Fiesta de
Pentecostés
24
mayo 2015
Pongo hoy, en la entrada en mi blog,
este magnífico comentario del Evangelio de Enrique Martínez Lozano
Evangelio
de Juan 20, 19-23
Al anochecer de
aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con
las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En esto entró Jesús, se puso en
medio y les dijo:
— Paz a vosotros.
Y diciendo esto,
les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al
ver al Señor. Jesús repitió:
— Paz a vosotros.
Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y dicho esto,
exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
— Recibid el
Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a
quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
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EL
ESPÍRITU NOS LLEVA MÁS ALLÁ DE LAS CREENCIAS
En esta catequesis
–que se prolongará con la escena de Tomás-, se hace referencia a algunos datos significativos. Las dos
apariciones ocurren “el primer día de la
semana”, y simplemente con ello se le están diciendo al lector dos cosas:
que la resurrección es una “nueva creación”, y que las apariciones “ocurren” en
el domingo, en la celebración
comunitaria de la eucaristía o “fracción del pan”. Con lo cual, se le está
invitando a descubrir al Resucitado en la eucaristía compartida. De hecho,
Tomás no “ve al Señor” por estar ausente, fuera de la comunidad.
Se
subraya también que Jesús se hace presente “al
anochecer” y “estando cerradas las
puertas”. El motivo del “miedo” es un añadido posterior; en un primer
estadio, era sencillamente un modo de indicar el carácter portentoso de la
presencia del resucitado. Se hace ver que el “cuerpo” del Resucitado está más
allá de las leyes físicas: capaz de “atravesar” las paredes, no es un cuerpo
que se pueda ver ni tocar.
Por lo demás, la
experiencia del Resucitado va unida a realidades específicas y fundamentales
para el creyente: la paz, la misión, el perdón y el Espíritu.
La
paz (shalom) es el saludo del Resucitado, como había sido el saludo de
los ángeles en el nacimiento: “Paz a los
hombres, amados de Dios”. Si lo único que nos quita la paz es la mente no
observada –las cavilaciones mentales-, es claro que la Presencia es sinónimo de
aquella paz “que supera todo lo que
podemos pensar” (Filp 4,7). No es extraño que en el Nuevo Testamento se
llame a Jesús “nuestra paz” (Ef 2,14)
y que Pablo hable reiteradamente del “Dios
de la paz” (1Tes 5,23; Rom 15,33; Filp 4,9).
La
experiencia del Resucitado, por otra parte, convoca a la misión, una misión totalmente en línea con la del propio Jesús: “Como el Padre me ha enviado, así también os
envío yo”. El eje de la misma no podrá ser otro que el de comunicar y
favorecer la vida, ya que él ha venido “para
que tengan vida, y vida en plenitud” (Jn 10,10).
La misión no tiene
nada que ver con el proselitismo ni nace porque alguien se crea en posesión de
la verdad. Es algo mucho más hondo, gratuito y desapropiado. Sentirse “enviado” es, sencillamente,
reconocerse como “cauce” a través del cual la Vida se expresa. Por eso
mismo, no hay apropiación ni expectativas; se
deja que la Vida sea. De ahí que, en este sentido en el que lo estamos
planteando, únicamente puede sentirse “enviado” quien ha dejado de
identificarse con su yo, se ha desprendido del ego. El yo no puede nunca vivir como “enviado”, aunque lo proclame,
porque su característica es vivir egocentrado, justo lo opuesto a ser cauce.
El Resucitado
comunica su propio Espíritu. El
lector del evangelio sabe ya que esta había sido una de las grandes promesas de
Jesús antes de morir. “Exhalando su
aliento sobre ellos” –las mismas palabras con que se narra la creación del
primer hombre: “El Señor Dios formó al
hombre del polvo de la tierra, exhaló en sus narices un aliento de vida y el
hombre se convirtió en un ser viviente”: Gn 2,7)-, los hace partícipes de
su propio Dinamismo y de su propio Gozo, del mismo Espíritu que lo animó
durante toda su vida.
Y
por ese don del Espíritu, lo discípulos se constituyen en “jueces” del mundo.
El “perdonar y retener los pecados” se
halla vinculado a la tradición sinóptica de “atar y desatar”. Los teólogos están de acuerdo en que la lectura
que hizo el concilio de Trento, que vio en estas palabras la institución del
sacramento de la penitencia, parece una interpretación dogmática, que va más
allá de lo que el texto quiere expresar.
En
la línea de lo que aparece en el llamado “testamento espiritual” de Jesús
(capítulos 13-17), en el que se habla del “Espíritu de verdad” que desenmascara
el engaño del mundo, aquí también se reconoce a los discípulos, en cuanto
habitados por aquel mismo Espíritu de verdad, la capacidad de discernir lo
verdadero de lo falso.
Pero
eso no significa tampoco entrar en un
nuevo debate acerca de las creencias que serían “ortodoxas” –como ha
ocurrido y ocurre habitualmente-, sino
justamente en trascenderlas, porque se ha descubierto que la Verdad estará
siempre más allá de ellas. La Verdad no puede ser objeto de fe; únicamente se
la puede ser.
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