sábado, 6 de agosto de 2016

Solo palabras
Cae el sol sobre Sevilla
Artículo de Ángel J. Ferreira,
publicado en la Gaceta de Salamanca,
el 29 de Julio de 2016

Fotografía de C. G. Lorenzo

Mañana del 20 de julio en Sevilla. Calima y temperaturas infernales, no hay quien lo aguante, pero los sevillanos se las arreglan. Yo, como siempre que vengo, inicio el día comprando un cucurucho de churros  y porras en la churrería de La Macarena (dicen que son los mejores de España, no lo sé, pero están buenísimos) y me voy a tomar un cafelito al bar de al lado. Al acabar, no puedo por menos que visitar a la Virgen y al entrar en su basílica revivo con un aire fresquito que resucitaría  a un muerto. Unos minutos para la Señora de Sevilla y, aunque todo me empuja a quedarme disfrutando de la deliciosa temperatura, las obligaciones mandan y cuando estoy a punto de salir me encuentro de frente a un mendigo que sentado en uno de los últimos bancos y con su bolsón en el suelo, descansa y respira sereno. Desde atrás vuelvo a mirarlo, relajado, acogido, como en un nirvana, y me hago preguntas sobre la Iglesia, tan cuestionada tantas veces y de la que formo parte -jamás ocultaré mi condición, es uno de los pocos motivos de orgullo que tengo sobre mí mismo, no por mérito personal alguno sino por la gracia que recibí- y me confirmo en mis intuiciones de siempre: la Iglesia es sobre todo de los pobres y solo cuando es así se justifica y vuelve al hontanar del que procede.
         ¿Le habrían admitido en los sofás del Alfonso XIII, permitiéndole recuperarse de su vida azacaneada, lo acogerían de buen grado en cualquier bar y le ofrecerían un vaso de agua fría, le invitaría yo y compartiría con él un rato en un lugar a salvo del bochorno? Casi seguro que no, pero el mendigo sabe que puede entrar en la basílica de La Macarena y permanecer allí las horas que quiera salvaguardándose del azote del calor: nadie le dirá nada, es más, todos los que están allí dentro saben que es el principal invitado, porque ese lugar es suyo, pues los pobres son los preferidos del Señor.
         No se trata de la caridad de las migajas, se trata de la caridad en serio, del amor sin tapujos, que eso y nada más es el cristianismo. Es verdad que en ese ámbito no se atajan de raíz los problemas en sus causas estructurales porque no está a su alcance hacerlo, pero sí es siempre el hogar de acogida de los más necesitados, de los más desesperados, de los últimos, de aquellos ante los que volvemos el rostro y con nuestros progresismos a la violeta evitamos darles la mano y mirarlos a los ojos porque nos sabemos culpables y queremos parecer inocentes y hasta buenos. Un pobre nos denuncia, no hay salida, y mejor es rehuirlo con unas monedas sobrantes y no detenerse a hablar con él, aunque sean unos minutos.
         Sí, ya  lo sé, cómo olvidarlo, las inmensas desigualdades, el hambre en muchos lugares del mundo, los asesinatos y las torturas que casi siempre las sufren sobre todo ellos. Sí, ya lo sé, el mundo huele mal, muy mal, y las causas estructurales de las profundas injusticias que padecen los más débiles, no se arreglan con una mirada, un saludo, o una acogida fraternal  en una iglesia fresca  un día sofocante. Sí, es verdad, pero en el ínterin, menos mal que hay lugares donde los pobres de la Tierra son recibidos y tratados como personas.

Ángel J. FERREIRA

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