Solo
palabras
Cae el sol sobre Sevilla
Artículo
de Ángel J. Ferreira,
publicado
en la Gaceta de Salamanca,
el 29
de Julio de 2016
Fotografía de C. G. Lorenzo |
Mañana del 20 de julio en Sevilla. Calima y temperaturas
infernales, no hay quien lo aguante, pero los sevillanos se las arreglan. Yo,
como siempre que vengo, inicio el día comprando un cucurucho de churros y porras en la churrería de La Macarena
(dicen que son los mejores de España, no lo sé, pero están buenísimos) y me voy
a tomar un cafelito al bar de al lado. Al acabar, no puedo por menos que visitar
a la Virgen y al entrar en su basílica revivo con un aire fresquito que resucitaría
a un muerto. Unos minutos para la Señora
de Sevilla y, aunque todo me empuja a quedarme disfrutando de la deliciosa temperatura,
las obligaciones mandan y cuando estoy a punto de salir me encuentro de frente a
un mendigo que sentado en uno de los últimos bancos y con su bolsón en el
suelo, descansa y respira sereno. Desde atrás vuelvo a mirarlo, relajado,
acogido, como en un nirvana, y me hago preguntas sobre la Iglesia, tan
cuestionada tantas veces y de la que formo parte -jamás ocultaré mi condición,
es uno de los pocos motivos de orgullo que tengo sobre mí mismo, no por mérito
personal alguno sino por la gracia que recibí- y me confirmo en mis intuiciones
de siempre: la Iglesia es sobre todo de los pobres y solo cuando es así se
justifica y vuelve al hontanar del que procede.
¿Le
habrían admitido en los sofás del Alfonso XIII, permitiéndole recuperarse de su
vida azacaneada, lo acogerían de buen grado en cualquier bar y le ofrecerían un
vaso de agua fría, le invitaría yo y compartiría con él un rato en un lugar a
salvo del bochorno? Casi seguro que no, pero el mendigo sabe que puede entrar
en la basílica de La Macarena y permanecer allí las horas que quiera
salvaguardándose del azote del calor: nadie le dirá nada, es más, todos los que
están allí dentro saben que es el principal invitado, porque ese lugar es suyo,
pues los pobres son los preferidos del Señor.
No se
trata de la caridad de las migajas, se trata de la caridad en serio, del amor
sin tapujos, que eso y nada más es el cristianismo. Es verdad que en ese ámbito
no se atajan de raíz los problemas en sus causas estructurales porque no está a
su alcance hacerlo, pero sí es siempre el hogar de acogida de los más
necesitados, de los más desesperados, de los últimos, de aquellos ante los que
volvemos el rostro y con nuestros progresismos a la violeta evitamos darles la
mano y mirarlos a los ojos porque nos sabemos culpables y queremos parecer
inocentes y hasta buenos. Un pobre nos denuncia, no hay salida, y mejor es
rehuirlo con unas monedas sobrantes y no detenerse a hablar con él, aunque sean
unos minutos.
Sí,
ya lo sé, cómo olvidarlo, las inmensas
desigualdades, el hambre en muchos lugares del mundo, los asesinatos y las
torturas que casi siempre las sufren sobre todo ellos. Sí, ya lo sé, el mundo
huele mal, muy mal, y las causas estructurales de las profundas injusticias que
padecen los más débiles, no se arreglan con una mirada, un saludo, o una
acogida fraternal en una iglesia fresca un día sofocante. Sí, es verdad, pero en el
ínterin, menos mal que hay lugares donde los pobres de la Tierra son recibidos
y tratados como personas.
Ángel J. FERREIRA
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