Buscando el rostro del Señor (3)
Samuel fue y se acostó en su sitio. El Señor se
presentó y le llamó como antes: « ¡Samuel, Samuel!» Él respondió: «Habla, que
tu siervo escucha.»
1 Sa3,10
Hoy, quiero reflexionar
sobre esta hermosa palabra del libro primero de Samuel. No sé hasta qué punto
lograré relacionarlo, con la lectura de los tres libros mencionados en las
anteriores entradas; pero una cosa es clara, nuestras quimeras, nuestros “dramas”
y nuestro ego y nuestra mente racional, nos impiden escuchar la voz del Señor.
Hace poco escuchaba esta frase, no recuerdo donde: “Cuando rezamos, no
escuchamos a Dios, sino que le pedimos con insistencia que Él nos escuche a
nosotros”. Así no cambiamos y nos movemos por la vida, como “tontines”, como “vinilos
rayados”, si recordamos la época de los tocadiscos. Hace poco acabo de leer, en
el libro El Proceso de la Presencia”, pág. 125: “Durante el proceso, puede que tengamos momentos en los que
experimentemos niveles de intensa resistencia ante lo que nos está sucediendo.
Es normal que ocurra esto cuando comienzan a salir a la superficie problemas
profundamente inconscientes” Por ello es más cómodo, seguir con nuestra
rutina, pedirle a Dios, que se cumpla su voluntad; pero que coincida con la
nuestra. Necesitamos sencillez en nuestra vida, cosa que es sumamente difícil
en nuestra sociedad aparentemente opulenta y digo aparentemente, porque las miserias,
no las vemos o no las queremos ver. Y me ha venido a la memoria, una
sincronicidad, que me ha ocurrido hace poco: iba yo con dos bolsas de libros, a
ver si me las cogían en un centro, en donde te pagan20 céntimos de euro, por
cada libro; pero eran libros antiguos y de poca calidad, que me estaban
estorbando y mi temor era que no me los cogieran, no por los céntimos, que me
dieran, porque no darían ni para tomar un café; sino porque me resisto a
tirarlos, ya que tampoco los iban a querer probablemente en una biblioteca
pública. Pues bien, me encontré con un amigo, que venía del hospital, con una
señora extranjera y al verme con la bolsa de libros, me pregunto, que a donde
iba, yo se lo conté y la señora me dijo que su hermana se dedica en Madrid a
vender libros viejos, que los coge …de los basureros¡¡¡ yo le di las bolsas y
me fui un poco más feliz por no haber tirado los libros; pero un poco más
triste, por ver la realidad de cómo está la sociedad.
Y ahora para terminar
voy a escribir unas notas, que tengo escritas a lápiz en una cuartilla, que me
gusta tener a mano, cuando leo algún libro y están inspiradas en el del libro
de Jon Kabat-Zinn, págs. 82, 83 y 85, en el apartado “Sencillez voluntaria”, no
lo dice textualmente. Sólo me he inspirado en esas páginas: “Simplifica, no
acumules, no compres por comprar, tira, deshecha, no regales lo que te estorba,
pues si piensas un poco estás utilizando a esa persona a la que le regalas lo que
te sobra, como “un cubo de basura”. Si realmente quieres regalar algo. Piensa
en esa persona, no pienses en ti”.
En definitiva, vaciar nuestro
corazón; para llenarlo con lo que el Señor nos mande. No hagamos como Jonás,
que se fue a la Costa del Sol, en lugar de ir a predicar a Nínive
En próximas entradas os
cuento más
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