas” , San Alberto
Magno , esto lo añado yo. “Es inútil decir:
“pertenezco a la Orden fundada por Santo Domingo de Guzmán”, pues no saben quién
fue”.
En
las dos siguientes páginas, explica la labor callada y muchas veces
desconocidas de los dominicos y su presencia en el mundo trabajando en las
actividades más dispares, afirmando que la presencia femenina de la Orden, es
más extensa y variada.
Más
adelante afirma: “nosotros, los frailes,
nos vemos simplemente como PREDICADORES. En esta sencilla expresión está
encerrada la razón, la naturaleza y el programa de nuestra Orden: hermanos que
predican el Evangelio. El cómo lo predicamos diferirá de las necesidades
concretas, de las peculiaridades personales o comunitarias, de cada país y su
momento histórico, de cada ámbito o zona fronteriza de del pensamiento o acción
que deseemos iluminar y evangelizar… Bajo la consigna de “predicación” se
encierra todo un conglomerado de trabajos, un abanico de posibilidades apostólicas,
que teniendo unos cimientos firmes a través de la historia, habrán de ir
adaptándose con amplitud y conocimiento lo más objetivo posible a la realidad…”
Lo
que sigue no tiene desperdicio, aunque no sea el lugar, copiarlo aquí en este
sencillo resumen, sólo añadiré un párrafo al final de la página 21, y digo yo: La
luz emanada de la predicación del Evangelio, sí dobla las esquinas, pues
penetra en el corazón del hombre, a través de, bloqueos y encrucijadas. Esta es
una simple apreciación mía.
Al
final de la página 21 y casi al final del capítulo escribe: “Arrebato, pasión, convicción, vocación, que
vividos con fuerza y sinceridad no tienen nada que ver con fogosidad impulsiva,
arrolladora y molesta para los demás. Los ardientes “apóstoles”, más que dar
calor. Abrazan: más que convencer, vencen; más que aproximar y acercar,
aplastan…. Y terminan alejando.
Tengo ante mí uno de
los dibujos del Pintor Francés Henry Matisse sobre Santo Domingo[i].
Es una silueta del santo sin rostro. La explicación que el pintor da a tal
ausencia de rasgos faciales fue: “Cada dominico debe poner su rostro sobre el
de Santo Domingo; debe identificarse plenamente con la figura de su fundador”,
lo que no significa que deje de ser el mismo, pues allí donde se encontrase un
fraile dominico, estuviese con él y en él toda la Orden.
Termina
el capítulo de este modo: “No creo pecar
de osado, por tanto, al hablar de la vida dominicana como reto y desafío.
Creer en Dios, creer
en Jesucristo lo es cada día.”
[i] Imagen de Santo
Domingo de Matisse, tomada de la siguiente página, en donde pueden verse otras
imágenes del santo, de otros artistas y otras épocas: